Entrevista al director Andrés Bazzalo
Artista de larga trayectoria en el medio teatral, Andrés Bazzalo ha logrado entre sus pares y colegas del espectáculo un muy merecido reconocimiento en los últimos años por la calidad de sus trabajos. En estos días, y después de un 2016 variado y rico en los proyectos que encaró, dirige Todas las rayuelas, obra que resultó ganadora del conocido concurso Contar 3. En esta nota se refiere a las alternativas del proceso que llevó a este texto a ser montado en el Multiteatro y analiza también los distintos roles que operan en la actividad escénica, entre ellos el del director, que es finalmente el que abrazó con más fuerza y ejerce, junto con la docencia y el trabajo de dramaturgista.
Entre las obras que en enero se presentaron en la cartelera teatral de Buenos Aires, Todas las rayuelas, del joven autor argentino Carlos La Casa (35 años), se ha ubicado, por evaluación de calidad y respuesta del público, entre las que mayor consideración lograron en esta temporada de verano. La pieza venía de ganar en noviembre pasado el concurso Contar 3, que organizan todos los años, en colaboración, la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) y la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (AADET), y fue elegida entre las seis que llegaron a la instancia final. El premio de ese certamen consiste en representar a la obra ganadora en un teatro de la avenida Corrientes, que a la postre resultó ser el Multiteatro. Allí, semana a semana, concita el apoyo del público, que recibe con cariño y emoción esta historia que nos habla a todos los argentinos de cosas que nos conciernen profundamente, que nos ocurrieron hace pocas décadas y que, por lo tanto, están demasiado cerca para que podamos considerarlas ajenas o demasiado remotas.
Además es un texto que cuenta esa historia, como afirma Andrés Bazzalo, el fogueado y reconocido hombre de teatro al que fue encomendada su dirección, sin apelar a recursos sofisticados sino mediante la infalible fórmula de dirigirse directamente al corazón del espectador. “La obra tiene esa cualidad evidente: es sencilla, tierna, cercana al público –dice Bazzalo-. Toca un pasado que día a día sentimos que está presente y latiendo en nosotros, pero cuya memoria muchos sectores intentan velar, convertir en ceniza de olvido. Y frente a esa pretensión grosera, esta obra cuenta, en contraste, la peripecia de un hombre que vuelve del exilio a buscar una hija, a recomponer los lazos de una relación que la dictadura afectó con una distancia obligada. Esta historia, en tono amable y sin bajar nunca línea, nos permite identificarnos con ese hombre y conectarnos con sus sentimientos más profundos, que son los de recuperar el amor de su hija. Y es ese tono sutil del texto y de la puesta el que le gusta a gente de muy distintos perfiles. Es una obra con capacidad de llegar no a un solo público, sino a muchos. Un amigo me dijo que, al verla con su nieto de 13 años, pudo por primera vez hablarle en términos llanos de la dictadura.”
Bazzalo dirigió primero esta obra en un formato de semimontado. Las seis obras que intervinieron en la instancia final de Contar 3 fueron representadas en la misma forma en el Teatro Picadero. De esas representaciones, los empresarios debían elegir una o más para ser llevadas a una sala céntrica. En este caso fue una. En esa versión inicial, el papel protagónico, que es el del padre, lo encarnaba Víctor Laplace, quien luego no pudo estar en la versión definitiva en el Multiteatro debido a que tenía un compromiso previo con la obra La herencia de Eszter, actualmente en cartel. Lo mismo pasó con Agustín Rittano y Lorena Vega, que habían firmado contrato con el teatro San Martín para hacer Platonov, de Antón Chéjov. Laplace fue reemplazado por Hugo Arana. Y Rittano y Vega por Esteban Meloni y Paula Ransenberg. Los que sí siguieron fueron los otros dos actores que estaban desde el principio en el elenco: Heidi Fauth y Daniel Dibiase. Sobre Hubo Arana, Bazzalo asegura: “Era el actor ideal para reemplazar a Laplace, que había estado muy bien en el semimontado. Cuando le propusimos la obra dijo que no quería trabajar en nada que tuviera infartos o muertes, pero luego leyó el libro y se enamoró de él. Hugo es un enorme actor, de una gran emotividad y con una formidable empatía con el público, un verdadero intérprete popular. Pero el resto del equipo está también muy bien y ha sido un placer trabajar con sus integrantes.”
Sobre Contar dice que es un concurso sobresaliente como idea. “Hay mucho material extranjero en el circuito comercial de teatro –dice- y no siempre es de calidad. Al contrario, a veces, es muy flojo. Entonces me parece muy interesante que se incentive a los autores argentinos para que escriban con destino a ese circuito. Otra iniciativa valiosa ha sido este año convocar a un director que viene de otros ámbitos. Yo me desempeño más en el teatro off y en el oficial, o sea que el teatro comercial no es mi territorio habitual. Y, sin embargo, fui convocado. Una vez vista la versión en semimontado de la obra, los empresarios no tienen la obligación de aceptar al director que condujo esa interpretación. Y, sin embargo, lo hicieron. Lo que significa que se va abriendo la convocatoria y eso es bueno. Sebastián Blutrach, que se encargó de la producción de esta obra, me dijo que si no nos hubiéramos conocido en el concurso, tal vez no nos habríamos encontrado nunca.”
Andrés Bazzalo es de los directores que están siempre detrás de algún proyecto y que, como consecuencia, trabajan mucho, tanto para prepararlos como para luego llevarlos a la escena. En 2016, repuso Ubú rey, de Alfred Jarry, en una versión muy festejada que había estrenado el año anterior; y también dirigió El andador, de Norberto “El Flaco” Aroldi, para el Complejo Teatral de Buenos Aires; Camarines, de Rafael Bruza, que estuvo de gira con el Teatro Cervantes; y luego Los sirvientes, de Adriana Tursi, en el Teatro del Pueblo. Y ahora está trabajando para estrenar en abril próximo, los sábados a las 18 horas en el Teatro del Pueblo, un unipersonal con Lorena Vega sobre Encarnación Ezcurra, la mujer de Juan Manuel de Rosas, escrito por la dramaturga Cristina Escofet. “Los textos de Cristina –afirma Bazzalo- son muy poéticos y teatrales, pero también polémicos. Por eso me gustan, porque hacen pensar. En este país, tan intensamente atravesado por la política, me causa gracia cuando se habla de la grieta como algo de estos tiempos. Trabajando con la pieza sobre Encarnación Ezcurra, me preguntaba: ¿cuándo fue que no hubo grieta en la Argentina? Y no me refiero solo a unitarios y federales, sino a infinidad de otras confrontaciones. Las grietas se producen, sobre todo, cuando hay intereses económicos muy encontrados. Y, de distinta manera o con su tono particular, esos enfrentamientos se dan en todos los países.”
Esa energía no es casual, le viene de su formación en el teatro independiente, donde nada de lo que se hacía venía de arriba, sino que había que trabajar con mucho esfuerzo y amor para conseguir lo que se quería. Sus comienzos fueron en un grupo filodramático en el club Obras Sanitarias, donde hacían funciones los fines de semana para los socios y amigos. Después fue a estudiar al IFT que tenía por entonces una buena escuela de teatro y allí conoció a Raúl Serrano. Gracias a ese vínculo trabajó como actor en El proceso en 1976. Y después siguió formándose con otros profesores, entre ellos Augusto Fernandes. Y ya desde muy temprano comenzó a escribir y dirigir espectáculos para chicos, que realizó con el llamado Grupo Planeta y que le permitió vivir muchos años de esa actividad. Después intervino como actor, autor y director en Teatro Abierto. Y también empezó a dar clases, práctica que no ha abandonado hasta la actualidad. Hoy es profesor de la UNA y la EMAD y fue vicedirector de ésta última entidad. Se inició como profesor en actuación, pero al ir especializándose en dirección como su actividad principal se volcó a las clases en esa disciplina.
“En algún momento me di cuenta que amaba el teatro y no podía vivir sin él, pero que no era muy buen actor –confiesa-. Y eso al principio me generó inquietud, pero enseguida me di cuenta que lo que más me apasionaba era la dirección. Y escribir y adaptar. Me gusta mucho adaptar. Es un trabajo del que disfruto. Tengo obras propias, que son las obras para chicos, y me fascina hacer versiones de distintas obras. Tengo materiales que tal vez nunca pueda estrenar, pero rescato el gusto de haber trabajado con ellos. He adaptado novelas en las que no me puse de acuerdo con el autor y terminé sin hacerlas. Otras sí, como La sierva, de Andrés Rivera, con quien trabajé muy bien. De entrada él me dijo: ‘No tengo objeción de que mis obras se hagan en teatro, siempre y cuando esté de acuerdo con la versión’. Y así ocurrió. Hace muchos años que no tengo problemas con los autores. Si tengo problemas con un material que me interesa, planteo mis dudas y trato después de hacer un acuerdo previo con el autor que se respeta. Hablo de materiales que tengan algún problema de tipo estructural o de exceso de palabras para el teatro. No me refiero a lo poético o lo ideológico, porque cuando hay diferencias en ese plano prefiero no hacer la obra.” Entre muchísimos otros títulos, adaptó y dirigió para el teatro novelas como El túnel, de Ernesto Sábato, o El jugador, de Fiódor Dostoievsky.
Respecto a la posibilidad de escribir y dirigir al mismo tiempo, afirma: “Estudiar y enseñar dirección me ha servido para que, cuando escribo un material, la práctica que he tenido como director me permita ponerme en fiscal de mi propio material o versión. Y cuando aparece el director, es seguro que éste estará atento a lo que puede ocurrir con ese material en escena. Me ha ocurrido a veces de ver obras de dramaturgos que me gustan mucho, pero no comparto su trabajo como directores. Los veo demasiado concesivos consigo mismos. El arte de la dirección teatral tiene que ver con algo más que con la palabra, está involucrado también con la imagen, el espacio, la dirección de los actores, el ritmo, el tiempo. En ocasiones, los dramaturgos quieren también dirigir y me parece muy razonable, porque la historia del teatro nace con el teatrista, el artista que hacía todo. Shakespeare coordinaba sus materiales y actuaba, Moliere protagonizaba, dirigía y escribía. En los últimos dos siglos, por lo menos, la situación fue cambiante y hubo distintas disputas por ver quién hegemonizaba la centralidad del espectáculo. En una época se vivió la hegemonía del autor, luego hubo etapas en que lo dominante fue la primera figura, la cabeza de compañía, y más tarde vino el predominio del director, que quiso apropiarse de la totalidad del espectáculo. Ninguna de esas tiranías sirvió. Por suerte, ese período pasó y hoy vivimos, en general, una situación más equilibrada.”
Alberto Catena
Fotos: Sub.coop