Entrevista a la escritora Patricia Suárez
En una charla mantenida con Revista Cabal en el bar del hall del Teatro de la Comedia, poco antes de comenzar la función de su obra El escorpión, la conocida narradora y autoral teatral se refirió a este texto suyo y a otros que ha terminado en los últimos meses. Inteligente y vivaz, Patricia Suárez es una cultora del diálogo y lo utiliza tanto para expresar sus opiniones sobre la vida y el arte como para tomarlo como nutriente del lenguaje de algunas de sus obras. En esta charla solo apeló a él para aludir a algunas de las condiciones o sensaciones con las que se debe encontrar para lograr que su escritura despegue.
Los relatos de las abuelas, como todos lo saben, han sido para distintos autores de la literatura fuente de inspiración importante a la hora de escribir algunos de sus obras. El ejemplo más conocido en los últimos tiempos, aunque no el único, es el de Gabriel García Márquez, en su novela Cien años de soledad. Patricia Suárez reconoce que, en su caso, esa influencia es clara en la trilogía teatral El escorpión, La tarántula y Natalina, esta última Premio Argentores Latinoamérica de 2011. Las tres piezas proceden de la leyenda familiar de su abuela paterna, una mujer inmigrante italiana que se radicó en la zona rural de Santa Fe en las primeras décadas del siglo pasado. Y, si bien fueron escritas para ser representadas cada una en forma autónoma, están entrelazadas entre sí y pueden leerse como un cuerpo único.
Patricia cuenta de su abuela lo siguiente en la contratapa de un libro en el que han publicado los tres textos: “Viví con ella muchos años y es una voz que me habla cuando escribo teatro. Durante todos esos años de convivencia me contó sobre su juventud, sus padres, su condición de inmigrante, su relación con la tierra, su familia. Las historias de familia son un rosario de contradicciones. Fui recogiendo información a través de mi padre y conjeturando sobre cómo pudo haber sido aquel instante en el país y haber alcanzado una cierta prosperidad campesina. De esta manera, construí bajo mi cuenta y riesgo un mapa sentimental de la Pampa Gringa.”
Escorpión, que desde hace un poco más de un mes se representa en el Teatro de la Comedia, es una de esas pinturas familiares extraídas de ese universo rural allá por 1947, un fresco tratado con mucho humor y muy buena reconstrucción de época, personajes y lenguaje, pero pleno también de ripiosas y tensas situaciones entre los tres hermanos que se dan cita en una casa de campo a la muerte de su padre y tienen muchas facturas que pasarse, viejos rencores y deudas que consideran agravios a su espíritu. En la versión que ofrece el Teatro de la Comedia, con dirección de Claudio Aprile, se distingue con vuelo propio la excelente actuación de Marisa Costas como Isotta, el más atractivo personaje de la obra y el que tal vez se acerque más al orbe sentimental de la autora por representar en parte a su abuela.
Narradora múltiple y prolífica (es autora de infinidad de cuentos infantiles y para adultos), novelas, más de cuarenta obras de teatro y ensayos, Patricia Suárez parecería encarnar a la perfección aquella frase de un personaje de la novela La luna y seis peniques, de Somerset Maughan: “La vida es un pretexto para escribir”. Divertida, distendida y siempre dispuesta al diálogo, Patricia cree que, más que un pretexto, escribir es un camino para abrirse a los demás y en ese proceso abrir la propia cabeza. “Y eso siempre sirve para la vida”, confiesa. Ha recibido muchos premios por sus trabajos en teatro y narrativa, pero ningún género le tira de un modo tan especial que lo haga olvidar del otro. “Cada obra encuentra el género que le corresponde. Eso uno lo descubre.”, afirma.
Y reconoce que teatro no podría hacer otra cosa que escribir. “Yo vengo del mundo de la escritura y no sé hacer otra cosa que escribir, no sé actuar ni dirigir. Y creo que si lo hiciera, lo haría muy mal. Por otra parte, lo que más me asombra del teatro es su posibilidad de resignificarse en forma permanente. Para mí esa virtud es del orden de la magia, de lo misterioso. Es maravilloso que una obra que Aristófanes escribió hace 2000 o 2500 años todavía nos haga reír como a los espectadores de su tiempo. El escorpión es una pieza que fue estrenada en Rafaela en mayo de 2013 por un conjunto local. Y recuerdo que esa versión me gustó, era muy emotiva. Pero a ésta le encuentro otras cosas que me conmueven, por ese fenómeno del que hablábamos de la resignificación.”
“Recuerdo que mi abuela siempre me contaba –sigue Patricia- que su hermano le había robado siete cuadras de tierra. Cuando ella y su hermana descubren esto, lo ven en las escrituras, deciden hacerle un juicio al hermano por estas tierras que habían sido heredadas. Y a último momento se echan atrás por el deshonor que eso implicaba para la familia. Ella me hablaba regularmente de su hermano. ‘Hay Fiore, mi hermano’, decía. Y agregaba enseguida: ´Pero me robó siete cuadras.’ Nunca olvidaba ese agravio, un rasgo muy femenino y a la vez muy de los tanos. Mis abuelos eran gente de origen humilde. Las familias italianas afirman siempre que lo primero es la familia, pero adentro del grupo se pelean duro, se tiran unas bombas terribles. Yo tengo, del lado de mi madre, una familia judía y allí el trato es más respetuoso, el enemigo está afuera. “
En referencia a aquello de que las obras de Aristófanes todavía nos hacen reír o las tragedias griegas nos conmueven aun hoy, Patricia Suarez reflexiona: “Es que, en realidad, los seres humanos tenemos la fantasía de que hemos progresado a través del tiempo y que somos mejores que los babilónicos o los propios griegos. Y, en verdad, en lo que hemos avanzado es en el plano de la tecnología, del conocimiento y dominio de la naturaleza exterior. Pero en lo que es propio de lo humano, en lo emocional, en la relación con los otros, no hemos progresado mucho. Tenemos mejores leyes para defender a los derechos humanos, pero la violencia, el desprecio o la indiferencia hacia los otros se puede encontrar en la mayor parte del planeta. Y en estos días basta con mirar cómo se comporta Europa con los inmigrantes.”
“Me parece que lo que cambian a través del tiempo –prosigue- son los ciertos paradigmas culturales. En estos días se hizo un asado en la avenida 9 de Julio. Tal vez dentro de 200 años tal vez digan que los argentinos de esta época éramos brutos y salvajes por hacer un festival en ese lugar. Ha cambiado la idea de qué debe hacerse frente al dolor. Ahora se te murió un ser querido y te dicen: ‘Bueno, seguí trabajando, poné la cabeza en otro lado, olvídate.’ Ya no se respetan los duelos y se considera una evolución si alguien vuelve rápido a su oficina. Las mujeres del pueblo ‘dani’, de Papua (Indonesia), se cortaban una falange de cada dedo por cada hijo que perdían. Uno podía pensar eso como una brutalidad, pero intentaban expresar literalmente el dolor por la pérdida del hijo, que era como una parte de su cuerpo. De ese extremo, se ha saltado a la indiferencia, al intento de negar el dolor, como si no fuera parte de nuestras vidas.”
Patricia escribe mucho, pero sin planificación ni disciplina, confiesa. “La escritura honesta no se puede planificar –continúa-. Uno no puede decir: mi obra magna será la del año que viene. Tendrá tres personajes, uno será rey y los otros dos no. Sigo viviendo la escritura como algo misterioso y a menudo frágil. Hace un tiempo me llamó una editora de novelas para chicos, una mujer que hace unos libros preciosos. La editorial es muy chiquita e independiente. Y me pidió que escribiera un cuento sobre unos niños que pudieran ser personajes que entran en un mundo de fantasía: el del origami (arte de origen japonés que utiliza unos papeles especiales para obtener figuras y formas). Ella vende el origami junto con los libros. Me puse a escribir contentísima y redacté un capítulo que le di a leer a mi hija, quien me dijo: ‘Es un poco pavo, pero para chicos de nueve años está bien’. Ella tiene trece. Se lo mandé a la editora y me citó. Y me confesó que esa página y media que le había enviado (el libro debía constar de unas cuarenta), no la conformaba, que esperaba otra cosa. Y me preguntó cómo seguía después el relato. Y de qué manera iban a entrar los chicos a ese mundo. No lo sé, le contesté con toda sinceridad. ‘Si yo supiera todo eso el libro ya estaría escrito. No lo sé, tengo que entrar allí y explorar’, añadí. La gente tiene muchas fantasías sobre cómo es la escritura, entre otras que todo escritor tiene un plan que puede ejecutar en 24 horas, como si produjera facturas para una panadería. El escritor no sabe nunca todo de antemano, mientras escribe se hace preguntas sobre el tema y la escritura misma, se interroga qué pasará si toma tal camino y no otro. A mí en teatro me gusta ir descubriendo cómo se van dibujando los personajes y, de pronto, por qué se ocurre desatar una situación truculenta.”
Le preguntamos a Patricia si hay, sin embargo, algún elemento disparador en el proceso por el cual se lanza a escribir. “Necesito, sobre todo, que haya una historia conmovedora, que me toque el corazón. Por ahí es mía o, de pronto, de otro, porque escucho mucho a la gente que me cuenta cosas. Mi hija, por ejemplo, me relató la historia de una tía abuela de su padre, de cuando era niña. Y me pareció fantástica y la hice mía. Una vez me propusieron hacer una obra de teatro que consistía en un viaje en tren por la Patagonia. Los dos personajes principales eran un anarquista mayor y una mujer joven devota, pero envueltos en una aventura parecida a las del Far West, con romance, política y peligro. ¿Qué más?, les pregunté Les doy la computadora y háganla ustedes, les dije. Para peor, resulta a veces que los actores no son grandes lectores y con frecuencia te piden en los talleres historias que ya han sido escritas, pero que ellos ignoran que existen y por las cuales ni siquiera tendrían que pagar derechos.”
Entre sus trabajos más recientes, la escritora anuncia una obra de cuarenta páginas a las que define como muy locas. “Yo vivo en Barracas y un día voy a una juguetería de la avenida Montes de Oca –cuenta- y veo que sobre la vitrina tienen unos bebotes. Uno decía Eduardito y era grandecito y al lado había un modelo más chiquito designado como Gerardito y otro igual al costado igual de grande que Gerardito pero negrito. Y no tenía nombre, decía nada más que: ‘negrito’. Y yo pensaba: el dueño de esta juguetería es el diablo, porque qué manera más eficaz de inocular el racismo que de este modo. Y a partir de eso se me ocurrió una obra sobre el diablo y una juguetería que tiene, algo muy delirante que no sé si se puede representar. Tal vez pueda hacerse en teatro en la línea de un esperpento a lo Valle Inclán. Si no se convertirá en una novela. Y allí quedó. Y unos amigos españoles a los que les gusta lo que escribo, me encargaron una obra sobre las maestras en la Segunda República. Y debo partir de cero, porque solo de películas y novelas tengo referencias de ellas y debo ponerme a investigar. Y hay que ver, porque en el proceso te puede pasar que algo te emociona mucho y podes escribir. O puede no pasarte nada y todo fracasa. Es el dilema de lanzarnos a escribir, si algo no nos conmueve difícilmente podamos avanzar. El tema me gusta, pero debo ver si en el proceso encuentro ese factor que logra que la escritura se haga definitivamente irresistible.”
También está preparando un libro de recetas sobre mermeladas, que irán acompañadas de un cuento. “Ponga veinte centavos en la ranura y vea el mundo color de rosa”, decía el gran Raúl González Tuñón. Nosotros podríamos parafrasear ese verso diciendo para el caso: si quiere sentir la vida un poco más dulce, chispeante y entretenida, lea las recetas de mermelada y los cuentos de Patricia Suárez. No se arrepentirá