Entrevista a Adriana Lestido
Desde el dolor extremo, la soledad o la exclusión hasta el amor y lo poético se fusionan en la obra fotográfica de Adriana Lestido como un revelador fresco humano de distintos aspectos de la realidad argentina. Pocos artistas han logrado su hondura y sensibilidad al mismo tiempo que un reconocimiento tan unánime en su propio suelo y en el mundo. Aprovechando el hecho de que realizaba la curaduría de la exposición Trabajo hecho, en el Centro Cultural Kirchner, Revista Cabal se acercó a ella hace unos días y charló en un café céntrico durante una media hora. Con la misma sencillez medular que transmite a sus fotos, dialogó sobre distintos temas que se pusieron a su consideración.
Parafraseando a Kafka, que se refería al libro al hacer esta afirmación, podríamos decir que una buena foto debería ser como el “pico de un alpinista que rompa el mar helado que tenemos dentro”. Las fotos que nos ofrece la obra de esa extraordinaria artista argentina que es Adriana Lestido tienen esa cualidad. Es imposible que podamos permanecer indiferente ante ellas, no sentir que una profunda emoción, un entrañable vínculo de hermandad humana nos asocia a las imágenes que capta su cámara. Y eso porque, como decía María de los Ángeles “Chiqui” González, ministra de Innovación y Cultura de Santa Fe, en el prólogo al libro Lo que se ve: “Ideología, vida y compromiso son lo mismo para ella, son mirada y dignidad. Busca la tensión y nos tensiona, nos coloca en contextos tan reales, tan poéticos, que es imposible no llorar por lo que somos, por lo que no somos, por lo injusto y lo intolerable y lo luminoso de vivir.”
Adriana Lestido comenzó a estudiar cine en la Escuela de Artes y Técnicas Visuales de Avellaneda en 1979, poco después de que su pareja, Guillermo “Willy” Moralli fuera detenido y desaparecido durante la última dictadura militar. Fue allí, en un curso de fotografía, donde se despertó su interés por la disciplina y cuenta que hoy podría interpretar esa repentina vocación como un deseo inconsciente de captar lo que se nos pierde en la vida. Cinco años después de eso, y ya con varios trabajos hechos, Adriana ingresa al diario La Voz en 1979 como reportera gráfica y se dedica al fotoperiodismo, sin abandonar su actividad como fotógrafa de arte. En este metier permanece, habiendo pasado en esos años por la agencia Diarios y Noticias y posteriormente por Página 12, hasta 1995, fecha en que comienza a hacer talleres y clínicas fotográficas que, como dice, “desde el principio me dieron mucha felicidad, porque me reafirmaron en las cosas que creo. En los talleres soy yo ciento por ciento. El medio periodístico, en cambio, condiciona.”
La responsable de muestras fotográficas tan inolvidables como Hospital Infanto-juvenil (1986-1988), Madres adolescentes (1988-1990), Madres e hijas (1995-1998), El amor (1992-2005), Villa Gesell (2005), es una de las fotógrafas argentinas más reconocidas y distinguidas en el país y en el mundo. Fue la primera fotógrafa en recibir la Beca Guggenheim y se le ha otorgado también la Beca Hasselblad de Suecia y el Premio Mother Jones Internacional Fund de San Francisco, además del Gran Premio Adquisición del Salón Nacional de Fotografía. Con sus trabajos se han editado también varios libros: Mujeres presas, Madres e hijas, Interior, Obra y Lo que no se ve. Hace un tiempo fue designada Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, que es el lugar donde reside cuando no está en Mar de las Pampas o de viaje en sus regulares exposiciones por distintos países. En los últimos años ha desarrollado varias curadurías, las dos últimas recientemente en el Centro Cultural Kirchner: Aquí nos vemos. Fotografía de América Latina 2000-2015, en colaboración con los fotógrafos Juan Travkin y Gabriel Díaz, y Trabajo hecho, que es la mirada de cuatro fotógrafos ((Lestido, Travnik, Díaz y Sebastián Szyd) sobre la construcción de dicho centro cultural.
Le preguntamos a Adriana qué es lo que la cansó del fotoperiodismo y comenta: “El periodístico es un medio que impide la profundización del punto de vista, comprender lo que uno está viendo. Traba la posibilidad de tomarse todo el tiempo que sea necesario para entender lo que se está viendo. Se suele tomar el vértigo como un valor cuando no lo es. Reconozco que la etapa en Diarios y Noticias me sirvió porque, como sucede en el trabajo de agencia, a menudo hay que resolver el tema de una imagen con mucha rapidez, resolver de esa manera una situación. Y eso fue importante. Pero, sobre todo lo fue, porque mi jefe en aquel momento era Danny Yaco, un editor excelente que priorizaba la calidad fotográfica por sobre la periodística o informativa y eso estaba buenísimo. Y, además, allí había un muy buen laboratorio que me servía, entre nota y nota, revelar mis fotos, hacer mi propio trabajo.”
Acerca de si nota alguna diferencia entre el fotoperiodismo de entonces y el actual, dice: “La verdad es que no he reflexionado mucho sobre el tema. Pero creo que hubo como una etapa más de oro del fotoperiodismo donde se ponía más pasión en el trabajo. O sea que, en muchos casos, era como un camino personal de expresión. Y también estaban las grandes revistas, a nivel mundial, que permitían un gran despliegue en los reportajes gráficos. Y eso, que era muy estimulante, hoy no está, no existe. No siento que haya la misma pasión. Y es difícil, como en otros momentos, sentir emoción ante las imágenes publicadas. La emoción hoy la siento por otras imágenes, no por las periodísticas.” Respecto a esa emoción que provocan sus fotos, Adriana agrega: “No es algo buscado en forma deliberada. Es mi manera de ver lo que fotografío, es una actitud de vida, un compromiso con lo que veo. No se puede fotografiar muy distinto a cómo uno vive o ve las cosas. Lo que sí yo busco es tratar de horadar lo aparente, ver algo más que aquello que está pasando delante de la cámara. Son cosas, situaciones sin mucha relevancia en sí misma, pero que pueden tener una carga dramática donde se resume muy bien lo que pasa y que es lo que moviliza ciertos resortes.”
El gran escritor inglés John Berger, en una carta que le envía a Adriana Lestido sostiene lo siguiente: “Lo que hace tu trabajo tan inusual y misterioso es la naturaleza de tu presencia (la de la fotógrafa). Aquello que vemos suceder –existir- lo hace como si no estuvieras ahí. Nadie da la impresión de haber sido fotografiado. Y sin embargo, al mismo tiempo, cada imagen ha sido elegida y recolectada con tanto amor y compasión.” Le preguntamos a Adriana cómo definiría esa presencia-ausencia y contesta: “Es como si uno se olvidara de sí mismo y se fusionara con lo que está pasando. De ahí que no se me sienta en la foto, que parezca invisible. Esta invisibilidad la da el hecho real de estar fundido con lo que ocurre en el momento de hacer la imagen. Eso es lo que provoca la conexión de las dos energías que se mueven finalmente en ese acto, una que va y otra que viene.” La periodista Marta Dillon afirma que ese operativo exige expulsar la información previa e invitar de ese modo a la mente a que vea de otro modo lo que se tiene ante los ojos y evite caminar por las mismas huellas. Es el sendero que abre espacio al minuto perfecto de la revelación. Por su parte, el novelista Guillermo Saccomano, que ha escrito varias notas sobre Adriana Lestido, afirma acerca de ese rasgo: “Ella fue depurando su visión, volviéndola más austera y a la vez poética. Lo que sugiere no solo un enorme dominio del oficio, sino de la transmisión de sentimientos. Colocarse sin demagogia ni pietismo en el lugar del otro.”
Acerca de lo que trasunta en su caso el buen uso del tiempo, Adriana responde: “Significa, sobre todo, dejar estacionar las imágenes. El tiempo no tiene tanto que ver con la duración de la toma. Entrar en cierta situación a veces lleva mucho tiempo y otras veces no. ¿Por qué dejar estacionar? Porque trabajar con las imágenes en el momento en que uno las hace impide tener la distancia necesaria para verlas bien. Todavía se está muy cargado con lo que se cree la imagen tiene y a menudo no tiene. Con el tiempo es posible despegarse de esa limitación y se puede ver lo que la imagen realmente transmite. Por eso, es raro que yo muestre enseguida lo que hago. Antes espero y hago un gran trabajo de limpieza, para dejar lo esencial, para que surja lo que está ahí latente. Y para hacer limpieza se necesita tiempo. Mirar una y otra vez lo que se tiene para poder desasirse de lo que no es medular. Sobre todo en mi caso, en que no me interesa tanto la imagen individual, sino trabajar en serie, asociar imágenes y armar relatos. También para eso, para asociar se requiere tiempo, encontrar el aire que recorre las distintas imágenes.”
La mayor parte de los trabajos de Adriana Lestido son en blanco y negro. La última pregunta está referido a esa preferencia. “He adoptado el blanco y negó –concluye- porque tiene la profundidad de lo básico, de lo que es más medular, visceral. Es la imagen pura, que no produce distracción. Tiene que ver con el tipo de cosas que yo intento captar en mis temas. No es que rechace el color, de hecho lo he usado. Pero como la expresión se relaciona con el inconsciente, es como en los sueños: uno recuerda la imagen, que puede tener o no color. La imagen está por encima o por detrás del color.” Para una de las estudiosas de la obra de Adriana, el uso del blanco y negro tiene por fin reflejar el contraste entre lo oscuro (la incomprensión de la realidad) y la luz (la verdad). En cierto modo, es lo que también dice la periodista Valeria Bula: “Adriana saca a la luz los reclamos, los instantes invisibles, la angustia y el dolor de aquellos que no se pueden hacer oír, pero claman por ser reconocidos como seres humanos.” Una verdad irrefutable con la que ella conmueve a quienes mantiene su corazón despierto y no temen ni se ciegan frente a lo que ven.
Alberto Catena