Cómo es el amor entre parejas interculturales
El cine se ha encargado de retratar el tema de las parejas interculturales muchísimas veces. La mayoría de ellas, tanto en su vertiente más dramática como en la más frívola, ha elegido hacerlo desde la diferencia de raza: mujer blanca-hombre negro o viceversa. Sin embargo, los factores realmente decisivos a la hora de configurar las costumbres de las personas tienen que ver con la nacionalidad, la religión y hasta la clase social pero jamás el color de la piel.
Hace dos años, el director de cine y guionista estadounidense Jeff Nichols contó en el film Loving la historia de Richard y Mildred Loving, blanco él y negra ella, quienes se casaron en el Estado de Virginia en 1958. Perseguidos, encarcelados y luego exiliados por violar las leyes estatales que prohibían el matrimonio interracial, iniciaron una batalla judicial para poder regresar a su casa. El caso llegó hasta la Corte Suprema, que en 1967 determinó que esa prohibición era inconstitucional.
Aunque en la actualidad es difícil imaginarse leyes de este tipo, las parejas entre personas que pertenecen a distintas culturas aún pueden enfrentarse a miradas incómodas y a algunas formas de discriminación. Y aún cuando eso no ocurre, tienen desafíos y cuestiones que otras no.
Culturas en contacto
La diferencia de cultura o de nacionalidad en una pareja presenta una serie de situaciones distintas a las que experimenta cualquier otro vínculo. Puede haber cierta desconfianza o hasta resistencia por parte del entorno familiar, seguramente hablen idiomas distintos o sus costumbres difieran, es probable que alguno de los dos sufra desarraigo y ni pensar qué puede ocurrir ante una separación y con hijos de por medio.
“La cultura en la que crecemos esculpe pautas de comportamiento y otorga marcos de interpretación, modelando desde lo físico a lo simbólico: cómo miramos al otro, a qué distancia corporal nos ponemos en los intercambios o cómo nos relacionamos con nuestras familias de origen y amigos. Estas lentes interpretativas que nos otorga la cultura en la que crecimos exceden lo idiomático, y son las que generan escollos e interferencias hasta tanto no se aclare qué significa para el otro tal o cual cosa”, dice la antropóloga y psicóloga Fabiana Porracin en su blog.
Muchas veces estas diferencias también pueden aparecer entre personas de un mismo país o cultura pero que pertenecen a clases sociales muy distintas o han crecido, por ejemplo, en un ámbito rural una de ellas y en uno urbano la otra. De estas historias ha habido muchas a lo largo de los tiempos y el cine se ha encargado de reflejarlas con bastante frecuencia. Pero en la actualidad, gracias a la tecnología y a las mayores facilidades para viajar a otros países, también es común que muchas parejas compartan el “status” social pero no la nacionalidad o la cultura. En la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, los matrimonios integrados por al menos un extranjero han crecido ostensiblemente en los últimos 25 años. Según datos del Registro Civil porteño, en 2017 casi el 25% de los matrimonios tenían esa condición, cuando en 1995 esa cifra era del 17,4%.
¿Qué lleva a las personas a elegirse a pesar de, por ejemplo, no hablar el mismo idioma? La respuesta es naturalmente bien amplia, pero para Porracin más que lo exótico lo que atrae en realidad es algo de lo semejante. “Algunas personas no sienten afinidad con alguien de la misma nacionalidad, pero encuentran que con un extranjero hablan paradójicamente ´el mismo idioma´, aunque no en sentido literal claro está”, interpreta.
¿Y en qué idioma hablamos?
Sebastián, argentino, y Anne, holandesa, se conocieron en Londres. Trabajaban en una empresa multinacional que tenía a muchos extranjeros entre sus filas. Naturalmente, los “expatriados” se relacionaban mucho entre ellos. Al poco tiempo estaban viviendo juntos. Luego fueron a Bélgica, dónde se casaron, y finalmente recalaron en Amsterdam. Allí estuvieron 5 años, en los cuales nacieron Isabel y Lucas, que hoy tienen 6 y 4 años respectivamente. Hace dos años que están en Buenos Aires. Lo más curioso en el mundo de ellos es cómo resolvieron la cuestión idiomática. “Nos conocimos hablando en inglés porque ninguno hablaba el idioma del otro. Y aunque hoy yo hablo holandés y Anne habla castellano entre nosotros seguimos hablando en inglés”, dice Sebastián a Revista Cabal.
Cuando nació Isabel, en Holanda, se pusieron a averiguar sobre el tema de criar niños con múltiples idiomas. En ese entonces, él todavía no manejaba muy bien el holandés y ella no sabía nada de español. “La recomendación es que cada uno le hable a los hijos en su idioma natal, entonces yo les hablo en castellano y Anne en holandés. Y cuando estamos todos juntos es una mezcla, porque a mí me contestan en castellano pero si le preguntan algo a ella lo hacen en holandés. Y como nosotros hablamos en inglés algo también entienden”, cuenta.
Ni la religión (ella es protestante y él católico) ni la idiosincrasia (la planificación holandesa versus e desorden argentino) son cuestiones conflictivas para la pareja. Y tampoco lo es la decisión de en qué lugar vivir. Primero lo hicieron en el país de ella, pero siempre sabiendo que también lo harían en la Argentina. “Cuando vinimos en un principio dijimos que íbamos a estar dos años y después decidíamos. Pero ya llevamos dos años y es como que todavía nos sentimos recién llegados. Nuestro compromiso es para con nosotros y no tanto para con el lugar en que vivimos”, concluye Sebastián.
Las parejas interculturales son tan antiguas como las migraciones. Y vaya si lo sabemos acá en la Argentina. Pero en la actualidad, con la mujer tan enfocada en su desarrollo profesional como el hombre, es mucho más infrecuente verla acompañando o acomodándose simplemente a los designios del varón. Por eso, para las nuevas generaciones que eligen desandar este camino de interculturalidad, los desafíos son bien distintos a los que quizá debieron enfrentar nuestros padres o abuelos.
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