Entrevista a Corina Fiorillo

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Una de las directoras teatrales más reconocidas de los últimos años en el medio, Corina Fiorillo es una artista de enorme capacidad de trabajo y a la vez de un talento muy especial. El año pasado fue la profesional en su rubro más premiada y una de las que más obras montó en escena y con muy buena repercusión en el público. Cordial, deliciosa en su trato, y amiga de las relaciones humanas cálidas y de mutuo apoyo, su personalidad es muy querida en el mundo teatral y día a día, tanto acá como en el extranjero, cosecha cada vez más expresiones de cariño y respaldo a su talentosa labor. Aquí habló de sus últimas experiencias escénicas.

Generadora sensible de vínculos sólidos y duraderos y de equipos de trabajo basados en el afecto recíproco, la directora teatral Corina Fiorillo se asemeja a la buena música: es difícil no volver a ella una vez que se la conoce. En un medio tan competitivo como el artístico y donde las relaciones suelen ser bastante efímeras y ligadas con frecuencia solo a la ocasión del encuentro laboral en una obra, promover la continuidad de los lazos amistosos dentro y fuera de esas oportunidades, y naturalmente cuando hay sintonía profunda con los colegas y no apenas razones de mera sociabilidad, es un rasgo que habla de una necesidad más trascendente: la de poder construir constelaciones humanas más firmes y arraigadas en la calidez y el espíritu solidario, menos atraídas por el interés inmediato o el cálculo de lo que le puede sacar de provecho al otro, tan propio de esta época. 

Corina es de las personas que cree y apuesta a esa forma de relación. Por eso, en la temporada 2016, cuando recibió el ACE de Oro por su labor como directora teatral (ese año fue distinguida también por el jurado del Trinidad Guevara y el Estrella de Mar), todo el mundo compartía la alegría de estas decisiones no solo porque reconocían en ella un talento innegable, fuera de toda discusión, sino porque además esas condecoraciones alcanzaban a un ser humano de noble madera, de especial y bella humanidad. Ese plus estaba presente en los festejos y en la alegría que irradiaban los presentes en esas ceremonias. No todas las veces esas dos marcas –creatividad y calidad humana- se dan juntas en un mismo cuerpo. Cuando ocurre hay que celebrarlo.  

     En este 2017, como en los últimos años, Corina arrancó otra vez sus actividades con mucha energía. Largó en enero con Dignidad, de Ignasi Vidal, obra interpretada por los actores Roberto Vallejos y Gustavo Pardi. Hacer esa obra, con la que está muy conforme, sobre todo por el rendimiento actoral de sus dos protagonistas, fue una propuesta de Lino Patalano. Y dos meses después estrenaba en el escenario de Timbre 4 Tebas Land, del dramaturgo uruguayo Sergio Blanco, con Lautaro Perotti y Gustavo Otero en el elenco. La obra viene siendo desde entonces un éxito de público y lo fue también de crítica. Luego, el 16 de abril, se marchó de nuevo a España (ya había estado a comienzos del año) para terminar de redondear un espectáculo con Ángela Molina que había ya empezado a ensayar. Al regreso, comenzará a trabajar en su cuarto título del año: El avaro, de Moliére, que irá en el Teatro Regio, con Antonio Grimau en el papel principal.  

      De todos estos trabajos, pero también de su formación y amor por la dirección teatral conversamos en esta charla llevada a cabo a principios de abril en un café de la avenida Corrientes.

¿Cómo es el trabajo que montarás en España?

Es un espectáculo de poesía, danza y música clásica, que se estrenará en Córdoba, España, el 6 de mayo. Participan en él la actriz Ángela Molina, la bailarina Teresa Nieto y el pianista Pablo Amorós.  Hay allí un repertorio que va desde Astor Piazzolla a Serguéi Rachmaninov. Y habla de la última etapa de la vida, de ese tránsito entre esta vida y la otra vida, aquella de la que no sabemos nada. Y estoy muy contenta con esta experiencia. No es un recitado sino un monólogo poético de interacción entre Ángela, la bailarina y el pianista. Ángela es divina, amorosa y una actriz sensible. Y el texto es de Triana Lorite, una dramaturga española muy reconocida en su país. El año pasado, esta autora visitó Buenos Aires y vio mi puesta de Nerium Park. Y, como le encantó, me vio a la salida y conversamos. Y me propuso hacer este espectáculo, que es un desafío grande porque es un trabajo de danza, teatro y música y requiere ser llevado a escena como si se tratara de una partitura, que se combina con un sistema de proyecciones en un lenguaje articulado. Estoy muy feliz, porque se trata de un espectáculo diferente. Y como yo vengo artísticamente de la música me fascina hacerlo. Ojalá podamos el año próximo traerlo a la Argentina.

¿Vos procedés de una familia de músicos?

En mi familia somos cuatro hermanos y todos estudiamos música en el Conservatorio Manuel de Falla. Yo estudié piano y violoncello. Y mi padre era pianista de jazz y tango, aunque no se dedicaba profesionalmente a la música. Y mi hermana mayor, que actualmente reside en Australia, es pianista y se dedica de lleno a esa profesión. Yo no concibo la vida sin música y algo de eso se ve en las obras que dirijo.

Además de los estrenos, repones también otros títulos de años anteriores.

Sí, uno de esos títulos es Miembro de jurado, de Roberto Perinelli, obra que estrenamos hace cuatro años en el Teatro Cervantes. Y la reponemos con el mismo elenco (Ernesto Claudio, Silvina Bosco y Roberto Vallejos). Es un trabajo que adoré hacer. Fue el primero que hice en el en el circuito oficial. Y estuve ensayando con los actores y disfrutando de lo que hacen, porque sus composiciones son exquisitas. Es un grupo humano maravilloso. Desde que hicimos esa obra quedamos tan amigos que, por lo menos, una vez al mes cenamos juntos. Agradezco como una bendición cuando me tocan elencos lindos. Soy de una familia italiana y me gusta pasarla bien. Y este es un trabajo para disfrutarlo. Para ir a comer después del teatro. Hay gente que le da lo mismo, a mí no. Los actores, cuando son amigos, son para mí como una extensión de mi familia. Y con muchos de ellos he trabajado en más de una obra, porque es lógico que si te llevas bien intentas repetir. Y otra obra que también reestrenaré es Nerium Park, de Josep María Miró, con Paula Ransenberg y Claudio Tolcachir, que están estupendos en sus actuaciones.

¿Te gusta mucho trabajar con actores?

Es la parte de la dirección teatral que más me gusta.  

¿Por qué te gusta tanto la actuación? ¿Empezaste como actriz?

Sí, hice actuación primero. Pero el día que empecé a dirigir dejé de actuar y no volvería a hacerlo. Hay directores que no, que cada tanto vuelven a actuar. El año pasado dirigí a Claudio Tolcachir en Nerium Park y él es de esos directores que necesita en ciertas épocas actuar. No es mi caso, yo ahora lo sufriría. Pero admiro mucho la labor del actor, me subyuga. Me acuerdo del trabajo que hicimos en Animales nocturnos, de Juan Mayorga, en el teatro Margarita Xirgu. Hay una escena de Horacio Peña y Gerardo Otero en el zoológico, y ese monólogo me provocaba fascinación. Con Tebas Land me ocurre lo mismo, tiene grandes momentos que los disfruto plenamente.

¿Cómo elegiste Tebas Land?

Sergio Blanco es un autor uruguayo divino, muy inteligente y sensible. En la actualidad, vive en París. Y su hermana es una actriz muy importante en Montevideo. Y el año pasado vio Nerium Park y quedó fascinada. Y me esperó luego de finalizar la función. Y me dijo que su hermano escribía teatro y que le daría mi mail, si yo quería, para que me mandara algunas de sus obras. Cuando Sergio me escribe me comenta que es muy amigo de Josep María Miró, el autor de Arquímedes, también dirigida por mí, y Nerium Park. Y yo le mando a decir luego a Josep que me había puesto en contacto con Sergio. Y me contesta que para él es el mejor autor contemporáneo. Instantáneamente leí todas las obras que me había mandado Sergio y le hubiera pedido los derechos de todas, pero arranqué con Tebas Land porque fue la que me conmovió más en ese momento. Es un gran material. Lo primero que me movilizó mucho fue  la existencia de esos dos universos tan diferentes que, por un encuentro fortuito, se transforman para siempre. Nunca van a volver a ser los mismos. También me estremeció la soledad de ambos universos, cada uno en circunstancias diferentes, pero igualmente solos. Me pareció un texto muy sensible y recuerdo que, cuando le comenté eso a Sergio, antes de ensayarla, me respondió: “¿Te parece?”. Él, como autor, lo veía al personaje del escritor como más frío. Así que cuando vino a verla, a pesar de que le había gustado la puesta, me dijo que ese personaje era totalmente diferente a como lo había concebido. Y él dirigió ya la obra y tuvo muy buenas críticas.

¿A mí el escritor me hizo acordar un poco a la historia que cuenta Truman Capote en A sangre fría?

Así era como él la imaginaba. Yo, en realidad, cuando pensé en los actores para hacerla, me imaginé que debían ser tiernos, esas personas que dan ganas de abrazarlas cuando uno las conoce. No sentía necesidad de juzgarlo. En los ensayos le decía a Gerardo, que me daba por satisfecha si al salir de la sala hubiera alguien del público que dijera: “Yo podría ser ese parricida.” El parricida es el personaje que está preso. Y el otro el narrador que quiere escribir sobre su experiencia. Ese era el desafío. Y me pareció que acercar a esos dos universos era difícil. Y luego me interesó trabajar con video e imágenes, pero con un relato propio, no usando esa técnica como algo decorativo, lindo, pero que no agrega nada, sino encontrarle un lenguaje como dramatúrgico. La música del concierto número 21 de Mozart estaba indicada en el libro, pero la usé donde me parecía correcto hacerlo. Yo en mis puestas leo, leo y leo el texto hasta encontrar cuál es la música que le corresponde. Acá, además de Mozart, en un pasaje el autor usaba una canción de Roberto Carlos y yo puse en su lugar Por este palpitar de Sandro. Y él me dijo: “Sandro es perfecto.”

Sé que le hiciste ajustes al texto original. ¿Qué dijo Blanco de eso?

El texto original duraba unas dos horas y media o cuarenta. Y lo corté. Pero Sergio es un hombre de teatro y acepta que haya reescritura escénica.  Yo le dije: “Confiá en que voy a ser fiel a tu obra.” Y él realmente me tuvo una confianza absoluta y procedió con mucha generosidad. Y los chicos también se iban adaptando mientras yo hacía los cortes, porque es muy difícil lo que hacen en escena y no opusieron ningún obstáculo mientras se hacían los cambios.

¿Cuándo empezaste a dirigir?

Hace unos quince años. Yo me formé como directora con Carlos Ianni en el Celcit. Fue un aprendizaje importante.  Luego abandoné ese lugar y me abrí a otras experiencias. Creo firmemente en una frase que le repito a mis alumnos: “Lean todos los libros y armen el propio.” En mi trabajo con los actores sigo distintos métodos, según sea la característica del intérprete o la escuela de la que venga. Con algunos trabajo con la emoción, con otros con la parte física o los efectos o estímulos sensoriales como la música, y con los que lo necesitan desde el análisis situacional y el verbo. Depende, como digo, del actor y su formación. Me adapto.

¿Y El avaro cuándo irá?

En julio y tenía muchas ganas de hacerlo porque nunca hice un clásico y siempre me quedó grabado lo que dijo en una entrevista Agustín Alezzo. Le preguntaron a qué cosa había que tenerle mucho respeto en el teatro y él contestó: a un clásico. Cuando me llamaron para hacerlo pensé que era mi oportunidad para abordar uno. Y estoy muy contenta. Espero estar a la altura del desafío. Obras ya he montado más de treinta, pero éste sería el primer clásico.

¿El teatro Ópalo cómo va?

Muy bien, tengo unos socios impagables en Pablo Gorlero, Nelson Rueda, Fabián Pol, que me respaldan mucho en los momentos como éste en que tengo mucho trabajo. Especialmente le agradezco a Nelson Rueda que es como el alma de la sala. Hoy en día mantener una sala independiente es muy difícil y complejo. Hace mucho tiempo que venimos luchando varios grupos dentro de ARTEI para que se habiliten nuevas salas, cosa que no se hace. Es la militancia del teatro independiente. En el exterior nadie te habla de las cosas que hay en la avenida Corrientes sino de las salas de teatros independientes como El Timbre 4, Apacheta, el Callejón y otras, o del mismo Ópalo. En Europa nuestros teatros son embajadores del país y merecerían más apoyo aquí.

                                                                                                 Alberto Catena

 

Fotos: Sub.coop