Entrevista con Cristina Escofet

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En un diálogo franco y comprometido con la Revista Cabal, la prestigiosa e inteligente autora de Yo, Encarnación Ezcurra y otros estupendos textos teatrales se refiere a su amor por la filosofía y su adhesión al feminismo como una forma de luchar contra todas discriminaciones de una sociedad atravesada por la falta de equidad y la estigmatización de lo diferente. En la charla, habló también de su pasión por el teatro como un espacio en el que vuelca sus ideas y sus sueños. Y adelantó los temas de algunas de las piezas en las que actualmente trabaja.

      Con más de veinte obras escritas para la escena, Cristina Escofet es hoy una de las dramaturgas más reconocidas de su generación en la Argentina. Pero no todo comenzó con el teatro en su vida. Primero hubo un lugar para la filosofía. A los 23 años se recibió de profesora en esa asignatura en La Plata y ejerció la docencia en su universidad hasta que en 1974 se produjo el desbande que provocó la intervención de Alberto Ottalagano, impulsor de una dura caza de brujas entre cuyas múltiples damnificadas estuvo también nuestra ahora celebrada autora. Esa injusticia determinó un cambio profundo  en su vida y el vuelco hacia una actividad que amaba también desde joven y a la que desde entonces le destinó sus energías creativas. Y aunque no volvió a ejercer la docencia en Filosofía no abandonó su arraigado hábito por la lectura y la investigación, que la llevaron a enriquecer su rica formación previa con nuevos conocimientos que le permitieron ampliar la mirada que le había proporcionado su paso por la universidad.

       En ese camino se cruzó  con las ideas del feminismo, del cual se hizo una firme y apasionada militante, entendiendo los reclamos de género como una lucha que incluya la diversidad de miradas, la de todos los excluidos y discriminados, que pujan por lograr sus derechos y obtener un lugar en el mundo. “Hay una humanidad que está herida en su condición de existencia, atravesada por un poder destructivo que viene de la globalización y que tiene al neoliberalismo como modelo de recambio económico, tal como afirma Pilar Calveiro en El Estado y sus Otros. Ese diseño instala una reconfiguración del sistema fiel a un nuevo orden mundial en el que priman el agudizamiento de la brecha de los excluidos y la fragmentación. Solo la capacidad de mirarnos en la herida del otro es lo que nos puede volver más humanos. La globalización es un orden que promete una territorialidad sin fronteras, dominada por grandes corporaciones cuya finalidad es hacer desaparecer las categorías que permiten mejorar la existencia, el trabajo por ejemplo. Eso nos ha llevado a un panorama bastante desolador: escasez de puestos laborales, marginación, trabajo esclavo, reducción de los niveles de existencia a una subsistencia infame”, afirma Cristina Escofet en una entrevista mantenida con Revista Cabal días atrás.

      “Diversidad de miradas sin olvidar la herida, corriéndonos de lo que parecería ser la propuesta: aceptar la catástrofe como un estado natural -agrega Escofet-. Y cuando hablo de diversidad de miradas incluyo las de muchas feministas y politólogas, como Judith Butler, Rosi Braidotti, Rita Segato, Pilar Calveiro, así como pensadores de la talla de Jacques Ranciere, Alain Badiou, Paul Virilo, Paolo Virno, Eduardo Grüner. Multiplicidad de miradas. Es que si nos olvidamos de la herida que sufre la civilización construimos sobre una base falsa. Hay un sujeto que padece y hay otro que domina. O sea, la multiplicidad de miradas siempre y cuando se contemple la herida, porque en ella estamos leyendo la diferencia y ahí estamos haciendo género. Y, de paso, agreguemos para aclarar: género es el lugar en el mundo. Hay una simplificación gramatical que no es tal, ni tampoco sujeto femenino y sujeto masculino. Es el lugar que vos ocupas respecto del sujeto dominante, como sujeto excluido. Y la mirada desde el lugar en el mundo te muestra la multiplicidad de heridas, de sujeciones, de modo que es siempre un calidoscopio, en el que existen millones de sujetos desplazados, despojados de su identidad.”

      Consultada sobre si alguna vez dejó en verdad la filosofía, contesta: “En rigor, nunca dejé de filosofar. Solo que lo hice por nuevos caminos. El feminismo es para mí desde hace décadas una filosofía diaria. En la vida soy feminista las 24 horas. No porque lleve una pancarta, sino porque el saberme otra, otra excluida, hizo que luche por la inclusión. Y esa tarea necesita una práctica constante. Y trato de ser consecuente. Una no se define por lo que dice, sino por lo que hace. Luego está cómo se piensa, desde dónde. Y no soy binaria ni para vivir ni para pensar. Sartre y Hegel fueron mis maestros en dialéctica. Me apasioné por ellos. En la facultad me decían la novia de Hegel haciendo referencia a mi adhesión a él. Hoy, por supuesto, me causa gracias ese rótulo. Lo que él decía me convencía y me daba sentido y perspectiva. Yo me constituía y pensaba en términos de sentirme incluida en los grandes sistemas de pensamiento, como si la existencia pudiera deducirse de los manuales o de adhesiones a un sistema de pensamiento tal o cual. No me daba cuenta que adhería a concepciones que no cuestionaban la supuesta neutralidad desde donde una pensaba. Es decir, ignoraba que yo era un sujeto excluido. Que ser mujer era ser un derivado de un sujeto central. Ese otro excluido del que Simone de Beauvoir nos alertó en el Segundo sexo. No me daba cuenta de que había otra lógica.” 

     “Y fue a partir del feminismo que pude establecer una relación más vital con la filosofía, porque en principio me permitía explicar mi propia realidad y desde un lugar menos abstracto. Y desde allí comencé a deconstruirme, a elaborar prácticas y sentidos con sello propio. Y fui capaz de escribir por ejemplo una suerte de filosofía desde el costurero. Y desde ese lugar construir conceptos, que también contengan lágrimas, las tuyas, las de tu abuela, las de mujeres que pudiste haber sido, ser tu propia voz y la de otras. Las feministas hemos producido y seguimos produciendo materiales develadores sobre este mundo patriarcal donde, en nombre de la ‘humanidad’, se genera exclusión, pobreza, segregación. Las feministas hemos producido tanto conceptos como disrupciones, reclamos y siempre de cuerpo presente, solidarizándonos con todas las búsquedas de identidad y soberanía.” 

     La filosofía no podía pues dejar de estar en su teatro, pero no ya como tesis, sino como desparpajo de la mirada, como cuestionamiento. ¿Cómo lo hace? “Tratando de construir un escenario propio, ese cuarto propio del que hablaba Virgina Wolf. ¿Qué nos niega en lo fundamental la realidad? La mirada propia, nuestra voz. Y dado que soy dramaturga, esa mirada debo restituirla en la escena –contesta-. Sería como un saber situado, como afirma la gran la gran feminista y teórica ítalo-australiana Rosi Braidotti. La escena es siempre punto de vista, y desde la mirada de género, lugar donde leernos en la diferencia. ¿Cuántas escenas construir? Tantas como miradas resignificadoras haya. Hemos sido construidas como seres desde una mirada patriarcal dominante. Ahora, nos toca elegir y reconfigurar nuestra mirada y armar nuestro propio escenario. En la vida y en el arte. Ese ha sido y es mi norte.”

    Nuestra autora ha escrito, como dijimos más atrás, más de veinte obras de teatro, la mayor parte de ellas publicadas. Eso sin olvidar que es directora teatral e investigadora y teórica en temas de género muy leída. Sus piezas para la escena han sido además objeto de análisis y ensayos por distintas estudiosos y estudiosas de teatro. Y muchas de sus piezas han logrado distinciones y premios y una excelente repercusión de público y crítica, como algunas de las dedicadas a personajes y personajes históricos conocidos: Bastarda sin nombre (sobre Eva Perón), Padre Carlos. El rey Pescador (que trata del padre Carlos Mugica), ¡Ay, Camila!  (acerca de Camina O’Gorman) y Yo, Encarnación Ezcurra (sobre la mujer de Juan Manuel de Rosas). Las tres primeras obras integran, junto a Mugres de la María y el Negro, La Roca y ¡Ay, la Patrie!, un libro dado a conocer por la editorial Nueva Generación bajo el título de Teatro. Memoria y subjetividad.  

        En una introducción a ese volumen, Cristina Escofet afirma: “Teatro y memoria entonces apuntarían a descorrer velos, visibilizando lo invisibilizado, revisando la historia, deteniéndonos en alguna parte para traerla al presente, o simplemente para intervenirla desde las estructuras ficcionales. Sabiendo que estamos entrando y saliendo permanentemente de esa escena que puede ser otra y que en las líneas de fuga encontraremos el juego estratégico entre imagen, acción y palabra que nos permita despegar del dato, de la repetición mimética.” O sea que, gracias a un tratamiento poético condensado y pleno de metáforas, que singulariza la presencia de su propia voz como creadora, pero que no descuida nunca el dibujo vigoroso de los protagonistas, la autora permite a todos esos seres traspasar la mera anécdota y transmitir su martirio o su lacerante itinerario vital como el material de una nueva apropiación simbólica alejada del modo que los miró la historia oficial.

      Así, Eva Perón, evocada por el cuerpo de una actriz que la encarna, nos hace ver y sentir la dimensión de esa mujer que impuso un cambio rotundo en la política de este país; Camila O’Gorman narra el dolor de una soledad y un castigo que fue el precio pagado por haberse negado a ser sumisa frente al papel que la sociedad de su época le otorgaba a la mujer; Carlos Mugica expresa la fuerza del ideario que le costó ser asesinado y que fue su pecado ante la Iglesia y el poder: creer que una garrafa para los pobres valía más que cien homilías y que ellos debían encontrar un lugar en el mundo fuera de la miseria infame. Estos personajes, que a pesar de sus desgarros alcanzaron una identidad que los hizo trascender, y también otros a los que la historia no les dio nombre y que la autora revive en su imaginación, como la María y el Negro –dos criaturas que se cruzan en un prostíbulo de la Argentina lunfarda, marginal e invisible-, o Stella y Susana, mujeres que en La Roca transitan escenarios donde la cuestión de género está siempre atravesada por la guerra, la economía y la política, todos ellos expresan la modalidad de un estilo dramático conmovido hondamente con la tragedia de los despojados y lapidados por la historia, la nuestra y la de la humanidad.

       En cuanto a Encarnación Ezcurra, personaje de su último éxito teatral protagonizado por la gran actriz Lorena Vega, Cristina afirma: “Ella, Encarnación, tuvo la culpa de exacerbar mi pasión por ese otro lado del espejo. La historia la consigna como “el cerebro de Rosas”. Imaginate. ¿Una brava sólo cerebro?  Y encima el cerebro del otro. Solo eso. De modo que por ahí me fui acercando a sus zonas vulnerables. Ella también se escribió en las cartas, comentando que olía a bosta en el gobierno de los justos, manifestando deseo de estar a solas con su hombre en el desierto, confesándole a su amiga Inés de Anchorena, que ya con el hombre en el poder y ella enferma, ya no le servía, afirmando como una leona que hizo una revolución (la de los Restauradores) para él, pero que también le hubiese podido jugar en contra, porque ella tenía la calle. Y la calle es el poder. Ella me mostró sus debilidades. Ella me fue dando signos. Yo te aclaro que cuando escribo acerca de personajes de la historia, primero los estudio y ahí comanda mi hemisferio izquierdo, el de la lógica conceptual, pero luego a la hora de escribir, comanda el hemisferio derecho, el instintivo, el que me permite palpitar desde la emoción. La escritura es el llamado de una lógica alterada para mí, el de una logicidad propia. Donde las voces de lo inconsciente, de los sueños y los propios miedos juegan su papel.”

      A la pregunta de qué está escribiendo en este momento, nuestra entrevista respondió: “Estuve terminando algunos materiales, reelaborando una erótica del Río de la Plata entre Mariquita Sánchez y Trinidad Guevara. Y también terminando una visión sobre Van Gogh, una obra que lo tiene a él como figura central. Ese enorme genio que fue el pintor holandés siempre me provocó mucho, es una figura alucinante. Él veía lo que pintaba, el movimiento. Me encantó su época y el tiempo en que él va a trabajar a las minas de Bélgica. Hay que tener en cuenta que era casi contemporáneo de la Comuna de París y él dice que se sentía como un hombre de ese movimiento. Además le compraba los pinceles a un individuo que había sido miembro de la Comuna. Y luego un trabajo que me inquieta y que también tengo muy avanzado es el de Las Lucías. Al trabajar la historia de Carlos Mugica me quedó mucho material, entre otras cosas el de la historia de Lucía Cullen, que había sido su amiga, su colaboradora, y me atrapó en su compromiso y en su lucidez  de mirada que se cruzaba con mi propia historia. Y Lucía quedó allí como demandando un espacio. Y como remitía a mi propia historia, la escritura me exigía el uso de mis propios diarios de los setenta. Y me animé. Y luego hay un trabajo sobre la conquista española.”

       Respecto de la situación actual de la cultura, Cristina Escofet sostiene: “Esto de la descalificación de la cultura restando apoyo en temas de subsidios o restringiendo presupuestos es algo que no creo que prospere y espero que sea así. Los artistas tenemos un espíritu de cuerpo fuerte y hace mucho que peleamos por derechos y espacios desde donde hacer visible nuestro arte. Formamos parte de un colectivo que a través de lo creado, y que es un trabajo, nuestro trabajo, nos insertamos en el imaginario social, provocando empatías, identidades, desidentidades, diálogo, expansión de conciencia, de pensamiento, alegría, diversión. Diversidad. Sí, somos productores de diversidad y hemos luchado por tener leyes que nos protejan. No se puede restar apoyo a la cultura como no se puede restar apoyo a la educación. Sería entrar en un camino muy estrecho. Los Estados fuertes han entendido esto. La cultura no puede ser variable de ajuste, como tampoco deberían serlo los salarios, la salud, las jubilaciones.”

       Le preguntamos por último si sabe por qué escribe y nos dice: “Escribo para volver a soñar, para salir de este estado de pesadilla y para poder conectarme con el deseo, que es el gran motor. Si escribo y logro que ayude a otros conectarse con su propio deseo y ese pensar lo impulsa a la creación, bienvenido. Porque, es verdad, como latinoamericanos, somos hijos de una herida, pero también somos hijos de una creación maravillosa que es la vida, y creándonos y recreándonos transformamos y nos transformamos. No hay otra cosa superior.”                                                                     
                                                                                                                        Alberto Catena

 

Fotos: Sub.coop