Entrevista a Alejandra Flechner

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Lúcida y ocurrente, la conocida y excelente actriz departió durante una hora con Revista Cabal e hizo un muy inteligente análisis de su carrera y de la actual situación por la que atraviesa el teatro comercial. Y se pregunta por qué en la calle Corrientes no se representa más al autor argentino, reemplazándolo por obras compradas en el extranjero que, por lo general, son de escasa calidad.

    Tiene los pies sobre la tierra, a diferencia de Silvia Rodulfo, la mujer que se volvió astronauta para acompañar en un viaje al espacio al hombre del que estaba enamorada (en la película Adiós, querida luna, de Fernando Spiner), pero como a ella le desagrada la rutina y prefiere los desafíos. Ese es el fueguito esencial que enciende su vida. Era ya así cuando formaba parte de las Gambas al Ajillo, ese conjunto que entre 1986 y 1994 hizo reír a Buenos Aires con su humor filoso e irreverente. Y lo sigue siendo ahora, luego de una valiosa carrera de casi tres décadas, que le ha dado mucho reconocimiento en el medio, pero sin restarle ni un ápice de lucidez para abordar su profesión o los problemas que el mundo presenta cada día. Es como la marca en el orillo de Alejandra Flechner, una actriz apasionada y, al mismo tiempo, capaz de tomar distancia y reírse de la solemnidad, como una forma de mirar más inteligentemente la realidad. En estos días, Alejandra actúa en El comité de Dios, una obra del norteamericano Mark Saint German, que se estrenó en enero pasado. 


   La actriz afirma sobre la pieza que, a pesar de que toca un tema que parecería anunciar alguna rispidez, como es el transplante de órganos, tiene un desarrollo en lo dramático más bien convencional y acerca el problema al espectador de un modo que no provoca rechazo. No profundiza demasiado, pero no es un pelotazo en la cabeza del público y le permite, al que se proponga pensar, introducirse en un asunto que no se trata con mucha habitualidad. “Somos como una pequeña orquesta de siete personas, muy bien dirigidas, que hace avanzar una historia que es pequeña a través de un dispositivo particular, que es lo más interesante, lo más atractivo del espectáculo. Es como un trabajo codo a codo donde todos tienen responsabilidad en que la máquina funcione aceitadamente, con precisión”, comenta.

   
    Y añade enseguida: “El tema de la salud aquí y el mundo es muy complicado. Es un sistema en el que se mueve mucho dinero. A poco que se repare en lo que se aborda en la obra es fácil asociarla con lo que ocurre alrededor de uno.” El día de la entrevista, en Página 12 había salido un artículo del académico Bernardo Kliksberg, quien afirma que el riesgo actual de contraer cáncer de pulmón para quienes fuman cigarrillos es mayor que hace 50 años. Eso como resultado de los cambios en su diseño y composición, que es más tóxica. Y también cuenta que el alto ejecutivo de una multinacional líder que discutía con el gobierno de la India la duración de la patente de un medicamento promisorio para algunos tipos de cánceres, dijo que ese remedio había sido hecho no para los hindúes –a los que su gobierno quería aplicar acortando la extensión de la patente- “sino para los occidentales que pueden pagarlo.”


    Se lo comentamos a Flechner, y, luego de reflexionar, contesta: “Yo tengo la convicción de que hoy existen investigaciones que no avanzan en la cura de ciertas enfermedades porque si lo hicieran podrían cortar un negocio millonario. De ahí para abajo podemos esperar cualquier cosa. No tengo información de primera sobre lo que ocurre en este tema, pero basta ver con lo que ocurre a diario con una obra social o una prepaga para tener una cierta idea de lo que pasa con la medicina privada. Y esto no es para estigmatizar a los médicos, que en algunos casos pueden ser extraordinarios profesionales, sino para señalar que lo que falla es el sistema, la estructura de una salud que se basa en la búsqueda de lucro y no en el cuidado de la gente.”


     Alejandra Flechner, tan recordada en sus inicios en programas como Cha, cha, cha o la obra Una visita inoportuna, junto ese inolvidable intérprete que fue Jorge Mayor, ha protagonizado en los últimos años algunas intervenciones muy celebradas en teatro. Entre otras, se podrían mencionar: El método Gronholm, en 2007; Déjala sangrar, en 2008; Santa Juana de América, en 2010, como Juana Azurduy; Chanchadas en 2011, de Alfredo Arias; Lo que vio el mayordomo en 2012. Entre esos títulos hizo, también por esos años, Caperucita roja, en versión de Javier Daulte, que resultó un tremendo fiasco. “Es el fracaso de público más grande que viví y era una obra divina –dice-. Es un episodio que siempre hemos comentado con Carlos Rottemberg, productor de ese espectáculo y un tipazo, alguien que jamás te ‘melonea’, sino que habla con sinceridad. En teatro nadie tiene la bola de cristal para adivinar que será o no exitoso. A veces se juntan factores difíciles de detectar que desfavorecen a una obra, aunque esté bien hecha. Es una experiencia que hay que absorber, porque es parte de las reglas del juego. Hay que reacomodarse y seguir. Y pensar que en el teatro, como en la vida, no todo es éxito. En ese aspecto estoy a resguardo porque no soy exitista. Como todos, quiero que me vayan bien las cosas, porque me gusta mi trabajo y vivo de él, pero admito que me puede ir mal, como a cualquiera.”  


Al respecto y refiriéndose a que ni siquiera ciertas figuras indiscutibles aseguran hoy el éxito de un proyecto, Alejandra hace la siguiente observación: “Me parece que el teatro comercial –no el otro, que tiene una enorme vitalidad- atraviesa cierta crisis desde hace dos años. Siempre hay obras que llevan público, que van bien, pero muchas otras no funciona de la manera que lo hacían hace siete años. Algunas viejas fórmulas ya no resultan tanto. Por más que agarres a grandes figuras la cosa no funciona como antes. Lo que era número puesto ya no lo es. Creo que se está produciendo una etapa de mutación que no sé en que terminará, pero que me parece buenísima. Tal vez haya que replantear algunos tópicos. En principio el precio de las entradas. Ir al teatro es muy caro. O se gana menos guita o se cobra menos. Cuando las entradas bajan va más gente a las salas. Esto es así. En el caso de las obras que son un boom no, los dos o tres grandes sucesos que se producen cada año están fuera de la norma, son las excepciones. Es como en Mar del Plata, la pegan dos y el resto la rema. Desde que tengo uso de razón es de ese modo. Lo que pasa es que antes todo el mundo decía que le iba divino y no era verdad. Ahora, por lo menos, dicen que les fue como el culo. Lo que pasa que al productor que hace temporada en  Mar del Plata le sirve porque después organiza con la misma obra giras por el interior. Y eso lo compensa de cualquier eventual pérdida.”


     La entrada cara sería un factor que aleja al público. ¿Habría otros?, le preguntamos a nuestra entrevistada. “Yo veo también –responde- mucha obra comprada en el extranjero que no está tan buena. Y eso no va. Y pregunto sin ningún chovinismo: ¿por qué no hacen un poco de teatro argentino? Sinceramente, ¿qué es esto de ir a Estados Unidos a mirar obras para comprar? Obras que a menudo son una porquería que nosotros, debido a que sus derechos son muy caros, después nos obliga a pagar fortunas. Es como en el cine: ¿cómo se hace para ver cine argentino si las pantallas están invadidas de las superproducciones de los Estados Unidos, por los grandes tanques de la industria cinematográfica del norte? En teatro pasa algo parecido. Hagamos un poquito de teatro nacional. Yo no digo que se haga todo el tiempo El conventillo de la paloma. Hay un teatro de autores nacionales que la gente iría a ver y que es un teatro mucho mejor que mucha porquería comprada afuera.”


    “Calculo que el teatro muy de vanguardia del off no funcionaría en la calle Corrientes  -añade-, pero existe una cantidad de autores vivos y muertos geniales. Yo haría una revisión del teatro argentino y les diría a los productores: ¿por qué no se leen un par de autores de este país? Y no lo digo desde un lado resentido, porque no soy autora. Lo digo porque estoy harta de algunas porquerías que se compran afuera. Eso me parece una actitud de colonizado, tilinga. Entiendo que un productor no tiene que ser necesariamente un tipo culto, formado y con un nivel intelectual muy desarrollado, porque es una persona que se ha desarrollado en el mundo del dinero, pero podría ampliar su visión un poquito. Acá existe mucho material y sería más barato. Hay autores consagrados y muchos nuevos muy buenos, así como hay una cantidad de directores excelentes. En la actualidad se ven directores que llegan al teatro comercial y que eran de otro ámbito y funcionan muy bien. Creo los detonantes de esta situación deben ser varios, pero estoy segura de que la mala elección de obras es uno de ellos. Y en este caso, es claro que se pueden tomar medidas. Las responsabilidades son allí de los productores, porque son ellos los que eligen los materiales. Siempre pienso que de las crisis, los sacudones, suelen salir cosas buenas. Así que, ojalá, alguien se ponga las pilas y diga: a ver flaco, cambiemos algo.”


    Con respecto a la televisión, dice: “Y siempre el objetivo es tener 35 puntos de rating. Bueno, es hora de que se haga algo nuevo, que no se repitan ad aeternum las mismas fórmulas. Es difícil lo sé. En teatro, hay un sector que es comercial y otro que no. Pero, aún el teatro comercial tiene, a veces, alguna pretensión más. La televisión, en cambio, es directamente como la Bolsa, un lugar para ganar guita y con un comportamiento cíclico. Si lo bueno permite hacer plata por ahí se acude a programas de calidad, pero si la racha muestra que el negocio es mostrar culos hacia allí se va. Y se está cinco o seis años mostrando culos. Luego algún ‘pensador’ se propone iniciar una etapa con los   reality,  porque allí está la ‘papa’, y todo el mundo se lanza a hacer eso. Y si,  más tarde, alguien descubre que la ficción también reporta beneficios altos, entonces nadie deja de hacer ficción. El asunto es mantener en actividad la fábrica de chorizos. Nunca hay vocación de excelencia. La tele es una máquina que se come todo, un sitio donde es difícil que algo se mantenga en un lugar, porque su propósito es todo el tiempo devorar y masticar.”


En medio de todas las opciones de trabajo que se le dan a una actriz (teatro, cine o televisión), le preguntamos a Alejandra cómo se maneja ella. “Yo nunca hice mucha televisión –comenta-. Sí, tuve oportunidad de trabajar más en ese medio, pero no lo hice. Mucha tele significa estar en tiras, que es lo que más tiempo demanda. Cuando existió esa ocasión estaba haciendo teatro -lo que más me gusta- y entonces no acepté. Me parecía demasiado estar el día completo haciendo televisión y después teatro. Y esa actitud se acentuó cuando tuve mi hijo. Soy muy laburadora y me siento bien en el trabajo, pero si elijo no actuar por un período la paso también bien. Eso, claro, hasta que me llega el síndrome de abstinencia. Por eso, en televisión he preferido más tener participaciones en unitarios o en series. Estuve en los últimos años en Mujeres asesinas o en Los Pells, y hace menos tiempo en En terapia. Y hace algunas semanas filmé un capítulo de Doce casas, una serie de historias muy conmovedoras que dirige el autor y director Santiago Loza. También actué en varias películas, como Adiós, querida luna o Imposible hace algunos años, y más recientemente en Antes o Pájaros volando. Trabajo no me ha faltado. También ocurrió que, en algún momento en que me decidí a hacer una tira, por no estar en teatro, no pintó. Pero no tengo prejuicios para estar en televisión. Y por ahí hasta soy capaz de intervenir en un programa choto si hay un hay un equipo de actores o compañeros que valgan la pena y se la pueda pasar bien. Me siento muy afortunada cuando puedo elegir cosas que me gustan. En relación al actor, lo más jodido de la tele es que lo agarra y lo exprime mucho. Y le quita la posibilidad de preguntarse qué quiere hacer o si hay otros caminos. Ese es un derecho que las personas deben tomarse siempre y ejercer, salvo que estén muy obnubiladas por un desesperado deseo de ganar guita y acepten cualquier cosa. Si una lección he aprendido es que en algún momento de la vida hay que hacerse, por lo menos, un par de preguntas, sino nunca la ves y otros deciden por vos.”

                                                                                           A.C.