Entrevista a Renata Schussheim
Dibuja, pinta, codirige espectáculos, ha hecho videos para Spinetta, escenografías para Charly García y diseño de vestuarios para obras de ballet, ópera y teatro. La labor de esta artista plástica, múltiple y estimulante, aporta siempre con su talento un toque de creatividad en las áreas en que participa. En los últimos tiempos, además de las exposiciones que ha hecho y las que prepara, se ha entusiasmado mucho con la ilustración de libros. Sobre todos estos temas habló Renata Schussheim con Revista Cabal.
Pocos objetos ofrecen al lector un placer tan intenso como una gran obra literaria bellamente ilustrada. Hay infinidad de ejemplos en todo el mundo y la Argentina también que prueban esta verdad, aunque en los últimos tiempos parecería que los editores cada vez acuden con menos frecuencia a esa categoría de libros. A la lista recordable de esos trabajos se agregó hace pocas semanas uno más que tuvo excelente acogida en su presentación en una galería de Buenos Aires. Se trata de Siete vidas imaginarias, del francés Marcel Schwob (1867-1905), ilustrado por la dúctil y sensible artista plástica argentina Renata Schussheim.
Schwob fue, en su breve vida, un extraordinario escritor que ejerció notable influjo sobre distintos autores, en un período que abarca desde su tiempo a la segunda mitad del siglo XX y que incluye nombres como los de Guillaume Apollinaire, André Bretón y los surrealistas, Antonin Artaud e incluso, en nuestro país, el propio Jorge Luis Borges, aunque éste reconociera algo tardíamente esa gravitación. Hombre de profunda curiosidad y erudición inmensa, Schwob alcanzó fama en sus comienzos con sus colecciones de cuentos (Corazón doble, El rey de las máscara de oro, La cruzada de los niños) y también con otras obras literarias como Vidas imaginarias o El libro de Monelle.
El último de estos dos es un “texto inclasificable, suerte de evangelio de inocencia y piedad, al mismo tiempo que un manifiesto de un nihilismo absoluto, que combina cuentos, aforismos y poemas en prosa”, lo define su traductor, Ariel Dilon. Vidas imaginarias es, por su parte, un conjunto de veintidós retratos de destinos singulares, de los cuales la actual edición tomó solo siete de ellos. Schwob parte de personajes reales y construye, a partir de algunos de sus rasgos biográficos, una asombrosa travesía que deleita por la calidad de su colorida prosa y su fantasía desbordada.
Entre esos personajes figuran Pablo Ucello, el pintor y matemático florentino obsesionado por la perspectiva; Empédocles, el filósofo nacido en Agrigento, supuesto Dios evaporado en la cima del Etna; Katherina la encajera, una muchacha de la vida al que un rufián le corta la garganta para robarle un cinturón; o Gabriel Spenser, un actor que hacía de Ofelia en Hamlet y no pudo evitar un duelo con un colega en el que perdió la vida. Todos estos relatos encuentran en las pinturas de Renata Schussheim una encarnación que está a la altura no sólo de la poesía de Schwob, también de su libertad para soñar en el mundo de lo real fusiones y entrecruzamientos extraordinarios, imágenes donde el universo animal y humano se aparea naturalmente o la dulzura y lo hermoso germinan entre los pliegues del infierno.
Presentar a Renata Schussheim conlleva siempre el riesgo de no ser exhaustivo en la descripción de sus abundantes talentos y habilidades. Artista plástica, dibujante, ilustradora y diseñadora de vestuario, no se podría decir, sin embargo, que todas esas actividades completan su perfil creativo. Su tarea profesional se ha desarrollado en las últimas cuatro décadas en los terrenos de la ópera, el ballet, el teatro, el rock y la plástica. Además de su trabajo como diseñadora de vestuario, adaptadora y codirectora de un espectáculo memorable como Boquitas pintadas, junto a Oscar Araiz; de su labor en Fénix con Jean François Casanova o en distintos ballets de Julio Bocca; ha realizado la puesta del recital de Charly García en el Teatro Colón (Líneas paralelas), portadas para varios libros o tapas de discos y exposiciones de sus trabajos pictóricos, entre ellas: Travesía, Nave y más recientemente Epifanía (2006) en el Museo de Bellas Artes; Pajaritos en la cabeza (2007), dieciséis retratos de mujeres ataviadas con sombreros adornados por pájaros, y Estado de gracia (2011), quince pinturas y quince dibujos sobre fotos impresas.
Varios aspectos de este trabajo fueron evocados en una charla que Revista Cabal mantuvo con ella en su departamento de la calle Berruti, en un itinerario que recorrió desde su participación en las ilustraciones de Siete vidas imaginarias hasta sus actuales proyectos.
¿Cómo se originó el proyecto de ilustrar este libro?
Surgió como fruto de mi amistad con la editora chilena Berta Concha, con quien nos conocemos hace largos años y nos queremos mucho. Siempre tuvimos la fantasía de hacer algo juntas. Y como ella tiene ahora la editorial Liberalia, en Santiago, se dio esta posibilidad. Esa editorial creó una colección llamada “Lápiz de Mina”, que está formada por libros solo ilustrados por mujeres. Ya había sacado un primer libro y el segundo es éste, Siete vidas imaginarias. Fue algo muy deseado. Entra dentro de la categoría de libro-objeto, por el cuidado, por su calidad.
¿Habías leído al autor, Marcel Schwob?
Sí, hace muchísimo tiempo. Lo conocía por El libro de Monelle. Y luego Marcel Schwob apareció muchas veces en nuestras conversaciones con Berta. Y creo que hubo alguien que quería hacer ilustraciones de El libro de Monelle y ella dijo que debía hacerlas yo. No sé, finalmente apareció en nuestras vidas y se concretó. En la presentación que hicimos en Buenos Aires hubo muy buen clima. Mucha gente me comentó –amigos y personalidades relacionadas con la cultura- que había una estupenda energía en la presentación. Y la lectura de uno de los textos por Norma Aleandro fue estupenda. Alguien me dijo también que presentar un libro es lo más parecido a una fiesta de cumpleaños.
¿Has ilustrado otros libros ilustrados?
La verdad es que no tengo tantos, sí algunas tapas. Tuve uno que ilustré para Ediciones de la Flor, Griselda adolescente, hace muchos años. Después ilustré la tapa de un libro de Vinicius de Moraes: Para una muchacha con una flor. La verdad es que ahora se me desató como una pasión, porque me gustó enormemente ilustrar este libro, trabajar el diseño gráfico, hacer el seguimiento y por último tener el volumen en las manos y disfrutarlo. Fue como una película de suspenso, porque parecía que ya estaba y de pronto había algún detalle de imprenta que requería una modificación y no estaba. Fue un placer maravilloso. Y es un objeto que te queda. Trabajo bastante el teatro, pero lo que se hace allí suele ser muy efímero. El libro es divino. Las muestras pictóricas también, pero el libro es más emocionante. Así que ahora quiero hacer libros. En la época en que la gente habla de que el libro desaparecerá yo quiero hacer libros (se ríe).
No, seguramente no desaparecerá. Porque es algo fundamental para la formación.
Y además produce con la lectura un acto infinitamente placentero. El que no accede al libro se pierde una actividad que proporciona mucho placer.
¿Cómo definís cuando te piden comentar cuál es tu profesión? ¿Artista plástica, diseñadora de vestuario, ilustradora?
A mi esas definiciones no me interesan, pero pongo artista plástica o diseñadora.
Trabajás mucho en diseño de vestuario. ¿Y escenografía? Porque muchos artistas plásticos se vuelcan a esa actividad.
No me gusta. Hice algunas cosas, ciertas ambientaciones, pero como digo: el mundo de los clavos no es el mismo que el crujir de las sedas. Hay en la actividad del escenógrafo como una parte de oficio que no tengo y no quiero aprender. Es algo que se relaciona con los constructivo, en algún momento determinado tenés que pasar por ahí. Y a mi no me gusta. A veces comparto ese trabajo con otra persona que se hace cargo de ese aspecto y entonces me animo, pero no es lo que más me gusta. Me parece que el vestuario es muchísimo más complicado, porque estás más tiempo con el espectáculo o con el actor, cantante o lo que sea. E involucra todo, desde el maquillaje hasta el peinado, es la impronta visual que te ubica en determinada época o lugar.
¿En qué tipo de espectáculos se valoriza más el vestuario? ¿Cómo es en la ópera por ejemplo?
En la ópera no demasiado, porque allí lo primero a destacar es el tema de los cantantes, cómo cantó, si lo hizo bien o mal, o del director orquesta. Se sabe que cuando se trabaja con alguien muy importante, aunque sea maravilloso lo que se haga, es difícil que se hable de tu trabajo. Si trabajas con alguien como Mstislav Rostropovich, lo cierto es que él –o cualquier otra figura de su nivel- es quien concentra la atención. Y lo mismo pasa si se trabaja con un cantante famoso. Al vestuario se le da más importancia en el teatro de prosa, en la danza, aunque es muy difícil también. Con Rostropovich trabajé en Lady Macbeth en Mtsensk y también en una puesta de Romeo y Julieta, con la coreografía de Vladimir Vasiliev. Era, creo, con una compañía lituana en Valencia. Y fui a mostrar los dibujos a Vasiliev a Roma. Y después viajé a Alemania a verlo a Rostropovich por un día, una cosa tremenda. Y se estrenó en Valencia. Estuve allí una jornada completa encerrada en el teatro, así que no pude casi ver la ciudad.
¿Quiénes influyeron más en tu formación como artista plástica?
Diana Tarsia, con la que empecé a estudiar a los nueve años, y luego Carlos Alonso. A los nueve tenía bastante definida mi vocación e hice una muestra a los quince en la galería El Laberinto.
Fue una muestra polémica, porque algunos protestaba por la presencia de figuras parecidas a las de El Bosco y jovencitos haciendo el amor.
Sí, alteraba un poquito los nervios que una niña hiciese esas cosas. Los tiempos han cambiado: hoy por esa muestra sería considerada una santa. Mucha gente que ve me dice que creía que era más grande de edad y le contesto que sucede que empecé muy joven. Tengo mis años, pero vengo sonando hace mucho tiempo, sonando deseo que para bien, no desafinadamente.
¿Alonso es un gran tipo, no?
Extraordinario, el otro día le mandé un ejemplar de Siete vidas imaginarias. El dueño de la galería en la que se presentó mi libro tiene mucha obra y está por editar pronto La Divina Comedia con todos los dibujos de Carlos. Él es un dibujante maravilloso. Carlos me corregía de una manera muy inteligente, pero luego vino a mi primera muestra y consideró que yo era ya una artista con un perfil personal, me dio su aval. Porque, claro, cuando estudiaba en su estudio dibujaba como él, estaba totalmente enganchada y fascinada con su estilo. Y eso es lo que pasa mucho con los artistas al empezar, hasta que uno encuentra su propia voz, su imagen.
¿Cómo fue tu experiencia con Robert Sturua en El luto le sienta a Electra?
Sturua es todo un personaje y un encanto. Te digo la verdad: tuve una reunión con él donde hablaba en ruso y Natasha, su traductora y asistente, me explicaba que decía. Y desde el primer momento le enganché el humor. Creo que su puesta de la obra de O’Neill tiene un alto sentido del humor. Alivianó el texto y lo jugó seriamente en lo teatral, pero con ese toque necesario de humor. Desde que hablé con él y le mostré los dibujos estaba muy entusiasmado, casi como un chico, y claro, después hubo algunas modificaciones, como ocurre siempre. Su cabeza entendía todo.
¿Estás en algún otro proyecto?
Me voy el 7 de septiembre a Madrid porque se abre temporada con Las bodas de Figaro, de Mozart. Es una reposición que hice en el Teatro Real de esa ciudad, con dirección de Emilio Sagi. Y después estoy preparando un espectáculo que se llama La Celia, sobre Celia Games, que irá en El Maipo. Esto lo dirige también Emilio Sagi, que es con quien trabajo normalmente en Europa y hago el vestuario. Con él, además de Las bodas de Figaro, estuve en El barbero de Sevilla, y estaré en Bilbao, por abril próximo, para intervenir en La viuda alegre, en el Teatro Arriaga, de Bilbao. Siempre como vestuarista. Y estoy preparando una exposición, que haré en octubre de 2015. Son todos trabajos nuevos, cuando expongo es todo nuevo, a menos que haga una retrospectiva como fue la de Bellas Artes o ahora una que me piden en la Universidad de Rosario. Ahí llevaré obras que tengo. Pero para una galería chica que expone unas 30 obras me gusta hacer trabajos nuevos, me estimula, me da máquina hacerlo.
¿Te estimula tener que hacer una exposición?
Si, sin duda me estimula, pero me gustaría tener más tiempo para trabajar en lo pictórico. La combinación de lo es teatro y otras cosas que hago, producción de fotos, el arte de distintos proyectos, etc., me llevan, sin embargo, mucho tiempo y me dispersan. Encontrar tiempo para decir “hoy me quedo en casa y dibujo” no es tan fácil. Porque también me gusta lo otro y eso es tremendo. Siempre hice cuatrocientas cosas al mismo tiempo, porque si no me ofrecen nada genero algo. Me gusta conectar a la gente entre sí y armar equipos de trabajo, me entusiasma.
¿Has hablado en otras entrevistas de tus sueños? ¿Qué importancia tienen en tu actividad artística?
Muchísima, porque sueño mucho y es como si tuviera otra vida paralela. Todos los días sueño historias, tengo viajes, hago espectáculos, es una cosa muy fuerte. Es como otra vida. Y en general me los acuerdo y si es muy intenso suelo acordarme en el momento y a veces durante el día. Alguien me comenta algo de una persona y me acuerdo de que soñé con él. Ahora tengo un proyecto, que quiero que sea editorial, que son como unas postales que tienen que ver con mis sueños: todas playas, imágenes de dimensiones distintas, un mundo como de las figuritas de brillantes, y mares y médanos, todo eso lo he estado dibujando durante años y ahora tengo muchas ganas de poder editarlo. Esperemos que pueda hacerlo.
“Renatísima”, la nombra el gran poeta Vinicius de Moraes en unas palabras que le dedica. “Su dibujo es como ella. Y ella es para mí uno de los seres más bellos (por fuera y por dentro) que me haya sido dado conocer y amar en este mundo feo, violento y neurótico en que vivimos”, remata. Está todo dicho.
A.C.