Comprar suelto: más que moda, conciencia
Hay en Berlín un supermercado en el que no se usan envases. Ningún tipo de envases: todo lo venden a granel. Original Unverpackt se llama, y aunque la movida todavía es incipiente ya amaga con convertirse en la nueva generación de comercio al por menor. El proyecto responde a la iniciativa de dos amigas (Sara Wolf y Milena Glimbovski) que, cansadas de quejarse por el exceso de embalaje y desperdicio en los supermercados tradicionales, decidieron poner manos a la obra hasta que -crowfounding mediante- tuvieron la oportunidad de abrir su local.
La idea parece pequeña, y sin embargo es sumamente poderosa. No se trata de una mera moda, sino de empezar a adoptar conductas que realmente puedan ahorrarle basura al planeta. Para lograrlo -entre otras cosas- es perentorio que el calificativo de “eco” empiece a tomar en cuenta también el envasado.
Basta ir a cualquier supermercado para notar que los embalajes alcanzaron un nivel excesivo, la mayoría de ellos de un solo uso y lenta degradación. Productos de limpieza que además de sus propios envases vienen empaquetados en un plástico extra, frutas y verduras en bandejitas recubiertas de papel film y galletitas embolsadas pero a su vez adentro de otra caja más, y todo eso sin contar los 12 millones de botellas pet que cada día se consumen solamente en la Argentina.
Se calcula que cada habitante de América Latina y el Caribe produce en promedio un kilo de basura por día, y que la generación de residuos está en la región en constante aumento. Las razones son variadas: están por un lado el aumento de la población y el crecimiento económico, aunque también unos patrones de producción y consumo claramente insostenibles y ligados a una economía lineal. La basura está empezando a rebasar los mares, saturar basurales a cielo abierto y, en el mejor de los casos, a desbordar rellenos. El reciclado no resulta suficiente (porque a estos ritmos de consumo no hay reciclado que alcance, amén de que no todo aquello potencialmente “reciclable” termina siendo reciclado); en tanto la incineración con valorización energética que aparece hoy como “la novedad” se encuentra tremendamente discutida. Un poco por el hecho de que es cara y funciona a contramano del manejo sustentable de recursos, a lo que se agrega que de todo aquello que se quema se produce un 25 por ciento de cenizas que es necesario disponer… en un relleno.
Es cierto que los envases implican un método de conservación que protege a los alimentos de la luz, la humedad y otros contaminantes ambientales. Por eso no se trata tanto de ir contra cualquier envase en sí, sino contra los materiales con los que están fabricados y, más que nada, en contra de su sobreutilización. Por ejemplo: envasar frutas y verduras en el supermercado no tiene ningún tipo de sentido, tanto es así que en España lanzaron la campaña #DesnudaLaFruta para exigir que directamente se eliminen.
Aunque por motivos más económicos que ecológicos diversos artículos de limpieza y perfumería están también comenzando a venderse a granel, lo que podría tener un impacto positivo en la cantidad de basura que se envía a los rellenos. Claro que aquí entra a jugar el interés de las grandes marcas, mucho más preocupadas por preservar su nombre en vistosas etiquetas que por aquello que sucede con sus residuos post consumo.
La iniciativa de Wolf y Glimbovski tiene otra ventaja asociada: por más que los envases efectivamente protegen a los alimentos de su degradación, también es cierto que promueven la compra excesiva con lo cual, de todas formas, muchos productos terminan pudriéndose en las heladeras y alacenas del mundo. Comprar suelto, en cambio, ayuda a frenar la adquisición desproporcionada de comida. “Creemos que el concepto de compras actual no es sostenible -viene señalando Wolf- y un cambio hacia un sistema de compras sin envasar tendrá a largo plazo un beneficio global muy grande para la sociedad y para el medio ambiente”.
Barato, moldeable, transparente y ante todo sumamente liviano, el uso del plástico para envases se ha venido expandiendo como espuma, pero esto ha traído más beneficios para la industria que para los consumidores, y ni hablar del medio ambiente (una botella pet -que se utiliza por algo así como diez minutos- puede tardar mil años en desaparecer). ¿Quién necesita en Buenos Aires agua mineral francesa en aerosol? ¿Qué motivo hay para comprar confites producidos en Estados Unidos? Por eso las creadoras del Original Unverpackt insisten también con otra paradoja: lejos de transparentar, los envases y sus etiquetas engañosas agregan muchas veces más confusión, además de obligarnos a consumir de cada producto determinada cantidad.
La fórmula no es, después de todo, tan novedosa: así era como compraban nuestras madres y abuelas en un tiempo en el que ni los changuitos desbordaban ni las transnacionales alimenticias tenían tanta influencia y tanto poder (hoy solo diez compañías controlan la mayor parte de la producción mundial de alimentos, artículos de limpieza y cosméticos). Comenzar a ver “los restos” del consumo como parte del problema y empujar a estas corporaciones a que encuentren la forma de gestionarlos representa una vía interesante para caminar hacia un futuro sustentable e intentar cambiar en ese trayecto esta inviable cultura de usar y tirar. Por lo pronto, como consumidores tenemos un gran poder. Un gran poder y una enorme responsabilidad.