Entrevista a la periodista Olga Cosentino
En un diálogo mantenido en su departamento, la conocida periodista y ensayista nos contó detalles de ese gran libro que escribió sobre la vida y la obra del autor de Golpes a mi puerta, uno de los hombres de teatro más completos que dio la Argentina en el siglo XX. De cómo lo pensó y lo elaboró en los últimos años de vida del maestro. El libro se presentará en el Teatro Cervantes el 19 de noviembre a las 17 horas.
¿Qué sería la vida humana sin memoria, ese rastro del tiempo histórico que la fugacidad de los días no ha podido disolver del todo en nosotros? Apenas el puro y ciego fluir de las cosas sin conciencia ni testimonio de las experiencias mortales. ¿Cómo conoceríamos lo que fuimos, que es parte de lo que hoy somos, si no contáramos con ese cedazo mágico en el que se depositan misterios y episodios de la existencia convertidos en recuerdos, en remembranzas que nos permiten vernos y ver a los otros en distintas secuencias del pasado? Con la escritura, esa memoria, que en la antigüedad solo se transmitía por vía oral, encontró en los signos descifrables de cada idioma formas más seguras de legar sus tesoros. Ni hablar cuando esa posibilidad alcanzó el rango de la imagen y pudo registrar y contar los hechos a través de ella.
El enorme desarrollo de la cultura audiovisual y de sus diversas expresiones no impidió, sin embargo, que la escritura siguiera siendo en esta época uno de los caminos usados con mayor aplicación por la memoria para divulgar las inscripciones donde se captura lo evanescente, los secretos milenarios del universo que de otro modo hubieran sido olvidados. Lo prueba la regular edición de millones de libros en todo el mundo en los que, sea cual sea el género al que se acuda (poesía. ficción, ensayo, crónicas periodística, biografía y muchos otros), la memoria opera como elemento germinador de los trabajos que dejan evidencia de las imaginerías, sucesos o personalidades de relieve del mundo. Es verdad que no todo en ese aguacero de papel impreso que baña las cabezas de los lectores se halla siempre material de calidad. De ahí que, cuando aparece un buen libro, el regocijo invade al lector atento, no solo porque se eleva el nivel de las ofertas literarias, también porque se honra mejor a la memoria.
Mi patria es el escenario. Biografía a dos voces de Juan Carlos Gené, libro escrito por la periodista Olga Cosentino, es uno de esos textos que merecen tenerse en la biblioteca y ser leído a fondo en la seguridad de que no defraudará a quien emprenda la tarea. Una de esas obras que preserva de la amnesia a uno de esos microcosmos creados por la actividad humana que no merecía haber pasado por la Tierra sin dejar una huella de evocación fijada en palabras. Ese libro tiene dos columnas maestras sobre las que se apoya su excelencia: un gran personaje, que es el objeto de esa biografía, y una gran periodista, que sabe construir con su historia un trabajo de excepción. El personaje es Juan Carlos Gené, artista integral de la escena argentina fallecido el 31 de enero de 2012. Actor, autor, director, docente y fundador de grupos teatrales, la trayectoria de este creador, desde su debut como actor en 1951 con Unos heredan y otros no, de Pablo Palant, hasta su última puesta en escena en el Teatro Presidente Alvear (una versión del Hamlet de Shakespeare), es una de las más ricas y profundas de la Argentina y América Latina. Ese itinerario es relevado con exhaustiva precisión por Olga Cosentino.
La semblanza de Gené, y de su compleja y atractiva personalidad artística y humana, surge en este libro de un diálogo amistoso mantenido a través de muchos meses por la periodista y el creador, que está combinado con anécdotas, reseñas de espectáculos, textos teóricos y confesiones, fotos, cartas y testimonios de algunas personas de su círculo íntimo, como sus hijos Hernán, Paula y Valeria, o como la actriz chilena Verónica Oddó, su musa y compañera en la escena y en la vida durante sus últimos treinta años. Dividido en diez capítulos y un epílogo de Gené (extraído del material escrito que, junto a su archivo, le legó a Olga Cosentino), el volumen recorre todas las etapas de la vida del creador: su infancia, sus comienzos en el teatro, su militancia política, su exilio en Colombia y Venezuela, su regreso a la Argentina en 1993 y los casi veinte años finales de su carrera en su país. No hay página que no tenga un encanto particular: por lo que cuenta Gené, pero de modo esencial por la manera en que estructura el reportaje Olga Cosentino, donde el diálogo cede a menudo espacio a la descripción minuciosa y exquisita de detalles que se producen durante la entrevista o a la introducción de apuntes informativos o reflexiones sobre aspectos de los hechos que van apareciendo en la narración de quien responde a las preguntas. Todo escrito en una prosa de estilo límpido y terso que, sin embargo, no deja de inflamarse en distintos pasajes por comentarios apasionados y una clara admiración y emotividad por el personaje que se retrata.
En una charla con Revista Cabal, Olga Cosentino nos comentó que empezó las primeras entrevistas con Gené a fines de 2009. “Había escrito antes de este proyecto un par de libros de entrevistas a dos colosos del teatro argentino: Eduardo ‘Tato’ Pavlovsky y Alfredo Alcón. Y pensé que a la editorial que me los publicó podía interesarle otro trabajo que tuviera a Gené como figura central. Un pasado artístico más rico que el suyo me parecía imposible. Pero me dijeron que no, tal vez porque estaba completo el cupo de títulos que querían sacar. Y me quedé con ganas de hacerlo. Y como a esa altura tenía una relación amistosa con Gené le propuse empezar a trabajarlo sin saber en qué editorial lo publicaríamos, que finalmente fue Corregidor. Y él me contestó que sí y empezamos a grabar nuestras conversaciones casi enseguida. Gené ya había pasado los ochenta años, pero no le habían diagnosticado aún (fue en junio de 2011) la enfermedad terminal que lo condujo rápidamente a su muerte en enero de 2012.”
Además de los textos de la entrevistas, Cosentino utilizó también para su biografía material (como se consigna más atrás: reseñas, textos teóricos, confesiones) que Gené le había proporcionado, pero no en su totalidad. “Usé más que nada aquello que se relacionaba con lo específicamente teatral: críticas, referencias, trabajos manuscritos de él –aclaró-. Llevaba de cada puesta cuadernos muy prolijos, donde daba detalles de ellas, de lo que había significado afrontarlas, de las insatisfacciones que a veces le provocaban sus resultados y de las búsquedas que se había propuesto. Todo eso está volcado en el libro, no literalmente, sino procesado. Y después hay un elemento de su archivo digital, que lo transcribí textualmente en el final del libro con el título de ‘Epílogo’. Era una especie de bitácora o de diario, no rigurosamente escrito día a día, sino en ocasiones con baches de meses enteros. Arranca su escritura un tiempo después de cumplir setenta años, cuando empieza a pensar en su final. Entonces, la riqueza de ese texto, que está íntegro, es por momentos conmovedora, por momentos apabullante, porque transmite la serenidad de un hombre sabio ante la conciencia de que se va a morir. Normalmente transitamos toda la vida sabiendo que nos vamos a morir. Desde los cinco o seis años un ser humano ya sabe que su vida es finita, pero de algún modo lo va ignorando. Y existe un instante, cuando se acerca el final, sobre todo en los hombres sabios, en que esa certeza se convierte en una fuente de reflexiones riquísimas. No te voy a contar lo que dice porque es una sensación que hay que experimentar leyendo el libro.”
“A Gené le interesaba la fugacidad y la muerte como una característica esencial del teatro. Y se refería a ello con frecuencia. Como la vida misma, el teatro nace para morir, pero en una trayectoria mucho más breve, que es la función realizada en una noche. A tal punto sostenía que lo más genuino del teatro era esa fugacidad que, por ejemplo, detestaba los videos del teatro, todo lo que intentara registrar de algún modo definitivo ese fenómeno único que es el hecho escénico vivo. Pero, aun contradiciéndolo en algún sentido, soy una convencida de que algún registro debe quedar. Si todavía hoy nos fascinamos al encontrar una piedra tallada como registro de una civilización perdida, cuánto más necesario es obtener el testimonio que sea, un libro, un video o cualquier otro soporte para mantener la memoria. Porque la memoria tiene que ver con nuestra identidad y entonces todo lo que se pueda hacer al respecto es poco.”
“Considero que escribir este libro es como haber tirado una botella al mar para ver si hay gente que encuentra el mensaje y pueda seguir trabajando sobre eso –afirmó Cosentino-. Ojalá sea un estímulo, sobre todo para las jóvenes generaciones, y en especial sus discípulos, para que generen nuevos testimonios, prolongaciones de lo que él proyectó. Yo empecé a hacer este libro sin apuro, nadie pensaba, ni siquiera él, aunque ya había empezado a escribir ese cuaderno que publiqué bajo en nombre de Epílogo, que se iba a morir tan pronto. Y, de pronto, los tiempos se aceleraron. Y él se enfermó. Me acuerdo que en los días en que se enteró de su enfermedad me llamó por teléfono y me dejó el siguiente mensaje: ‘Tengo algo urgente que decirte. Llámame cuando puedas’. Y enseguida sospeché que algo nuevo, no precisamente grato, tenía que decirme. En ese momento estaba en el consultorio de la dentista y al salir me dirigí al bar La Poesía, a la vuelta de su casa, adónde me citó una vez que pude comunicarme con él. Me dijo que le habían diagnosticado un cáncer metastásico de mal pronóstico, con una supervivencia estimada en no más de un año y medio. Duró menos. Le pregunté, entre algunas otras cosas que recuerdo de aquella charla amarga, si seguiría con los ensayos, ya muy adelantados de Hamlet. Y me contestó que seguiría trabajando mientras pudiera. Y pudo asistir a su estreno en agosto de 2011.”
Le consultamos a Olga si Gené llegó a leer el libro terminado. “Casi todo, salvo las últimas charlas, que no las leyó. Pero fue consciente, a pesar de que la enfermedad estaba avanzada, de que estábamos hablando para el libro. Y él sabía, cuando le hacías una entrevista, lo que quería decir y lo que no quería decir. En eso no había con qué darle. En ese sentido estoy tranquilo de que todo lo que hablamos podía publicarlo. Sobre lo que tuve alguna duda fue respecto de este material que me entregaron los hijos cuando muere y del que me hizo legataria él. Publiqué, como dije, lo que tenía que ver más con lo teatral. Y ese documento que estaba en su computadora donde hace un balance de su vida y que titulé: Epílogo. Porque reflejaba con exactitud el pensamiento y la visión del mundo de ese hombre del teatro y la cultura que fue Juan Carlos. Y también porque tenía una clara voluntad testamentaria. Nadie escribe con ese compromiso, esa profundidad y esa delicadeza si no es pensando en hipotéticos destinatarios del mensaje.”
La última entrada de ese cuaderno de bitácora fechada el 9 de noviembre de 2011, apenas ochenta y tres días antes de su partida definitiva, tiene estas líneas finales: “Siento (se lo dije en estos días a Vero) que está naciendo alguien nuevo. Quizás esté naciendo porque voy a morir. Gracias a todos por todo. A la vida.”
Alberto Catena