Osvaldo Santoro, un actor de excelencia
En una amena y cálida charla mantenida en el Teatro Beckett, Revista Cabal dialogó cerca de una hora con Osvaldo Santoro, un talentoso y experimentado actor a esta altura muy reconocido por el público. Luego de un repaso por su carrera, el actual intérprete de la obra El placard nos describió el amplio espectro de tareas que componen su actividad diaria y que, obviamente, exceden la del actor. Un caso de multiplicidad y excelencia.
Hay un dicho que sostiene que “no existen malos papeles, sino actores que no saben
componerlos.” O algo así. Y es verdad que, cuando se tiene la oportunidad de seguir durante años la trayectoria de algunos intérpretes, es posible descubrir hasta qué punto esa reflexión es cierta. Los papeles grandes o pequeños, mejores o peores, ceden ante el talento del buen actor, que suele hacer de ellos, cuando son de poco espesor, algo atractivo, y, cuando tienen mucha hondura, el inicio de un viaje hacia sus pliegues más misteriosos o desconocidos. Menuda tarea la del buen actor, pero extraordinaria, casi fronteriza con la de un Dios cotidiano que, de las costillas de una escritura que es solo palabra, arranca y modela insólitas criaturas para el asombro de la gente.
Un caso de excelencia entre los actores argentinos y un ejemplo de lo que decíamos en el párrafo anterior, es Osvaldo Santoro, alguien al que el público se ha acostumbrado a ver a lo largo de las últimas décadas en distintos roles en teatro, cine y televisión y siempre en un nivel que no defrauda. Un desafío difícil, sobre todo para un actor como él que, desde que egresó de la Escuela de Arte Dramático en 1974 hasta la actualidad, no ha dejado prácticamente de trabajar un solo año. Su larga lista de papeles en teatro, cine y televisión son tantos que sería imposible citarlos a todos, pero en la pantalla chica reconoce que, después de su primer rol como el locuaz vendedor llamado Sinistri en Mi cuñado de Oscar Viale (1993), el que más lo colocó en el conocimiento popular fue el del comisario Chiape en Poliladron, aunque haya hecho también otros trabajos muy celebrados.
De la misma manera, su presencia en cine ha sido fuerte y lo ha tenido como actor en un alto número de películas, entre las cuales sobresale su tarea en Cautiva, de Gastón Biraben, por la que fue premiado con el premio Carlos Carella que otorga la Asociación Argentina de Actores. Y ya más recientemente en Séptimo, junto a Ricardo Darín, donde interpreta a un comisario corrupto con gran eficacia. Pero la lista de films que ha realizado es muy amplia: alrededor de 30 títulos, entre los que figura alguno que no ha sido estrenado en la Argentina, como La vida empieza hoy, de origen español, donde actuó junto a la gran actriz Pilar Bardem y fue dirigido por Laura Mañá. Se trata de una divertida historia sobre la tercera edad, que tuvo gran éxito en la península.
Por último, aunque no en último término, Osvaldo ha realizado una carrera estupenda en teatro, ámbito por el que se siente la mayor atracción, si bien confiesa que valora mucho y disfruta lo que hace en cine y en la televisión. De hecho, él, Jorge Marrale y Beatriz Spelzini, se recibieron en 1974 en la Escuela Nacional de Arte Dramático como los mejores actores de su promoción y fueron becados para trabajar en la Comedia Nacional Argentina, que existió hasta ese año. Y ahí alcanzó a intervenir en Mamá Culepina de Enrique García Velloso y Los silencios de Pedro Vargas, de Ernesto Castro, dos obras nacionales en las que actuaban intérpretes de la envergadura de Niní Gambier, Miguel Ligero, Walter Santana, etc. Un bautismo, en roles pequeños, aunque realmente memorable.
Antes de esa experiencia había participado en 1972, también con Marrale y Spelzini, y siendo aún estudiantes, en una obra llamada Duérmase mi niño, del escritor Roberto Torres. “Después de la Comedia Nacional ingresé al elenco del Teatro San Martín y ya nunca dejé de trabajar en teatro –cuenta Santoro-. Es insólito, pero es así. Ya no hubo año en que no hiciera algo en escena y debo de haber acumulado ya cerca de 60 títulos. En el San Martín llegué a hacer tres obras por año. Terminaba una y empezaba otra. Allí empecé con Barranca abajo, con la recientemente fallecida y talentosa Elena Tasisto y Osvaldo Terranova. En ese elenco hice 14 obras, entre otras Las troyanas, La misión, Los pequeños burgueses, Cyrano de Bergerac, esta última con el inolvidable Ernesto Bianco. Era una pieza que llenaba todas las noches una de las salas del teatro y producía uno de los aplausos más extendidos de los que yo tenga memoria. Y recuerdo en forma particular aquel triste domingo en que llegué para hacer la función y los compañeros me abrazaron conmocionados comunicándome que había fallecido Ernesto. Un actor fantástico de un espectro extraordinario por su vastedad, tan apto para el drama como para la comedia.”
“Más tarde vino el teatro comercial –continúa-, pero siempre alternando con obras más de arte. Porque pasaba de La boca lastimada dirigida por Laura Yusem en el San Martín a La prueba o Porteños en otras salas de la avenida Corrientes. Lo que rescato de importante, además de infinidad de papeles por los que siento mucho agradecimiento, es la continuidad que puede tener en la labor.” Entre algunos de esos papeles citaremos, aunque sea tal vez injusto dejar atrás otros no menos importantes, los que realizó en Molino rojo, Puesta en clara, Una pasión sudamericana, La prueba, Lejana tierra mía o La ceremonia. Citando algunas de esas piezas, Santoro agrega: “He tenido la suerte de trabajar con todos los directores o por lo menos con la mayoría de ellos. No sé quien me puede faltar. Y los directores me marcaron mucho, han sido mis maestros: Ricardo Bartis, por ejemplo, con quien hice el rol de Claudio en Hamlet o la guerra de los teatros, puesta con la que recorrimos el mundo, o Alberto Ure, haciendo Puesta en claro, en el Payró, que fue una obra absolutamente transgresora. Yo venía de una formación mucho más clásica y de pronto me mandan para otro lado y me pareció una gran experiencia.”
De inmediato y refiriéndose a la manera de hacer siempre disfrutable la profesión, el actor afirma: “Creo que en nuestra profesión lo bueno es cambiar. Generalmente trato de hacer algo que sea en una dirección contraria a la que venía haciendo. En la medida de lo posible. El año pasado hice La ceremonia, de Thomas Vinterberg, que era un personaje terrible, violador del hijo (se refiere al Helge Hansen) y ahora estoy haciendo El placard donde, dirigido por Lía Yelín, una directora muy inteligente, compongo a un vecino homosexual del protagonista de la historia. Eso enriquece el trabajo, hay actores que se quedan en una línea. A mi la rutina nunca me sirvió. Suelo ser de los que se van primero del elenco, llega un momento en que me parece que se agota la búsqueda y me canso. Porque la búsqueda debe ser todas las noches. La idea de mi trabajo es que todas las noches se pueda descubrir algo nuevo para poder enriquecer a mi personaje, si eso empieza a no ocurrir, por mil razones, a veces por desgaste de uno, por cansancio, trato de ir a otro lugar a enriquecerme. Eso me pasó en Porteños, que era un éxito enorme y pensé que había que cambiar y de ahí pasé a La boca lastimada donde hacía a Freud, que era todo un desafío.”
Respecto de la televisión afirma: “La diferencia entre los tres géneros, cine, teatro y TV, además de los tiempos con que se trabaja y que obliga a auxiliarse con técnicas diversas, es que la trascendencia que da la televisión es infernal, basta que un programa la pegue y te ven 4 millones de personas. Si una obra de teatro es vista por cien mil personas es un batacazo fenomenal, sos Gardel. Y en cine pasa otro tanto, aunque a veces las cifras, cuando la película anda bien, suelen ser muy altas. Séptimo llevaba ya más 800 mil espectadores. Darín es sorprendente, te digo porque trabajando en España me di cuenta de su popularidad, así que espero que el film se imponga también en ese país. Se estrena en noviembre. En televisión, ahora estoy esperando que se estrene Mi viejo verde, un programa que ya se filmó y que debería ir a partir de enero en Telefe. Son 35 capítulos que hicimos con Betiana Blum, una historia de barrio, con un leve tono grotesco. Se trata de una familia que llega al lugar (Betiana Blum, Oscar Alegre y sus hijos) y cuyos componentes son verdaderos tránsfugas, que inventan una rifa para Navidad haciéndole poner plata a todo el vecindario. La rifa sale y el dueño de casa desaparece. Y después por un video la gente se entera de que ese señor estaba en el Caribe y que se lo comió un tiburón. Y la historia sigue en el Purgatorio, donde a ese personaje le dicen qué quiere ser y dice lobo, pero termina siendo loro y vuelve a la casa en esa condición. Yo hago del delegado del barrio, que luego es el amor de Betiana y ésta lo usa. Es muy divertida.”
Un costado menos conocido de Osvaldo Santoro es el de la escritura. Autor de una novela publicada hace varios años, Cementerio de caracoles, y de varios cuentos aún inéditos: “Primavera en Mataderos”, “Un viaje desprolijo”, “La agonía”, “De rodillas”, nuestro entrevistado habla de esa otra vocación: “El otro día estuve en el programa de Carlitos Ulanovsky en Radio Nacional y la pasé bárbaro. Y hablamos de esto. Me parece que la escritura es un espacio que requiere mucho tiempo y concentración, hay que dedicarse a ella. Hace un tiempo tuve una charla de una hora con Griselda Gambaro, quien leyó un cuento mío que se llama “Primavera en Mataderos” y me llamó para decirme: ‘¿Qué vas a ser escritor o actor? Bueno, decidite porque es interesante lo que escribís y a mi me gustaría que le dediques mucho tiempo’. Le contesté que a mi me gustaba más la actuación. ‘Está bien, pero ¿no te podes poner dos horas a la mañana y escribir, escribir y escribir’, me preguntó. Para mí es difícil, le respondí, porque soy muy enemigo de la rutina. Y de ahí sale la pregunta que me hago todo el tiempo: ¿Cuándo me dedicaré? Porque lo que se produce en mí son como ramalazos que me llevan a escribir cuentos y, de pronto, me digo: ¿por qué no agarro todo y veo lo que se puede publicar y me pongo a pulir lo que se puede pulir? ¿O por qué no me pongo a crear? Escribí hace muchos años una novela que se llama Cementerio de caracoles –de ella hice además un guión cinematográfico en su momento- y me doy cuenta que cuando escribo hay un universo que me atrapa y me lleva. Me parece que, tanto en la escritura como en la actuación, hay que buscar lo que es desconocido en uno. Por eso si al personaje lo veo muy cercano a mí, me empiezo a aburrir, y en la escritura me pasa lo mismo. Ahora, cuando lo que escribo está muy alejado de mí y me llama la atención lo que he escrito, entonces creo que voy por buen camino. Pero esa es una búsqueda que lleva tiempo.”
Y tiempo no le sobra a Santoro, menos ahora que es candidato a concejal por el Frente para la Victoria de Tres de Febrero. El actor nació en la Capital, en Combate de los Pozos e Independencia, pero ya a los cinco años pasó al conurbano, primero a Lomas del Mirador, pegado a Mataderos, y luego a Caseros, donde es un reconocido vecino hace 35 años. “Mi padre fue peronista y sindicalista, así que tengo antecedentes –afirma, explicando su adscripción y afición a la política-. Pero igual es un reto muy grande. Si yo puedo aportar algo en lo que sé, cultura, educación o comunicación, lo que sea, bárbaro. Es una experiencia que quiero hacer, puedo ser útil y aportar algo. Cuando veo las cosas que se han hecho muy bien en esta gestión de gobierno no quisiera que se pierdan. Lo que se ha hecho en Cultura, en Ciencia y Tecnología, a nivel de inclusión social, no hay que perderlo. Después se puede ser crítico y está bien, pero hay que defender lo que se ha logrado.”
Hay que recordar que, además de la actuación, Osvaldo es integrante de la conducción de SAGAI, una sociedad que ha hecho mucho por los intérpretes argentinos en la gestión del cobro de sus derechos por la retransmisión en pantallas de las obras en que han trabajado. Y también a través de la fundación de la entidad colaborando en la asistencia en la salud y otras coberturas de protección al actor. Y que también da clases, junto con Marrale, en la escuela Ensayo sobre la mentira, que funciona en el Teatro Beckett, en una labor que él valora mucho por lo que transmite a sus alumnos pero también por lo que les enseña a los propios profesores. La Argentina es un país con abundancia de buenos actores y al que el mundo le reconoce una gran tradición en la materia. Se sabe, sin embargo, que se puede ser un buen actor y no tener un fuerte compromiso con la sociedad en que se vive. El que escribe estas palabras comparte, con muchas otras personas, la idea de que en un intérprete de talento es difícil que ese compromiso no enriquezca su sensibilidad, amplifique sus radares de captación creativa. Osvaldo Santoro es un ejemplo de esto. Protagonizar la historia mejora no solo la conciencia del hombre, también la del artista. Después de todo, ¿no era Marcel Marceau el que decía que los actores, como los periodistas, son los historiadores del ahora?
Alberto Catena