Entrevista a Leonor Manso:“Trabajar con lo humano me hizo comprender más la vida”



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Inteligente y, serena, Leonor Manso analiza en esta conversación esa larga y fructífera carrera que ha desarrollado como actriz y directora. Habla también de algunos difíciles momentos de su vida y como los enfrentó. Retrato de una artista integral, una verdadera luchadora.

 “Cuando el niño era niño, imaginaba claramente el paraíso, y ahora, cuando mucho, lo adivina.  No podía pensar una nada y ahora se estremece ante ella. Cuando el niño era niño, muchas personas le parecían bellas y ahora solo en ocasiones, de suerte”, dice un fragmento de un poema del gran narrador y autor teatral austríaco Peter Handke, que el director Wim Wenders utilizó en el comienzo de Las alas del deseo. Leonor Manso, nuestra querida y talentosa actriz y directora, utilizó  esos mismos versos para la obra Incriminados, también de Handke, que montó en 2010 en el Centro Cultural de la Cooperación. “Es un poema bellísimo -comenta Leonor-, que nos habla de aquello que fuimos en la niñez y perdemos de adultos. La obra aludía al hecho de que estamos incriminados por el tiempo en que vivimos desde que nacemos y nos interrogaba de algún modo sobre lo que hacemos o no hacemos con este tiempo. Me hizo muy bien hacerla.”


Ese tiempo en que vivimos, el que vemos a diario, sobre todo en las imágenes que nos vienen de Europa y los Estados Unidos –el tiempo despótico de  los que acumulan riquezas infinitas y no quieren compartirlas con los que sufren, con los que necesitan hasta lo más elemental- nos incrimina a toda hora, intenta hacernos sentir culpables de no acatar sus inequidades, de no aceptar mansamente ser sus víctimas. Nos acusa de indignarnos. Por eso Kafka, invirtiendo el concepto incriminador de una justicia que defiende a los poderosos de la rebeldía de los postergados, decía: “Los culpables son hermosos”. El arte es un viaje, a través de la imaginación, hacia la interpelación de ese tiempo en que vivimos, hacia su interrogación, cuando no hacia su cuestionamiento liso y llano. Es difícil que el arte verdadero no lo sea. En ese viaje, el artista retoma la libertad para la fantasía que tuvo de niño, pero reforzada con la capacidad para desmitificar que le provee su ingreso a la adultez.


Leonor Manso  es de esas artistas que ha emprendido ese viaje hacia la interrogación de su tiempo sin boleto de vuelta. Lo ha hecho desde su propio inicio como actriz, formada por sus maestros –en especial Juan Carlos Gené- en la idea de que el teatro estaba en el mundo para decir algo de la condición humana. ¿Cómo fue su infancia? Confiesa una infancia feliz, esa que imaginaba claramente un paraíso que hoy, cuando mira alrededor, no ve por ningún lado. Y, si puede adivinarlo, sabe que está muy lejos de ser alcanzado. Dice que nació en Mármol, en un lugar donde había muchos árboles y mucha luz. Luego sus padres, debido a que ella era muy delgadita, se trasladaron a vivir a Villa Ballester, porque suponían que el aire de ese lugar era más puro y podía ayudarla a crecer mejor.


La vocación surgió de una manera inesperada porque no tenía ningún antecedente familiar que la llevara a pensar en la actuación. Sí un primo, el actor y director Roberto Castro, que se reunía con un grupo de gente de teatro y la acercó al lugar. Eso ocurrió durante sus estudios secundarios.  “Me encantaba ese grupo porque allí leía y comentaba toda clase de obras sin pensar  ni tener la menor idea de que podía llegar a ser actriz –dice-. Bueno, después, y mientras seguía yendo a ese grupo, empecé  a estudiar Biología. Y cuando cursaba algunas materias y estaba en laboratorio no veía la hora de que llegaran los sábados porque eran los días que nos encontrábamos con el grupo. Entonces me dije: si me siento tan bien haciendo teatro, tengo que estudiar teatro. Y empecé a estudiar con el maestro Juan Carlos Gené y dejé la biología. Estudié cuatro años con él y al tiempo comencé a actuar en teatro.”


“Gené, además de enseñarnos el método Stanislavsky, nos hablaba de la ética y de la responsabilidad del actor –agrega-. Recuerdo que nos tomaba una especie de examen en el que, entre otras cosas, nos preguntaba si leíamos los diarios. Según él eso era muy importante porque nos permitía saber que pasaba en el país y el mundo y ese material nos servía para poder representarlo luego en escena. Ahora bien, eso que el actor incorpora como conocimiento es muy relevante, pero existen momentos en que estando en escena se te queman todos los papeles, situaciones que se nos vienen encima y debemos resolverlas con la intuición, con esa especie de antenita, a la que se refiere Charly García, que nos permite captar lo que debemos hacer. A mí eso me sucedió en mi primer trabajo teatral, El deporte de mi madre loca, de Ann Jelicoe. Tenía un personaje muy poético y lo que me planteaba era un reto para el que no me servían los instrumentos aprendidos al interpretar una obra de Arthur Miller o Jean Paul Sartre. Y salí al escenario muy asustada pero lo resolví. Después, y eso lo enseñaba también Gené, hay que ver teatro, porque eso enseña. Yo aprendí mucho viendo teatro. Eso enriquece y desarrolla la amplitud de miras.”


¿Con qué actores aprendió? “Con tantos –responde- Tuve suerte de trabajar con Alfredo Alcón. Y aprendí mucho. Con él hice Las brujas de Salem. O con Milagros de la Vega en la misma obra. Y en cine hice con ella La hora de María y el pájaro de oro, una película de Rodolfo Kuhn, en la época de López Rega, por la cual sufrimos amenazas y casi se interrumpe la filmación. Y en televisión en una versión de Crimen y castigo, donde Alfredo hacía de Raskolnikof, dirigida por Alejandro Doria. Se la ensayó un mes y después se filmó en otro mes. Y también tengo muy fresca en la memoria una actuación de Olinda Bozán en una película, Las locas, de Enrique Carreras, en la que también estuve. Era un papel chiquito en el que ella debía actuar usando un plumero. Es increíble en esa mínima intervención la capacidad de juego que, a pesar de estar ya muy enferma, desplegaba. Era una mujer llena de alegría y vitalidad. He aprendido de muchos colegas. Y nunca tuve prejuicios y anteojeras frente a mis colegas, eso lo aprendí de Gené. Me acuerdo que una vez le preguntamos qué actores consideraba entre los mejores del país. Y nos mencionó a Ubaldo Martínez. Nos sorprendió porque era un actor del teatro comercial. Y uno consideraba que lo que venía de allí no servía. Un grueso error. Tuve la oportunidad de comprobar lo que decía mi maestro porque trabajé con Ubaldo Martínez en una versión de Hamlet en la que yo hacía de Ofelia y él de Polonio. El protagonista lo interpretaba Rodolfo Bebán.”

“Prefiero el teatro”

En 2011, Leonor trabajó en televisión en El elegido, una tira televisiva con mucha repercusión de público donde su personaje y el de Patricio Contreras, que hacía de su marido, fueron abruptamente eliminados de la ficción mediante una ejecución muy comentada por sus seguidores. En esa tira actuaba también su hija menor, Paloma. En su larga carrera, Leonor ha aparecido con regularidad en los sets de televisión, pero con una constante que no todos los intérpretes logran: impactar con la encarnación de personajes que, de algún modo, por sus singularidades, por su intensidad, han seducido al público. “La televisión es un medio muy interesante porque llega a muchísima gente, cosa que no pasa con el teatro y el mismo cine –reflexiona. Pero, de cualquier manera, creo que el teatro es el lugar especial y especifico del actor, ese lugar donde no hay intermediarios, no hay técnica no hay nada más que el actor con el público y sin red. En el cine o en la televisión si te equivocas se vuelve a filmar. Por otra parte, en teatro hay más tiempo de elaboración. En el cine y la televisión ese tiempo casi no existe. Esa es la mecánica. De ahí que siempre me resultó compulsivo hacer televisión. Yo empecé en ese medio con Sergio Renán, con un papel chico en Madame Bovary, y luego tuve el papel de Matilde en Rojo y Negro. Pero en esa época ensayábamos una semana. No era mucho para esas obras, pero era más que ahora. Por eso, siempre he preferido el teatro.”


La preferencia es clara y evidente. En 2010 hizo Incriminados. Y en 2011 actuó en el espectáculo Los poetas de Mascaró, una ceremonia teatral en la que se leen trabajos de varios poetas argentinos contemporáneos y que convoca a actores como Ingrid Pelicori, Patricio Contreras, Alejandro Awada, Elena Tasisto y otros. De este espectáculo admite haber hecho su coordinación –no su dirección- y haberle dado, junto con Pelicori, una estructura dramática. “Amo a este espectáculo porque, como dice uno de sus poemas, nos permite ser mejores al permitir que la belleza ocupe la totalidad de nuestros corazones. Los actores salíamos felices de hacerlo y de la respuesta del público.”  También en 2011 actuó en el Teatro Regio en  El cordero de ojos azules, de Gonzalo Demaría, bajo la dirección de Luciano Cáceres, quien ya la condujo en su espléndida interpretación en 4.48 Psicosis de Sarah Kane. La obra, que describe una historia que ocurre durante la peste de fiebre amarilla en la provincia de Buenos Aires. “Me gustó mucho trabajar en esta obra –afirma-. Habla de unos personajes que están encerrados en una catedral, mientras la peste diezma a la gente afuera. Pero en la obra aparece también la peste de adentro. Es un texto muy hermoso que se refiere a nosotros, que nos sigue hablando hoy a nosotros. Mi personaje allí es ‘la canonesa’, así llamada porque fue la amante de un canónigo, de un obispo de la catedral de Buenos aires. Entonces, en forma despectiva, la nombraban de esa manera. Esos personajes son muy interesantes, muy ricos porque  nos  muestran que el ser humano  tiene miles de facetas y que depende de las circunstancias cuáles son las que desarrolla. El 12 de enero debutamos con esa obra en el teatro Fernán Gómez en Madrid, frente a la plaza Colón. Vamos hacer un mes de funciones en ese teatro y después haremos unas funciones en Bilbao. A su término nos volvemos.”

De actriz a directora

Después de muchos años de actuar, un día Leonor decidió también dirigir. “El culpable de que  me haya picado ese bichito es el querido y recordado Carlos Pais –aclara-. Estaba ensayando una obra suya que dirigía Lía Jelín, Extrañas figuras, y él venía a los ensayos. Y yo siempre para incomodidad de algunos directores, no fue el caso de Lía, me he interesado del total de la obra. Siempre he entendido que se está contando una historia entre todos y que cuanto más averigüe más se favorece al personaje. Yo no sé que diría en las charlas que tenía con Lía, que un día Carlos me dijo: ‘Vos tenés que dirigir. Y en la próxima obra que presente al San Martín te voy a proponer como directora’. Yo, tal vez pensando que era algo del momento, le dije que sí. Y fue así que me puse un tiempo después al frente de Noche de parias. Y dirigí y al hacerlo me di cuenta de que tenía muchos más conocimientos de los que creía”

 

¿Contribuye haber sido actor cuando se aborda la dirección teatral? “Creo que sí, porque, al volver luego a la actuación, te das cuenta que la mirada del director, que es la mirada del público, es fundamental –responde-. Ideas que el actor tiene acerca de lo que transmite pueden no ser así y el encargado de señalárselo es el director. Este es el que conduce el barco al puerto. El actor crea con su interpretación un mundo, pero el mundo total lo crea el director.” Una puesta muy consagratoria de Leonor Manso como directora, si bien hay otra excelentes, fue Esperando a Godot, de Beckett. “Estaba muy enamorada de ese texto y pensaba actuarlo, porque me enteré que había versiones en las que lo habían hecho mujeres. Hasta que conseguí los derechos y me pregunté quién podía dirigirlo. Y fui finalmente yo, aunque sacrificando mi intervención como actriz, porque no me gusta actuar y dirigir al mismo tiempo. Creo que impide al director tener esa mirada más completa de la que hablamos”, dice.


Ese abordaje de la dirección que había comenzado hace ya tiempo tuvo un nuevo desafío cerca de finales de 2011: la regie operística. “Me llamaron de Juventud Lyrica para dirigir la ópera Lucía de Lamermoor. Me insistieron durante un año, pero como no conozco nada de ese mundo pensé que no podría hacerlo. Pero me insistieron y acepté. Fue una experiencia extraordinaria.” 

La razón de ser actor

Respecto a su postura respecto a la profesión Leonor ha dicho: “En cierto sentido, creo que nunca me dejé atrapar del todo. Hablo de ser atrapada por esa maquinaria relacionada con la fama, la necesidad de estar siempre en un primer plano. Pienso que el trabajo del actor es efímero y me encanta que sea así. Me refiero sobre todo al teatro, porque bueno después quedan las películas, las grabaciones televisivas, pero a mi esa sensación de que alguien me vea en el futuro me resulta rara. En cambio, en el teatro lo que se hace ocurre aquí y ahora y con las personas que están viendo el espectáculo. Y allí puede, entre el público y el actor ocurrir algo mágico que después quien ha visto eso puede llegar a recordarlo toda la vida.”

 

Un trabajo efímero, pero apasionante, atrapador. “Muchas veces, a lo largo de los años, me he preguntado a veces para qué sirve esta profesión –sostiene Leonor-. Porque hay una primera etapa en la que uno se cree capaz de hacer todo, siente que quiere probarse tanto en el drama y la tragedia como en la comedia, pero luego llega un momento, por lo menos a mí me ocurrió, en que tampoco eso alcanza y es necesario entonces poner un freno a esa presión del ego, que puede llegar a ser insaciable. Por eso, cuando se descubre, en la emoción o la risa del espectador, el profundo efecto que una palabra, un gesto o una escena producen sobre las personas, allí se redescubre la verdadera utilidad de lo que hacemos. Esa es la función del actor, pero también del arte, y es cumpliéndola que enriquecemos o recuperamos nuestra humanidad, lo más hondo de ella.”


El rostro de Leonor Manso tiene una enorme serenidad y un dejo de nostalgia en los ojos que no es de ahora, aunque es posible que en los últimos tiempos se haya acentuado luego de la enorme pérdida que significó la muerte de su hijo mayor, en las terribles circunstancias que han sido de público conocimiento. Hay serenidad en su rostro, pero no mansedumbre. El apellido puede inducir a una idea falsa. Leonor es una mujer de un temple extraordinario, una gran luchadora. Si no fuera así, entre otras cosas, no hubiera podido soportar ese furibundo golpe de la vida.


En una entrevista que le hicieron en el diario La Nación le preguntaron de dónde había sacado fuerzas para resistir ese golpe. Y contestó: “No lo sé. Supongo que es mi vocación lo que me mantiene. Hay una aceptación. Una siente infinito dolor. Pero también siente que eso está y hay que vivir con esa piedra. Meterme dentro de los personajes, en temas de la humanidad ayuda. Trabajar todo el día con lo humano te hace entender un poco más de la vida. Sin duda algo pasa con tu alma.”


“Cuando el niño era niño muchas personas le parecían bellas”, dice Handke. Cómo no seguir viendo a Leonor con aquellos ojos puros de la infancia.

                                                                                                              A.C.