Cenizas y diamantes de una profesión
Profesional formado en una época donde el rigor y la exactitud eran condiciones sine qua non en el trabajo, Carlos Ulanovsky es hoy, luego de cincuenta años de carrera, uno de los periodistas de referencia indiscutibles para cualquier joven que quiera iniciarse en el oficio de escribir o comunicar en los medios. Su reciente libro Redacciones es un hermoso compendio de sus experiencias más importantes en este medio siglo de transitar redacciones. Sobre ese texto y sobre la visión que tiene acerca de ciertos temas de la actividad en este tiempo y de lo que sucede en país conversó con Cabal Digital.
¿Qué convierte a cualquier profesión en una actividad noble, digna de ser admirada y, sobre todo, respetada? Antes que nada, que la práctica de quienes la desarrollan se atenga a determinados parámetros: éticos, humanísticos. Se oye decir a menudo que el trabajo de los médicos es un apostolado. Y es verdad, puede serlo. De hecho existen en la actualidad ejemplos –y se podrían encontrar muchos más acudiendo a la historia- de individuos que cumplen su tarea con total y solidaria entrega, como exigen las reglas del juramento hipocrático. Los hay incluso que trabajan con esa devoción sin recibir el reconocimiento que merecerían. Pero, en contrapartida, también hay médicos que son más sensibilizados por el afán desmedido de ganar dinero que por el bienestar de sus pacientes, traficantes fenicios del arte de la cura, que consideran el derecho a la salud solo una prerrogativa de las clases ricas.
En fin, todas las ocupaciones tienen ese doble o triple fondo posible que permite hacer de ellas un ejercicio de noble cometido –es decir, que ofrece un servicio enriquecedor y honrado para el semejante o la sociedad, además de para sí mismo- o una plataforma para sobrevivir con escasa o ninguna proyección moral en la vida o para el cultivo de ciertas expresiones de la indignidad. Hay de todo en la viña del Señor. El periodismo es un oficio que, aún aceptando sus rasgos particulares, no se sustrae a ninguna de esas posibilidades. Y con seguridad las amplía. Porque no faltan allí apósteles ni perdularios, pero entre esas dos categorías extremas se mueve también una enorme gama de oficiantes, de muy distinta naturaleza, que en muchas ocasiones –las más de ellas- trabajan sin envilecer la profesión y en otras le insuflan una épica o una pulsión utópica que la vuelven odisea única, fascinante.
Entre estos últimos, algunos le agregan además una cuota de talento –capacidad que no siempre y, por desgracia, va ligada a la integridad ética- y coherencia ideológica. ¿Qué significa este rasgo? ¿Fidelidad consecuente con ciertos principios políticos? Muchas veces es eso, pero también otra virtud próxima a esta actitud, que en el oficio potencia y fertiliza lo que podría ser nada más una obstinada y rígida visión de las cosas: la contracción apasionada al deseo de cumplir en toda circunstancia con algunas máximas –no digamos todas porque parecería excesivo- que la tradición ha instaurado como indispensables del buen periodismo: el desarrollo de una escritura cuidada que ayude al lector a comprender lo que se le comunica, el manejo de una información chequeada, entretenida, variadas y esclarecedora, que abra puertas a aspectos no conocidos de la realidad; y el apego absoluto a la verdad de lo que se cree y se expone.
No son los únicos requisitos del buen periodista, faltarían unos cuántos más, pero si se arranca por ese mínimo ya es un comienzo alentador. Carlos Ulanovsky es un profesional que cumple y ha cumplido a lo largo de su carrera con aquellas máximas y con varias más. Quien haya seguido sus escritos en distintas publicaciones –el año próximo celebrará dos aniversarios: sus setenta años y el medio siglo de actividad en el medio- o los libros que ha dado a conocer en diversas épocas puede comprobarlo con facilidad. El más reciente de esos libros es Redacciones. La profesión va por dentro. Un trabajo absolutamente recomendable donde el autor describe el largo registro de su carrera y aspectos de su vida.
Ulanovsky se inició como periodista en 1963, poco después de que se salvara por número bajo del servicio militar. Antes de eso, había editado una revista creada por él y Rodolfo Terragno llamada Orbe. Fueron siete números hechos durante el tercer, cuarto y quinto año del secundario. A esa publicación le siguió, en los últimos cincuenta años, una lista de títulos que sería interminable citar, entre otros: Casos, Maribel, Panorama, Siete Días, Confirmado, La Opinión, Satiricón, El Universal, Proceso, Interviú (estas tres últimas durante su exilio en México) Humor, Página 12, Clarín, La Nación, La Maga, Perfil, en algunos casos como colaborador y en otros como miembro de la planta fija. Pero la currícula de Ulanovsky no se agota en el periodismo gráfico. Trabajó en televisión varias veces y, sobre todo en la radio, que es el medio al que le dedica en la actualidad todas sus energías. Todos los sábados se lo puede oír por Radio Nacional en Reunión cumbre, un programa de cultura y espectáculos que en 2012 cumple su décimotercera temporada. Y de lunes a viernes participa de 9 a 12 en el programa Mañana más, en la misma emisora.
Precisamente, por ese conocimiento que le ha otorgado trabajar en tantos lugares y ser desde muy joven un atento lector de diarios y revistas, es que hoy se ha convertido en un verdadero especialista en medios. Varios de los libros que ha escrito en los años más recientes, algunos de ellos en colaboración con otros autores, lo prueban: Días de radio, Paren las rotativas, sobre la gráfica, Estamos en el aire, sobre la televisión, y luego una biografía sobre Tato Bores. Todos títulos que se agregan a sus ya clásicos
Los argentinos por la boca mueren, un trabajo que describe a los connacionales a través de su lenguaje, y Seamos felices mientras estamos aquí, que lleva ya tres ediciones, la última en 2011.
Periodismo y precariedad
La travesía de Ulanovsky por sus cincuenta años de profesión proporciona en varios pasajes del libro anécdotas sabrosas y precisos retratos de algunos colegas, junto con una nómina inacabable de periodistas –muchos de los cuales ya son parte de la historia grande de este oficio- que trabajaron a su lado o tuvieron decisiva importancia en su formación. Y destaca, sobre todo, lo que significó para él como experiencia subjetiva la carrera laboral. Pero tratando al mismo tiempo de desentrañar, a través de lo que cuenta, la “extraña naturaleza” de esa tarea que provoca tanto sortilegio entre sus propios practicantes y en las demás personas. Ese esfuerzo logra ofrecer una pintura lúcida, verídica y entrañable de lo que es ese mundo –en parte ya perdido- en el que convergen esos seres “sacrificados, perspicaces y carentes”, pero también a veces “cínicos, escépticos, simplificadores” llamados periodistas.
Es una recorrida donde el autor habla con amor y admiración de ese universo, sin ahorrarle críticas cuando las cree necesarias ni objeciones a su propio camino. Dice en la página 250 de su libro con mucha sinceridad y valentía: “Fui de todo, periodista canchero y festivo, frívolo e insidioso, o como alguna vez en la década del 70 en La Opinión me enrostró (y nunca lo olvidé) Jacobo Timerman ‘estúpido y banal’, pero también amiguero y solidario, desesperado escuchador y tolerante, deseoso de seguir aprendiendo y defensor de causas perdidas, que todavía en este mundo injusto siguen siendo algunas de las grandes causas.” Y enseguida: “Después de tanto tiempo sigo creyendo en las herramientas transformadoras de la cabeza y del alma, de la mente y del espíritu, como son las lecturas, las artes, la música y la cultura. Eso es lo que fui. Esto es lo que soy. Me inicié y desarrollé en una cantidad de redacciones en una época de periodismo artesanal y comprometidamente vocacional. Y atravesé casi de intruso en otra etapa más liviana y de ideales moldeados por el profesionalismo. En ambas hice lo que pude y creo que en ningún caso fue poco.”
La entrevista de Cabal Digital con Ulanovsky se realiza en su departamento de Palermo. Antes de empezar el diálogo, y por previo acuerdo, el fotógrafo lo somete a una intensa sesión de tomas. Le cuesta hacerlo sonreír, porque, en general, el rostro de Carlos tiene un rictus más bien taciturno, de cierta melancolía. Es un detalle que, a primera vista, puede confundir y él lo sabe, así que para tranquilizar al fotógrafo le dice:
“No te hagas problemas, en Televisa, México, donde hacía una revista deportiva, me echaron porque ponía cara de aburrido en las reuniones.” Las apariencias suelen engañar: además de exponer una amabilidad proverbial, el autor de Redacciones es un hombre con mucho humor, sino difícilmente hubiera podido trabajar en equipo con humoristas de la talla de Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya, Adolfo Castelo, Oskar y Carlos Blotta y tantos otros en Satiricón, Chaupinela, Humor y otras publicaciones o en programas radiales de ese género.
Ulanovsky estuvo entre 1990 y 1992 en Página 12, una experiencia que vivió sin felicidad, como dice en su libro. Esa época coincidió con otro fenómeno: “Era el inicio de una época de profundísimos cambios en el mundo y en la Argentina, y no todos estos cambios fueron favorables para nuestro oficio. En el universo de la comunicación masiva, privatizaciones mediante, los medios gráficos concentraron la vieja aspiración, hasta entonces prohibida por la ley de radiodifusión vigente que había promulgado la dictadura militar, de sumar medios audiovisuales a su estructura. De esta manera, un diario podía tener radios, canales de televisión, lo que en poco tiempo originó una fuertísima diversificación de su actividad original. En casi todas las redacciones sonó la hora de la informatización. La llegada de los ordenadores a la vida de los periodistas significó una enorme suma de ventajas, pero originó un estilo de periodismo mucho más ordenado, menos pasional, menos loco.”
O sea: ¿el periodismo anterior era de mayor calidad que el actual? En el libro Ulanovsky responde que sí, en la entrevista también. “Pero no lo digo –advierte- por ese prurito banal de pensar que todo tiempo pasado fue mejor ni tampoco por el sentimiento vanidoso de defender aquel tiempo porque fue el mío. Fue realmente mejor por acumulación de talentos, personas y personaje, que lo hacían muy rico. De cualquier modo sería injusto no incluir en el análisis el hecho de que también ese tiempo era más fácil en algunos aspectos. Hace poco estaba en la Feria del Libro y se me acercó una piba para ofrecerme un currículum. ‘No lo tome a mal, pero estoy desesperada buscando trabajo. ¿En su época era igual de difícil conseguirlo?’ La verdad que no, le respondí. En principio no se usaba entregar un curriculum, porque lo que podía presentar un aspirante a periodismo era muy humilde. Pero se podía llevar un sumario con proyectos de notas y te daban la posibilidad de que hicieras una. De esa manera se demostraba si podías hacerlas bien, si tenías pasta. Era más sencillo: golpeabas, te abrían, te atendían. Ahora, todo es mucho más difícil. Sería injusto, además, no computar en el análisis el tema de la precarización, que se ha vuelto dramático en el medio. Yo lo ubico en la década del noventa y después en dos fechas claves: en 1998, a partir del cierre del diario Perfil, porque desde entonces las restantes empresas coincidieron en que era necesario y bueno para ellas empezar a funcionar distinto y lo hicieron. El otro momento horrible de decadencia fue el 2001.También a partir de allí empezó a cortarse todo, se cayeron varios proyectos, el monto de colaboraciones se redujo de una manera notable. Y entonces un diario de primera línea como La Nación se empezó a permitir pagar 250 pesos una colaboración. O en algunos caso menos. Lo que es un despropósito. Por eso afirmo que aquella era una época más feliz para la profesión. Y no lo afirmo sólo desde mí, sino desde una posición general. En la radio, que es mi último lugar de trabajo, mi actual redacción, cada uno de los compañeros tiene dos laburos, cuando no tiene tres o cuatro, un turnito acá, un turnito allá. Y esos rebusques hace que se haya perdido el tiempo de no hacer nada. Ese tiempo era muy fecundo. Te ibas con un compañero a caminar por Florida o Lavalle y ahí surgían cinco ideas, por lo menos, que podías aplicar al trabajo. Fue en México, durante mi segunda estadía, que tuve el último trabajo que me dejaba tiempo libre para mí. Se trabajaba de 9 a 17 horas. Y se disfrutaban los fines de semana. Ahora ni siquiera en México es así. Por lo que me dicen algunos amigos que me escriben también allí se ha precarizado todo. Es el signo de la globalización.”
En estos días
¿Cómo ve Ulanovsky la prensa argentina en el presente? Su respuesta es: “Hay varios aspectos en este tema. Uno es que el peronismo fue casi siempre un lugar de confrontación y me da la sensación que eso tiene algo bueno y malo a la vez. Lo bueno es que el periodista debe blanquear el lugar desde donde habla. Si no lo hace queda expuesto a la impresión de que encubre su verdadero pensamiento. Y en ese sentido es interesante el rol de esclarecimiento que han cumplido algunos fenómenos periodísticos, como es el caso del programa televisivo 678. Me parece que muchos de los temas que se debaten en ese programa antes eran patrimonio exclusivo de un sociólogo, de un cientista político o se debatían adentro de la facultad y muy poco en los medios. Creo que 678 ayudó a mucha gente a ponerse en contacto con ese mundo desconocido que era el de los medios, le enseño a leer entrelíneas y a descubrir las contradicciones entre lo que se decía en un zócalo –primero a aprender que existía una palabra llamada zócalo- y lo que afirmaba la persona a la que se veía en la pantalla. Ese programa cumplió pues una función muy útil y aceptable, aunque aveces lo haya hecho tal vez con un excesivo partidismo.”
“Otro aspecto –continúa- es la exasperación que expresan algunos sectores. Hace pocos días veía por televisión un acto organizado por el PRO frente a tribunales o las recientes agresiones a periodistas de 678. Vivimos una época de polarización, y te diría que hasta de odio, como no recuerdo en otra época. Sí evoco una época de miedo, de terror, durante la dictadura. Y la gente hablaba de eso todo el tiempo, pero ahora lo que advierto es odio y lo comparo a la primera presidencia de Perón, en los alrededores de la muerte de Evita. En ese momento había un odio, un encono, un enojo similar, equivalente. Yo adhiero a este gobierno y a su modelo. Y digo adhiero porque creo que ha tomado una cantidad de medidas que ningún otro gobierno tomó. Se podría adjudicarles a los dos primeros gobiernos de Perón una restricción a la libertad de prensa. Pero esgrimir hoy falta de libertad de expresión en la Argentina es ridículo, todos decimos lo que se nos canta y a veces hasta nos excedemos. Pero, bueno, todos los conflictos que se dirimen en la actualidad son cuestiones de intereses y tienen que ver con que después de muchos, muchos años hubo un retoque, no sé si grande o pequeño, en la distribución del ingreso. Eso es lo que resiente a ciertos grupos. Los sectores de privilegio se habían acostumbrado a que no les dijeran ni les tocaran nada que tuviera que ver con sus intereses. Y, lamentablemente, hay todavía personas que, aún estando en mejor posición que en otros gobiernos, se pliegan irracionalmente a este tipo de protestas fogoneadas por algunos grupos de poder económico o informático. En rigor, uno quisiera que Macri no ganara elecciones o que los taxistas no fueran tan reaccionarios como suelen serlo, pero todo eso, aunque sea minoritario, existe.”
El tiempo del que nos habla Ulanovsky en su libro alumbró periodistas formidables, pero también tuvo sus Neustadt. Algunos cumplen hoy su función, aunque se nieguen a admitirlo. ¿Qué piensa sobre ello el creador de Los argentinos por la boca mueren?
“El otro día veía esa reunión de periodistas a la que convocó en televisión Jorge Lanata, en la que se expresaba que querían preguntar. Bueno, me pareció que era como el lanzamiento de un futuro partido político. Y no me parece mal. Uno de los miembros de la Mesa de Enlace de los ruralistas, Mario Llambías, se presentó a elecciones. Sacó muy pocos votos, pero hizo lo que tenía que hacer. Y es elogiable. Bueno, Lanata podría formar el partido político de los periodistas y presentarse a elecciones. El otro día fui a la fiesta de los 25 años de Página 12. Debe ser la segunda vez que veo a la presidenta en vivo dando una charla. Y al final de su discurso hizo una confesión que me pareció como una síntesis y sonó muy sincera: ‘¿Saben ustedes lo que es ser presidenta de la Nación en este país?’ La verdad que la presión sobre ella es infernal, horrible. En especial la que hacen La Nación o Clarín, que ya no es más una firma periodística sino un conglomerado de 320 empresas de toda clase que se resiste a perder algunas negocios dentro de su posición dominante. Esos grupos son los artífices del “todo va mal”. Y la verdad que no está todo mal. Hace un tiempo dejé de tomar taxis por su costo. Pero allí solía tener conversaciones con algunos de ellos, que son muy propensos a hablar pestes de Cristina Fernández. Y les decía: ‘Pero, a usted no le va todo tan mal. En nueve años les permitieron aumentos de un 1027 por ciento. ¿Qué le parece eso? ¿Cuando ganó lo que gana ahora.’ Y en todos los sectores hubo mejorías notables. Es verdad que hay que avanzar en muchos campos todavía, pero este país estuvo detenido durante muchos años. Y no se puede hacer todo de golpe. Y ahora aparece esto del dólar que es increíble. Cuánta adherencia a fantasmas que son de otra época e imposibilidad de percibir algunos cambios, ¿no?”
Habló Ulanovsky, como dirían en la radio. Un profesional de integridad inalterable como su apellido de nueve letras, que algunos colegas reducen cariñosamente al más fácil Ula, Uli o simplemente Nosky. Un periodista de raza, de aquellos de excelencia que dio la época de oro de nuestra profesión y que, en algunas ocasiones, todavía aparecen hoy. Y un tipo, además, estupendo, que a veces ríe poco pero que siente y piensa mucho.
Alberto Catena
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