Entrevista a Helena Pimienta
En una breve visita por Buenos Aires, donde la compañía que hoy dirige representó La vida es sueño de Calderón de la Barca, la reconocida directora española Helena Pimenta conversó con Revista Cabal sobre esta versión de la obra, aspectos de su carrera y algunos de los proyectos que tiene para el futuro. Una charla cálida, que refleja a una mujer de teatro tan lúcida como sensible.
Estuvo por primera vez en la Argentina hace veinticinco años. Fue en el Festival Latinoamericano de Teatro de Córdoba, en 1992, donde deslumbró al público y a los críticos con una versión deliciosa de Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, un autor de su especial predilección y del que ha hecho muchas obras. Pero no solo por su trabajo sino también por su simpatía fue que Helena Pimenta se ganó la voluntad de todos aquellos que en esos días tuvieron la ocasión de conversar o departir con ella. Sencilla, efusiva y dueña de un humor muy dispuesto a transformarse en risa franca ante cualquier buen estímulo, la gran directora teatral –una de las más talentosas de España sin discusión- regresó a fines de abril al país con esos atributos intactos. Ni el paso de los años ni el largo recorrido profesional realizado desde entonces –que incluyó una nueva visita a Buenos Aires unos años después de su primera llegada- han modificado su espíritu.
Su retorno fue para ofrecer cuatro funciones de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, al frente de la Compañía de Teatro Clásico Español, que dirige desde 2011. Las representaciones se hicieron en el Teatro San Martín y realmente el acontecimiento no defraudó las expectativas que había despertado. En primer lugar porque la puesta que ella misma llevó a cabo de esa célebre obra del Siglo de Oro Español estuvo a la altura de la creatividad que ha venido demostrando a lo largo de su carrera. En segundo término porque en el papel protagónico de Segismundo, la reconocida actriz Blanca Portillo, quien ya había fascinado en 2003 al público porteño con su actuación en La hija del aire, del propio Calderón, volvió a brillar como en los mejores pasajes de esa obra. El único detalle para lamentar fue que la compañía no prolongara su estadía en esta ciudad por algunos días más a fin de que pudiera verla más cantidad de gente.
Después de una conferencia de prensa en la que Pimenta y Portillo explicaron diversos aspectos de la obra, entre otros el de haber elegido a una mujer para el papel principal por tratarse de una actriz de gran porte interpretativo y tratarse de un texto cuya universalidad involucra la diversidad de género, Revista Cabal dialogó en forma individual con Helena Pimenta para conocer sus puntos de vista acerca de este trabajo y otros de su abundante currículum artístico. La vida es sueño, en esta versión de la Compañía de Teatro Clásico, se estrenó en Madrid en julio pasado y después de una temporada en esa ciudad recorrió varias otras de España con sostenido éxito. La visita a Buenos Aires es parte de esa gira que tiene por objeto ahora hacerla conocer también fuera de su país.
“Calderón es uno de los grandes de la literatura dramática española y uno de los españoles más representados y estudiados en el mundo –nos comenta Helena Pimenta-. Y es por esa afanosa elaboración teórica que hay sobre su obra que a la hora de abordar uno de sus títulos se suscitan problemas. Porque quien monta alguna de sus piezas siente que arrastra un enorme peso filosófico y de pensamiento muy difícil de encarnar luego en escena. Nuestra meta en esta versión fue expandir en profundidad todos los conflictos en el complejo y violento recorrido que la obra traza para cada uno de sus personajes. Sin olvidar, desde luego, el trabajo con la palabra, que para una compañía como la nuestra, es fundamental. La palabra dicho en verso es una convención que impone a los actores una gran dificultad y al mismo tiempo un placer inmenso. Este espectáculo es una suma de experiencias muy apasionadas, donde todos los actores multiplicaron al máximo sus posibilidades. Así que 27 años después de que naciera la compañía podemos hablar de un nivel de interpretación en verso muy especial, madura y de excelencia.”
A lo largo de su fructífera carrera, Helena Pimenta ha hecho infinidad de clásicos, al punto que si bien acometió la obra de muchos autores de la segunda mitad del siglo XX (Eugene Ionesco, Samuel Beckett, Enzo Corman, Juan Mayorga, José Martín Recuerda, etc.), se ha especializado sobre todo en Shakespeare y los clásicos españoles. Del primero hizo El sueño de una noche de verano, Romeo y Julieta, Trabajos de amor perdidos, Dos caballeros de Verona, La tempestad, La comedia de los errores y Macbeth. Entre los españoles puso en escena a Lope de Vega (La dama boba y La noche de San Juan), Cervantes (La entretenida), Ramón del Valle Inclán, que aunque autor del siglo XX es ya un clásico español (Luces de Bohemia y La cabeza de Bautista) y ahora Calderón. Eso sin contar su propia producción, porque es también dramaturga: Rémora, Antihéroes o Xespir, trabajada en base a textos de Shakespeare (Ricardo III, Otelo, Coroliano y Romeo y Julieta). Sin duda el fino conocimiento que tiene del autor de estas últimas obras o de Moliere, al que también ha representado, tiene mucho que ver con el hecho de ser licenciada en Filología Inglesa y Francesa en la Universidad de Salamanca, ciudad de la que es originaria. No está de más agregar que esta directora ha recibido a lo largo de su carrera alrededor de veinte premios internacionales por sus trabajos.
“La belleza del texto de Calderón está a la vista, pero lo importante era contar una historia que nos afectara a todos nosotros, permitir al espectador penetrar en ese mundo del autor, cuyos personajes se debaten entre la vida y la muerte, la opresión y el poder, la necesidad de amar, la búsqueda de códigos en la vida y el deseo de liberarse, la soledad y los vacíos de la existencia, todos conflictos profundos en los que nos hemos implicado personalmente”, decía Blanca Portillo en la conferencia. Y Helena Pimenta coincide con ella en que fue así y también en que la concepción, el sentido de esta puesta ha girado en torno a una pregunta perturbadora para todo tiempo, pero de manera especial para éste tan sometido a toda clase de manipulaciones y controles del poder: ¿quién escribe nuestras vidas? O más complicado todavía: ¿quién escribe nuestros sueños? Como dice la directora, a partir de ese eje se estructuraron todas las posibles respuestas que se podían concebir escénicamente.
“Esa pregunta nos provoca un desconcierto similar al que vivimos hoy frente a la sensación de que nuestros sueños nos son armados, diseñados desde el afuera –agrega Helena Pimenta-. Pero todo el trabajo que hicimos sobre la obra nos fue llevando también a otras ideas muy ricas. Juan Mayorga, por ejemplo, nos invitó a la universidad y allí los asistentes coincidieron en que La vida es sueño habla también del amor. De la enorme dificultad de amar que se vive en esta época y del amor como lo contrario del odio, como símbolo de la civilización frente a la barbarie. Y eso nos pareció un gran descubrimiento, porque en esta interpretación el héroe trágico no sería Segismundo sino su padre, Basilio. Y esa invocación a la reflexión sobre la necesidad del amor que puede suscitar la obra nos habla de una posibilidad concreta y deseable del ser humano: de su capacidad para regenerarse, sobre todo en una etapa tan crítica como la que vivimos. Esa capacidad que podemos tener de reinventarnos como seres humanos completos, a los que no nos da vergüenza de aprender la honestidad, la bondad o la capacidad crítica, aprender los valores de una vida mucho mejor. Y a exigir respeto por el ser de cada uno, a no ser ninguneado y elegir la propia historia, que puede consistir, sería hermoso que lo fuera, no optar por la destrucción o el egoísmo sino por la convivencia respetuosa junto al otro.”
En cuanto a qué grado de intervención, de cambios, se opera hoy sobre los textos clásicos, Helena Pimenta comenta: “En otros años, la intervención sobre el texto era mayor que hoy. La clave es modificar aquello que está muy descontextualizado. En esto hay bastante coincidencia incluso con otras grandes compañías extranjeras, como la Comedia Francesa o la Royal Shakespeare Theatre. En La noche de San Juan, de Lope de Vega, que yo dirigí, hay una parte que habla del recibimiento al rey y tiene alusiones directas a los monarcas de esa época. Eso ya no tiene ningún sentido, debe ser expurgado porque el público no lo entiende. El humor es otra cosa que se desgasta mucho, sobre todo cuando se pierde el contexto y no hay referencias. Pero la tendencia es, en todo caso, a quitar repeticiones que tenían relación con las características de la representación, que a veces duraban muchas horas y que, como en las telenovelas actuales, repetían información para que el público no se perdiera. Con todo, lo dominante es respetar en una proporción grande el texto original. También se eliminan algunas palabras que no tiene sentido mantener, otras, en cambio, aunque estén en desuso se dejan porque suelen gustarle al público que, a pesar de no utilizarlas, las recuerda.”
¿Hay un tiempo de adaptación hasta que el verso comienza a sonar natural en los oídos del espectador contemporáneo? Sí y puede durar entre tres y diez minutos, según la directora. “Es como cuando se llega a Inglaterra y se necesita, aunque se conozca el idioma, unos minutos para adaptar el oído –ilustra-. Pero, ¿sabes qué pasa? En el acto de exposición de sus parlamentos los actores son conscientes de que pasa eso y a veces quieren acabar cuanto antes. Se apuran para pasar lo que sienten como un mal trago. Pero el peligro de eso, y que hay que controlar, es que si se va muy rápido se pueden perder datos, que mientras se va perfilando el conflicto, constituyen una información valiosa para ir enterándose de lo que pasa.”
Helena Pimenta confiesa que su dramaturgo de referencia es en la actualidad Juan Mayorga, que es el autor de la versión de La vida es sueño. En estos días se estrenará de él en el San Martín una obra de mucho interés, El crítico, dirigida por Guillermo Heras. “Aparte de dos adaptaciones suyas –informa Helena-, he hecho varios de sus textos, uno de los cuales lo escribió especialmente para mi compañía, el Ur-Teatro, y se llama El chico de la última fila. Esta pieza teatral pasó al cine, en una historia que filmó François Ozón, y recibió la Concha de Oro del último Festival de San Sebastián. Luego hice otro texto de su autoría Sonámbulo, inspirado en el libro Sobre los ángeles de Rafael Alberti, y Cartas de amor a Stalin. O sea que ha sido mi autor de cabecera junto con Shakesperare. Luego hice Valle Inclán, que para nosotros es del 20, y al francés Enzo Corman, que me interesa mucho y de quien monté Sigue la tormenta. Y también La llanura, de José Martín Recuerda, entre muchas otras obras. Como se ve me he movido entre lo clásico y lo contemporáneo.”
Interrogada sobre si hay algún título de Shakespeare que todavía desea hacer, reflexiona: “Rey Lear. Hasta hace poco pensaba que tenía que estar más madura para hacerlo, para experimentar lo que significa la cercanía de la muerte. Me parecía que me faltaba. Me cuesta trabajar si no me cruzan ciertas sensaciones. Me llevó mucho esfuerzo hacer Macbeth, porque sabía que el mal existía, pero era todavía demasiado ingenua y pensaba que podía luchar contra él cuando me lo propusiera. Es difícil aceptar que el mal está cerca de nosotros todos los días y que es más complicado de lo que parece darle batalla. Creo que con Rey Lear estaré preparada cuando acabe esta etapa que hoy vivo y que es muy fructífera para mí. En estos días estoy preparando La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón. Y algunos compañeros, que me veían con el rostro un poco verde, y me preguntaban: “Pero, ¿qué es lo que te pasa?”. Y es porque estaba muy preocupada tratando de descifrar la obra. Y poco después, los mismos compañeros me vieron ya sonriente y volvieron a preguntarme si estaba mejor. “Claro, ya encontré el corazón de la obra”, contesté. No lo encontraba. Claro, luego hay que seguir, hay un camino que recorrer, pero sé qué significa la obra y eso me da tranquilidad.”
Como una prolongación o secuela de este vínculo establecido entre la Compañía de Teatro Clásico Español y el Teatro San Martín, para septiembre próximo se verá en Buenos Aires una coproducción entre ambas instituciones, interpretada por jóvenes actores argentinos, de la obra Los áspides de Cleopatra, de Francisco de Rojas Zorrilla, esta vez bajo la dirección de Guillermo Heras. De algún modo, una estela benigna dejada también por la labor de ese corazón grande que es el de Helena Pimenta.
Alberto Catena