Entrevista a la actriz Leonor Manso
Durante una media hora de charla sustanciosa y amena, la gran actriz argentina nos detalló aspectos de su trabajo tanto en la televisión como en teatro. En éste último rubro está haciendo un espectáculo en homenaje a la poeta Leonor García Hernando y también una obra del autor alemán René Pollesch, que con una impronta muy anticonvencional retrata a un mundo al que le falta más de un tornillo.
Se levanta todos los días temprano, entre las 5,30 y 6 horas de la mañana, para llegar a las 7 horas a la sede de la empresa Polka, en Córdoba y Jorge Newbery, Capital, desde donde la llevan hacia Martínez, a Argentina Sono Film, el antiguo estudio cinematográfico fundado en 1933, hoy transformado en productora y distribuidora de cine. En ese lugar graba todos los días distintas escenas de su personaje en la telenovela Los ricos no piden permiso, una ama de llave de los dueños de casa que funciona como una suerte de nexo con el mundo de los de abajo, el personal de servicio. “La situación me hace acordar a Babilonia, la obra de Discépolo, pero hecha en código de telenovela”, nos dice Leonor Manso, quien ha llegado hace unos minutos al café del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. La entrevista se concertó a las 19, 30 horas, una hora y media después de haber terminado su labor en la productora. Y está allí puntual. Confiesa que esa rutina diaria la cansa, pero que le gusta mucho el grupo de trabajo que se ha formado para hacer la tira, en el que hay muchos jóvenes cuya experiencia solo es la televisión y algunos profesionales que, como ella, también hacen teatro.
El ajetreo en la T.V. no le impide sin embargo estar espléndida. Se la ve entera, siempre con muy buena disposición para el diálogo inteligente y con un humor que no ha perdido a través de los años, más allá de algunos dolorosos y no lejanos trances con que la ha enfrentado la vida. Es que Leonor ha sido siempre una mujer de lucha, una actriz que, a su enorme talento interpretativo, ha sumado en todo momento un alto sentido de la responsabilidad y una voluntad indeclinable por el trabajo, en gran parte producto de su pasión por el oficio. Y sabe que cuando hay posibilidades de actuar no se le debe sacar el cuerpo al esfuerzo, sobre todo en momentos como éste en que las ficciones argentinas se debilitan en la pantalla chica y el gremio de los actores teme por un período de vacas flacas.
Pero Leonor no ha dependido en su larga trayectoria nada más que de la televisión, siempre ha existido en su agenda laboral papeles para componer en el teatro, que ha sido su principal espacio de creatividad, y también en el cine. En este medio, y justamente en el legendario estudio de Sono film, actuó en Las locas, dirigida por Enrique Carreras. Tenía alrededor de 26 años. “Si tuve la suerte de conocer ese lugar en su anterior función y en esa película trabajé nada menos que con Olinda Bozán. Estaba grande y ya enferma, pero era una maravilla. Su papel era el de una loca que creía que su plumero era un perro. Recuerdo una escena inolvidable: el director le dijo en un momento del rodaje que debía recorrer un pasillo del pabellón en que estaban y luego acostarse en la cama con el plumero. Ella lo escuchó y le respondió: ‘Sí, señor’. Y marchó hacia la cama. Y al meterse entre las sábanas, detectó que en la pared de atrás había una foto con el rostro de Alain Delon colocada por la gente de utilería. Y entonces, ella, después de mirarlo, se metió en la cama y antes de taparse cantó: ‘Delon, Delon, que grande sos.’ Nadie le había indicado eso, ni estaba en el libreto, pero lo hizo porque su imaginación se lo indicó. Eso es actuar. En las escuelas de teatro te enseñan un montón de cosas, pero de pronto ves a una actriz así, que viene del circo, que está en el origen de nuestro teatro y que se casó a los 14 años con Pablo Podestá, y te produce un alumbramiento especial, un aprendizaje que solo se consigue en la experiencia, observando a esa clase de figuras.”
En estas últimas semanas, Leonor estrenó en calidad de actriz dos nuevos espectáculos: Absorta y desnuda, que va los domingos a las 18 horas en la sala Raúl González Tuñón del CCC, y Esposas de dictadores l, del alemán René Pollesch, que se representa de miércoles a domingo en el Centro Cultural San Martín. El primero de esos títulos está basado en poemas de Leonor García Hernando, artista fallecida en 2001 a la edad de 46 años y vinculada al grupo Mascaró. Le preguntamos si conoció a esa autora y nos cuenta: “Sí, recuerdo que la vi una vez hace varios años en el bar La Paz y que se me acercó para proponerme que interviniera en la presentación de un libro de ella, creo que La enagua cuelga en la pared, para que leyera con seguridad alguno de sus poemas. Estaba con una boina roja que solía llevar y tengo esa imagen de ella. Después, no me acuerdo por qué circunstancia, no estuve en esa presentación, pero cuando hicimos Los poetas de Mascaró sí tengo presente que incorporamos al espectáculo versos suyos. Aquella fue la única vez que la vi. En Absorta y desnuda la evocación de sus poemas es más integral, toma los que aluden a su infancia y adolescencia y otros más próximos a la edad madura. Eso porque cuando hicimos Los poetas de Mascaró, en 2011, elegimos de ella los poemas que hablaban más de sus vivencias de los años setenta.”
Leonor junto a Ingrid Pelicori hicieron la dramaturgia del espectáculo, una tarea similar a la que ya habían hecho en Los poetas de Mascaró y Ahora todos somos negros, éste último de 2005 y cuyo título se inspira en un poema de Diana Bellizzi. Los textos poéticos elegidos aludían todos a los sucesos de 2001. “Ahora -continúa- tuvimos la oportunidad de un trabajar con esta poeta, que no es muy difundida entre el público masivo, pero sí muy conocida y reconocida entre sus pares. Por eso nos gusta hacer esto, porque despierta también el interés por su lectura. A mí me pasa leyendo los poemas de Leonor García Hernado que algunos de sus pasajes me arrasan el alma, me estremecen. Uno de esos versos que me conmueve es: ‘El deterioro era esa sola palabra: dame, dame, dame algo. Bien mirado, lo que desvanece la franja negra de los corazones. Lo que se mira, también hace un destino.’ Leer eso me mata.”
¿Qué ocurre con la obra de Pollesch?, le preguntamos. “Es realmente una experiencia distinta -comenta-. A los pocos días de leer la obra, lo llamé al director, Luciano Cáceres, y le dije que no entendía nada. Y me tranquilizó diciéndome que no habría problemas, que trabajando se resolverían mis dudas. Luciano ya me dirigió en 4.48 Psicosis, de Sarah Kane, que fue para mí una experiencia extraordinaria, de un teatro distinto. Él también montó ya otras dos obras de Pollesch: Sex según Mae West (2007) y Ciudad como botín (2008) y a partir de allí se convirtió en el director preferido del autor en la Argentina. Cuando el San Martín quiso comprar los derechos de esta obra Pollesch puso como condición para aceptar que la dirigiera Luciano. Parece que él da como indicaciones exactas de cómo deben hacerse sus piezas. Y todo el elenco que actúa en Esposa de dictadores l ya estuvo con él en las puestas anteriores, de modo que venía entrenado. La única nueva en el grupo era yo. Y fui mirando lo que hacían los demás, todos ellos muy disciplinados y talentosos, e intentar ver lo que a partir de cada texto me salía. Y empecé al mismo tiempo a hacer observaciones. Por ejemplo, si había una situación propia de circo la marcaba. Y Luciano, que es un director muy inteligente, me dejó hacer y luego amalgamó todo”.
Refiriéndose a la complejidad del teatro de Pollesch, reflexiona: “Se trata de uno de esos autores contemporáneos que no deja convención vigente de teatro en pie, trata de modificar todo. Mezcla el teatro, la competencia del teatro, los roles, el tema de los hijos y la familia, la sexualidad, las denuncias al capitalismo. Y en medio de este delirio desarrolla cosas geniales, con mucho humor, con mucha verdad. Para mí es riquísimo lo que plantea. Es un autor que seguramente, como ocurrió con Beckett en su momento, requiere tiempo para ir asimilándolo. Todas las noches, al terminar la obra, hablamos entre las actrices y nos decimos: esto es un delirio como el que vivimos afuera, nada más que éste no nos hace daño. ¿A vos no te parece que estamos todos locos? Aquí y en el planeta. ¿Adónde vamos con tantas guerras, expulsiones de personas de sus territorios, hambre, necesidades para millones de personas? Cada día que pasa el mundo es más incierto. Yo en un momento de la obra me pongo unas chatitas y hago de enana, pero fingiendo no serlo, cuando es imposible disimularlo ante la altura de las otras dos actrices, que son muy altas. Y eso es lo que hacen los políticos en forma permanente. Te dicen: esto es verde. Pero, vos lo ves y decís: no, eso no es verde, es anaranjado. Pollesch dice que la destrucción de la familia es una fase más del capitalismo. Es verdad. Vos te separas y tenés que comprar otra casa, otra heladera, otra cama, le das trabajo al capitalismo, consumís y le generas cada vez más ganancias, que es lo que quiere.”
Leonor se detiene de pronto y se queda pensando, preocupada. “En un pasaje de la obra, el autor le hace decir a un personaje: ‘En una época los hijos eran el seguro de los padres. Y ahora tengo que ir arrastrando a este adefesio por los teatros para ver si trabaja’. Los chicos actuales no tienen ocupación y cuando la consiguen se desempeñan con contratos cortos y durante muchas más horas de labor que las 8 que nosotros habíamos obtenido. Mucha gente murió en el siglo pasado por las 8 horas y ahora se trabaja entre 10 y 12 horas por día. Nuestra generación afrontó distintas dificultades en la vida, pero teníamos otras posibilidades y pudimos ayudar a nuestros padres. Hoy eso no lo pueden hacer los jóvenes de estos días. Me inquieta el mundo que le dejamos a nuestros hijos, a la gente joven. A su manera, con una comicidad muy ácida pero demoledora Pollesch cuenta eso. Por eso me gustó tanto el desafío de hacer una pieza suya.”
A.C.