Entrevista a Jorge D’Elía: un hombre entero
Todas las vidas producen cenizas y diamantes. De lo que hagamos frente a esas vicisitudes, de cómo nos comportemos ante las alegrías y los dolores, dependerá aquello que somos, la sustancia de nuestro espíritu. El conocido actor Jorge D´Elía cuenta aspectos de su existencia y de qué manera los enfrentó. Un relato apasionante y a la vez duro.
Una vida plena en experiencias suele ser enriquecedora para el hombre. Y, aunque los individuos son diferentes y pueden comportarse de manera distinta frente a hechos que son similares, en general se acepta que el conocimiento amplio y diversificado de lo que es la existencia, de sus múltiples rostros y aspectos, aguza en el hombre inteligente –no en el que se ha formado débil y propenso a dejarse manejar- el instinto de preservación. La rutina, lo repetido, con todo lo que transmite de sensación de seguridad, pues induce a pensar que nada cambia y no hay que inquietarse, lleva con frecuencia a la monotonía, a la mediocridad, a la opacidad de los sentidos y la mente.
Detrás de aquella revelación: “Confieso que he vivido”, que Pablo Neruda utilizaba como título de su famosa autobiografía, se adivinaba ya, antes de que el lector pudiera atravesar gozoso sus páginas, la intensidad de una existencia que había tenido distintos avatares, algunos fascinantes, otros dolorosos. En el pasado y en el hoy del talentoso actor, director y dramaturgo Jorge D’Elía es posible también percibir, a poco que se escuche con atención el relato de sus experiencias, una vida de cambiantes y ricas vicisitudes, en ocasiones tan duras que es lícito pensar que solo una enorme fortaleza de espíritu pudo ayudar a superar y a no resquebrajar ese perfil de artista batallador, rebosante de energía y buena onda, que muestra en sus bien puestos 73 años.
D’Elía, quien intervino entre sus trabajos más recientes en la tira televisiva de El elegido, nació en La Plata el 28 de abril de 1938. Hincha del “pincha”, como la mitad de los habitantes de esa ciudad y jugador de básquet en todas las categorías, confiesa haber tenido una infancia poco agradable. Su madre se fue del hogar cuando era un niño dejándolo a él y sus dos hermanas al cuidado de su padre, un panadero muy trabajador pero que no se ocupó para nada de sus hijos. Sus hermanas fueron a vivir con unos tíos y él, además de ayudarlo a su padre en los diferentes y siempre decadentes boliches que montaba, pasaba gran parte del día en la calle.
Pero, una conciencia clara de que no debía andar por el mal camino, hizo que desde chico se dedicara a estudiar y terminara la primaria y secundaria, esta última de noche mientras trabajaba. Luego ingresó en la facultad de Arquitectura y abandonó cuando estaba por entrar a cursar cuarto año y había recibido ya un Primer Premio de Anteproyectos para la realización de la Terminal de Ómnibus de la ciudad de Azul (conjuntamente con quien años después diseñara el Estadio Único de La Plata, Manuel “Nolo” Ferreira). De esos tiempos de la infancia recuerda cuando en un piringundín llamado La Querencia vio a los 7 años a un cómico que se llamaba Rulito, que después no fue otro que José Marrone. “Como yo era hijo de Pedrito, el panadero que estaba a la vuelta de la estación del Roca y que hacía todas las medialunas para los boliches de la zona, me dejaban entrar”, dice. A su madre la volvió a ver recién cuando él tenía 39 años y tuvo que ubicarla, estaba en Lanús y casada otra vez, porque se había muerto su padre y tenían que hacer la sucesión de una casa donde vivía su hermana. Sus padres se habían separado, pero no divorciado.
Por los años del secundario comenzó a jugar al básquet en el club Teléfonos del Estado y allí y en las canchitas del fútbol que había en los alrededores del Colegio Nacional empezó a hacer sus primeros amigos. “Uno de ellos era Carlos Martínez, ya fallecido, y el otro el doctor Julio Velázquez, que es actualmente cirujano maxilofacial en odontología. Y allí salvé mi vida, porque su familia me acogió casi como un hijo más, me dio protección. Eran personas extraordinarias, cálidas y solidarias. El padre de Julio era Luis Horacio Velázquez, un escritor muy conocido y autor, entre otras obras, de la novela Pobres habrá siempre, que Carlos Borcosque llevó al cine.
Viaje por Europa
Antes de empezar Arquitectura, a los 21 años, Jorge decidió irse a Europa en viaje de aventura. Estaba en los finales del bachillerato, de noche, y un profesor los incitaba una y otra vez a conocer el mundo. Un día, poco antes de terminar el último año, le preguntó a un joven compañero de estudios, el “Gallego” de la Cruz, dueño de una agencia de viajes, cuánto costaba un viaje hasta Europa en barco. 23.500 pesos, le respondió y se podía tener el boleto con pagar sólo el diez por ciento de su precio. Juntó plata, porque trabajaba, y con el billete en la mano se lo fue a ver a Carlitos Moreno, conocido actor argentino, que era su compañero de andanzas. Lo sumó al viaje igual que a su otro amigo, Carlitos Martínez. Los tres y otros dos muchachos, uno que cantaba muy bien y otro que tocaba el requinto, partieron rumbo a Madrid.
“Viajamos en barco porque era lo más barato. El avión por entonces era para Rockefeller nada más –comenta-. Pero, antes de ir me le presenté a Pinky, que en esa época trabajaba en Canal 9 y le dije que quería que nos ayudara dándonos una recomendación para alguien en España. No la conocía pero le caí bien. Siempre andaba bien vestido y entonces me atendían. Y me dio una recomendación para un productor de nombre Justo López, cuya intermediación permitió que en los primeros seis meses en Madrid pudiera ir a ver teatro y zarzuela hasta cansarme. Pero no teníamos un mango y teníamos que rebuscarnos el morfi y el alojamiento.”
Lo que siguió durante un año fue una sucesión de increíbles aventuras, que los llevó a otras ciudades de España, a Holanda, Alemania y otros países. En España fueron protagonistas de algunas odiseas formidables. Después de estar varios meses en una confortable pensión de Madrid –donde debían bastante plata y los aguantaron con generosidad- un día se les presentó al lugar el famoso cantor de tangos Carlitos Acuña, por ese tiempo un verdadero ídolo en España. Le habían informado que allí había unos muchachos de Argentina que cantaban muy bien. Y al escucharlos los recomendó a Pepe Iglesias “El Zorro”, que hacía en aquellos años el programa de televisión con mayor audiencia de España, Gran Parada. Les tomaron una prueba y los aceptaron, comentándoles que les pagarían 50.000 pesetas. Cuando cobraron fueron a la pensión y pagaron todo lo que debían. Como luego, en un concurso de otro programa de televisión, salieron en segundo lugar, detrás del Dúo Dinámico, se hicieron famosos. Y un día, mientras caminaban por la Gran Vía, la policía tuvo que frenar el tránsito para que pudieran firmar autógrafos a los televidentes que los reconocían. “Yo le decía a Morenito, mientras firmaba: ‘Gallego, vos que hablás bien el español, porqué no le preguntás a esta mina si en lugar del papelito que me da para firmar no tendría un santuchito’. Es que habíamos pasado un hambre que solo alguien que lo haya experimentado puede saber de qué se trata.”
Como al poco tiempo se gastaron la plata procuraron hacer otras actividades para poder sobrevivir. Y consiguieron papeles de extras en varias producciones internacionales que en esos años se filmaban en los alrededores de Madrid (Las Matas): 55 días en Pekín, La caída del Imperio Romano, Sherezade. Y en los ratos libres jugaban al fútbol con el doble de Charlton Heston, mientras David Niven hacía de réferi desde una muralla junto con Ava Gardner. Y luego de eso siguieron la gira hacia el norte de Europa. En Holanda consiguieron un carné para poder alojarse en los conocidos albergues para estudiantes. Luego llegaron a Hamburgo, donde trabajaron pelando papas en un célebre club o sacando nieve con pala, porque hacía 18 grados bajo cero. También hacían algunos números de canto. Finalmente, en esa ciudad los repatriaron y volvieron en el Dodero, un buque en el que el capitán les dio una fuerte filípica, pero que luego de leer el diario de viaje de Jorge y ver que era una aventura de chicos jóvenes sanos les dio los mejores camarotes y cigarrillos y wisky para la travesía.
La carrera de actor
Al volver se casó y empezó arquitectura. Recuerda todavía estar estudiando libros de la carrera mientras movía el moisés de uno de sus hijos. Con esta primera mujer, Jorge tuvo tres hijos: Federico, que es un conocido actor y otros dos más, Marcelo que falleció a los 23 años en un accidente y Hernán, que murió a los 37 víctima de un virus. Hubo luego dos matrimonios más, uno con dos hijos, Demián y Diego, y otro con un niño que hoy tiene diez años, Facundo. De todas las mujeres se separó en buenos términos, de la última muy recientemente.
Jorge realizó muchas actividades en su vida: tuvo una confitería bailable, una casa de artículos para hombres, una parrilla grande a cincuenta metros del Teatro Argentino de La Plata. Nunca le hizo asco al laburo. Hasta que un día un señor, un tal Manzanos, le preguntó en la parrilla si había trabajado en teatro, porque estaban buscando un actor para el papel de Carlos en Nuestro fin de semana, de Roberto Cossa, y él daba muy bien el phisique du rol. Él había hecho efectivamente teatro por la década del sesenta en Los Duendes, escindido junto a Teatro Nuevo, del primer teatro independiente de la ciudad de La Plata: La Lechuza, dirigido por Lisandro Silva. En Teatro Nuevo estaban Federico Luppi, Lito Cruz y otros. En Los Duendes se alistaban también Carlos Moreno, que viajaría con él, y Victor Hugo “El Gaucho” Iriarte, un actor que trabajó mucho en Buenos Aires, ya fallecido. En ese lugar entró como utilero y terminó trabajando como actor en varias obras. Fue antes de viajar a Europa. “Allí aprendí a hacer gacetillas, a vender entradas, a barrer, a pintar, a hacer la escenografía, a poner las luces, a acomodar a la gente. Era otro tipo de teatro, se aprendía de otra manera”, dice.
Así que le había quedado aquella marca de los años de teatro independiente. Y la propuesta de Manzanos reavivó la llama. A partir de Nuestro fin de semana ya no dejó más la actividad. Mantuvo durante cinco años la parrilla, pero viajaba seguido a Buenos Aires a trabajar en distintos papeles en Buenos Aires, “de lanza 4 en el San Martín”, ironiza o cualquier otra cosa. Y en 1979, después de vender a precio regalado la parrilla se vino a Buenos Aires. Ese paso coincidió con la separación de su primera mujer. “La separación fue en muy buenos términos, al punto que hoy ella está casada y yo voy a comer con ella y su marido a su casa. Él trató muy bien a mis hijos”, comenta. También un cuñado suyo había sido baleado y muerto en La Plata y el ambiente se hacía irrespirable en la ciudad.
El autor
Además de ser un actor conocido, Jorge D’Elía es también un consagrado autor. Mientras actuaba en cine, televisión o teatro no dejó nunca de escribir. Su primera obra fue No dejes de venir a visitarnos, mención especial de Argentores en 1974, puesta en el Teatro Ecos. Al verla el maestro Carlos Gandolfo le pidió que le escribiera una pieza para él y de esa solicitud salió Mattinata, primer premio nacional de 1978. Otros títulos, de los once que estrenó son: Kafka, un judío insignificante, María Bonita, El Barbero de San Telmo, Ostras y champagne, Cómo ríe la vida, una obra escrita para Arturo Bonin y Susana Cart; De guante blanco, El beso de un ángel y Soutiens para dos cantantes.
En televisión ha trabajado mucho, haciendo al principio bolos para luego ir asumiendo roles de mayor importancia, desde el Mario Bandieri de Amo y señor, de Lozano Dana, que le significó su primer contrato en la pantalla chica, hasta Sálvame María, una telenovela con Andrea del Boca por la cual fue nominado para el Martín Fierro. Y muchos otros. En estos días filmó para un capítulo de Vindica, que va por el canal América. También escribió en televisión para programas como Hombres de ley, División Homicidios, Los miedos, La bonita página, Identikit, Juego diabólico, La mirada de los otros, Family game.
En cine hizo alrededor de dieciocho películas. Entre las que sus actuaciones más impacto produjeron fue El abrazo partido y El aura, que le abrieron un camino espectacular en Brasil. El director y productor Fernando Meirelles –responsable de Ciudad de Dios- y Toniko Melo, realizador de Tropa de elite, lo vieron y pelearon, contra la opinión de los norteamericanos, para darle a él un papel en VIPs, una película que se dio por estos días en Buenos Aires. La elección de ambos directores estaba justificada: Jorge D’Elía logró el premio Redentor al mejor trabajo de reparto entre 287 películas más en el Festival de Cine de Río de Janeiro 2010. En teatro, a partir de enero continuará con Los Kaplan.
En la actualidad, Jorge dirige también Arlequín, revista muy atractiva y pródiga en materiales de interés de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes (SAGAI). Explicando su actual entusiasmo por este emprendimiento, dice: “Yo siempre me acuerdo de Osvaldo Calatayud y de su trabajo de difusión de textos dramáticos argentinas a través del Instituto de Teatro. Él colaboró mucho a difundir mi obra. Y verlo me incentivó, ayudó y enseñó para hacer una revista, porque una revista es algo que queda, que deja un testimonio. Lo público yo lo tengo ganado con mi faceta de actor. Pero, con la revista contribuyo a que se transmita un patrimonio cultural. Además, ahí se amalgaman tres de mis vocaciones: la arquitectura, a través del diseño, la actuación, y la escritura.”
Consultado sobre lo que piensa de su vida, contesta: “¿Querés que te diga la verdad? Tuvo golpes demoledores como la muerte de mis hijos, no sé como he podido soportar ese dolor, pero tengo otros cuatro y eso me empujó a seguir viviendo. Y a seguir peleando, porque resignarse es como someterse a un suicidio cotidiano. Por otro lado y a pesar de ser muy complicada, mi vida también me ofreció cosas muy lindas, que me han acariciado el espíritu y me han ayudado a crecer sin resentimientos y sin deseos de competir. Creo que solo compiten los inseguros o los que tienen mucha ambición. No tengo ninguno de esos dos problemas. Me gusta estar al lado de individuos con buena madera, con calidad humana y aprender de ellos, no importa sin son más cultos o menos que yo. La cultura como adorno no me interesa. Me parece que sirve solo si hace mejor a las personas y incentiva su imaginación creativa.”
A.C.