Entrevista a Alberto de Mendoza: el último desafío

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En homenaje a uno de los símbolos de la actuación en Iberoamérica, compartimos el último encuentro que el actor mantuvo con Acción Digital a principios del mes de diciembre.

Alberto de Mendoza es uno de los símbolos de la actuación en Iberoamérica. Como una renovada postal de una vida que desde niño lo ha tenido surcando el Atlántico entre América y Europa, regresa casi definitivamente a Buenos Aires para acompañar el estreno de La mala verdad, el audaz filme que escogió para cerrar una trayectoria plagada de éxitos en cine, teatro y televisión.
Desde su casa madrileña y mientras batalla contra una infección respiratoria, asegura que va a volver otra vez para disfrutar de una ciudad que ama sin reparos. Y, fundamentalmente, para «ponerle el hombro» al estreno del largometraje de Miguel Ángel Rocca, con el que el actor decidió dar por concluida a su dilatada y exitosa carrera.
«En esta profesión uno no se despide nunca, pero lo cierto es que tengo una gran ilusión acerca de ésta, que es la última película mía», comenta el intérprete, combinando deseos y certezas para intentar disimular lo concreto: el cierre de una historia imponente de siete décadas en escenarios, estudios de televisión y sets de filmación.
Tan vital y locuaz como afirmado en un discurso sin concesiones que se impone a cualquier pregunta, De Mendoza recuerda que «como todo actor empecé rompiendo zapatos por escenarios argentinos, pero me considero un hombre de televisión también». A modo de balance de aquellas vivencias, asegura que «cuando empecé estaba seguro de que iba a llegar, porque entonces tenía tiempo». Fue así como, con dosis de tesón y talento, se convirtió en hacedor de sucesos televisivos como El Rafa y El oriental, a la par de filmes como Filomena Marturano, El jefe y El infierno tan temido.
El caballero nacido el 21 de enero de 1923 en el barrio porteño de Belgrano bajo el nombre de Alberto Manuel Rodríguez Gallego González de Mendoza, resume semejante experiencia apuntando que «en todo me fui destacando, pero eran tiempos en los que se hacían buenos libretos y nosotros éramos jóvenes y audaces».
Para marcar el último capítulo de ese largo recorrido, el intérprete evitó una vez más el facilismo: en La mala verdad decidió meterse en la piel de Ernesto, el patriarca de una familia que también integran su hija Laura (a cargo de Analía Couceyro) y su nieta Bárbara (interpretada por Ailén Guerrero). Dominador de la escena y dueño de la librería que alimenta a los suyos, Ernesto exhibe un poder que se extiende también sobre Rodolfo (Carlos Belloso), el novio de Laura. La misma clase de influencia que lo lleva a ser el único interlocutor de Sara (Malena Solda), la psicóloga de la escuela a la que concurre Bárbara, quien empieza a poner en superficie la «mala verdad» a la que alude el título de la cinta.
El reparto del filme –con guión de Maximiliano González y Miguel Ángel Rocca– incluye también la participación de Norman Briski como Antonio, un hermano de Ernesto que vive alejado de la ciudad: es una suerte de contrafigura del protagonista y aliado de los pesarosos secretos de la pequeña Bárbara. Lo que se expone en la pantalla grande, en definitiva, son las mentiras y el ocultamiento que rodean a un drama familiar.
Además de su reciente estreno en la Argentina, la película ya recorrió diversos festivales internacionales como los de Chimenea Verde en Madrid, de Films del Mundo de Montreal y otros de Lima, Bogotá y Málaga. En éste último obtuvo dos premios: el del público y el del mejor actor para De Mendoza.
–¿Cómo se fueron dando las cosas para que La mala verdad se convirtiera en su última película?
–Me llegó el libro, se lo pasé a mis hijos (Fabián y Belén) y, después de que a ellos les gustó, lo leí yo y me encontré con un texto que me pareció maravilloso, aunque peligroso para mí. Lo cierto es que cuando me puse a ver de qué trataba La mala verdad, me encontré con algo que me costaba, porque recuerdo que entonces me pregunté: «¿cómo carajo hago para hacer de un abuelo así?».
–¿Y cómo lo resolvió?
–Como pude (risas). Lo cierto es que la película no descansa en Alberto de Mendoza, sino que es un trabajo plural, que permite demostrar el potencial de cada uno. Lo esencial es que sirve para abordar un problema fundamental, que puede ocurrir en cualquier sitio y que tiene que ver con un drama tremendo de la sociedad, que ocurre cuando alguien grita pero nadie puede escucharlo.
–Se aprecia una historia intimista, pero de enorme intensidad.
–¡Claro! Es una película intimista y nada grandiosa, no es como esas pelotudeces que hacen los norteamericanos, en las que gastan millones. Por mi parte, no creo que vaya a arrancar para que la gente se rasgue las vestiduras. Pero en cuanto se empiece a discutir sobre la temática que plantea, va a empezar a caminar, porque no es una película difícil, llama la atención, le dice ojo a cualquier tipo de espectador y lo invita a verla. A este tipo de mensaje un director lo puede tratar con mal gusto o de manera chocante, pero me llamó mucho la atención la fineza y la delicadeza con las que Rocca aborda el problema.
–¿Puede decirse que el director lo sedujo para sumarlo a este proyecto?
–La verdad es que sí, de hecho me sorprendió que le prestara tanta atención a mis consejos y me llevara el apunte, cuando una película siempre le pertenece al director. «¡Qué raro es este tipo!», recuerdo que pensé. Pero descubrí a una persona muy atenta y por eso le pedí conocer a todo el equipo técnico.
–¿Y cómo fue esa experiencia de trabajo grupal para la película?
–Todo el equipo de técnicos y actores me trató con un respeto increíble, hasta que un día me hinché y les dije: «Muchachos, yo soy un compañero más». Y le especifiqué a Miguel Ángel que era él quien manejaba y dirigía. Ahí se rompió el hielo y me di cuenta que estaba en familia, algo que es muy difícil que ocurra.
–¿O sea que finalmente se dio el gusto de despedirse del cine en un clima inmejorable?
–Totalmente. En los 70 años que tengo de profesión, nunca lo he pasado tan bien, con gente tan agradable. En otros países se termina un rodaje y uno se despide con la sensación de que no te ha dejado nada, pero aquí estuve con gente encantadora. Puedo decir que me volví a sentir un ser humano, porque un actor, cuando pasan muchos años, se convierte en un ególatra; pero acá el juego pasó por otro lado, y considero que he ganado emoción, he ganado amigos. Sinceramente, siento que volví a vivir, porque venía de tres años con una cosa personal muy pesada, por la enfermedad de mi mujer Mabel. Por eso, de las cien y tantas películas que he hecho, La mala verdad es la de la que mejores recuerdos tengo.
–¿Y cómo fue la experiencia de ser parte de un elenco con actores más jóvenes y con los que nunca había trabajado?
–Fue muy gratificante y potenció mi visión acerca del gran cine que se está haciendo en estos momentos en la Argentina. Analía (Couceyro) es una actriz en serio, Belloso exhibió todo su oficio y no sé qué decir de Ailén (Guerrero), que es una niña y tuvo que encarar un papel tan difícil. A Malena Solda, que me pareció una muchacha encantadora, la invité a mi dúplex en el barrio de San Telmo, porque como teníamos varias escenas compartidas que eran muy fuertes, me pareció bueno que tratemos de encontrarle el mejor tono posible trabajando juntos y conociéndonos un poco mejor. Por otro lado, agradecí que Norman Briski aceptara hacer de mi hermano, porque es un ser encantador con el que jamás había coincidido pero, por suerte, tuvimos una relación muy agradable.
–Con todos esos condimentos ¿cómo evalúa el resultado final?
–Me gustaría muchísimo que funcionara, y espero haber aportado mi granito de arena para que sea una película capaz de convocar al público a los cines. La historia se va enrollando hasta desembocar en un final sorpresivo, que demuestra que el problema que trata es algo que existe y, mucho cuidado, porque esto pasa o puede pasar en cualquier tipo de familia. Además, lo que se narra allí está dentro de los temas que se están tratando en la Argentina y que el cine va abordando a partir de películas muy buenas, gracias a directores jóvenes de gran talento.
–¿Qué películas argentinas de los últimos tiempos le llamaron la atención?
–Además de lo que, por supuesto, filman tipos como Juan José Campanella, Daniel Burman y Eliseo Subiela, a quien conocí en Málaga y me resultó un ser sumamente interesante y agradable, me llamó mucho la atención la película Un rey para la Patagonia (documental de Lucas Turturro) que me hubiera gustado hacer a mí hace muchos años. Y me encantó Aballay, el hombre sin miedo (de Fernando Spiner, elegida para representar a la Argentina en los Oscar 2012), que vi en un cine de Madrid y, aunque me dolía mucho la columna y no encontraba posición en la butaca, me atrapó por su vehemencia. Creo que esos filmes están ocupándose de una temática sobre la historia contemporánea, que a España le ha permitido hacer películas maravillosas. En la Argentina van a tener que empezar a prestarle mucha más atención a cómo se ha conformado el país y a no tener miedo de hablar, por ejemplo, de Güemes o de la llegada de los inmigrantes.
–Además de la historia sobre el rey patagónico, ¿qué otra película siente que le quedó pendiente?
–Yo hubiera querido hacer Don Segundo Sombra, porque soy un gran jinete y adoro el campo argentino, pero ya está. Me quedó en el tintero.
–¿Y de sus colegas actores, a quién destacaría?
–Sin ningún lugar a dudas Ricardo Darín me parece de los mejores de la nueva generación. Pero quiero aprovechar a decir que lamenté muy profundamente la muerte de Walter Vidarte (actor uruguayo exiliado en España desde 1974, que falleció en Madrid el 29 de octubre pasado) que era un tipo maravilloso y un gran actor, con una enorme dignidad.
–¿Puede seguir algunos programas de la televisión argentina? ¿Qué le parecen?
–En la televisión veo muy buenos actores, que tienen la suerte de poder contar con grandes elementos, pero no alcanzo a entender por qué levantan tantos programas por temas de rating.
–¿En España no ocurre lo mismo?
–Me parece que no hay tantas urgencias en televisión, aunque en lo que refiere al cine puedo asegurar que producir en España es una tarea de dementes.
–¿Qué sintió al ver el resultado final de La mala verdad y la reacción de los espectadores?
–Que se logró hacer una película que a la vez es entretenida y de denuncia de una cosa tremenda que ocurre en el seno de nuestras sociedades, y me parece que la gente la recibe de esa manera. De hecho en Málaga, adonde viajé para acompañar su proyección y recibir un homenaje, percibí que el público había aceptado el tipo de discurso que se plantea en el filme.
Por último ¿de qué manera invitaría al público argentino a que vaya al cine a verlo en su última actuación?
–Al margen de mi presencia, les diría a los espectadores de la Argentina y de todos lados que, en tal caso, vean menos fútbol y presten más atención a las cosas que se cuentan en La mala verdad, porque es algo que ocurre aunque no queramos verlo.

 

Sergio Arboleya
Fotos: Productora Pensa & Rocca Cine
Nota Reproducción de Acción Digital Edición Nº1087 de la primera quincena de diciembre.