Volumen 11 de Andrés Calamaro
En Volumen 11 (Sony Music), su nuevo disco, Andrés Calamaro hace honor a su apodo, El Salmón, por aquello de nadar contra la corriente. Es que el flamante álbum de algún modo compite, a pesar de sus notables diferencias, con Romaphonic Sessions, su opus anterior, publicado en febrero de 2016. Para la industria discográfica, un pecado de anti marketing.
A diferencia de aquel disco intimista, donde Calamaro la iba de crooner mientras Germán Wiedemer lo sostenía desde el piano, aquí retorna a formaciones instrumentales más amplias, siempre tirando a rockeras, con las que encara un repertorio de nuevas creaciones, canciones a pedido y una ecléctica variedad de covers.
El corazón del disco está en temas que llevan su sello o, más aun, su identidad, como Frío y barro 2ª parte (integra una suite cuya primera etapa permanece inédita, con guitarras acústicas que le dan un aire inicial folk y un final de hip hop: “Habría que estar más allá del bien y el mal”, “el opio ya no es el opio del pueblo, no es opio ni es del pueblo”); La noche (un rockito con destino de hit actual aunque hable de un lugar de Palermo frecuentado en los años 60 por parejas que se prodigaban besos y caricias al amparo de la oscuridad: “Mi carro está enchulado en Villa Cariño”); la bella y elegante Atunes y ballenas; Vampiro torero; Pánico en Benidorm, y la breve, contundente y provocadora Cazador de ateos (“Como el amor del torero por el toro/nadie sabe qué es el amor y la muerte”).
El espíritu de Volumen 11, en cambio, está en el blues, un género no muy frecuentado por Calamaro, y en el homenaje, incluso explícito, al recordado Norberto “Pappo” Napolitano. Está en Tan triste no es el blues (un poco al estilo Dylan, con una impronta de folk blues); en El huevo y la gallina (blusazo hecho y derecho, con economía instrumental, donde mandan las guitarras y la voz); en Las almas agradecidas (un blues hablado, bien oscuro); en Hasta el cielo; en Blues y orquesta, y en su versión libre del Blues de Santa Fe, de Pappo.
Los encargos son Apocalipsis en Malasaña, una de sus dos composiciones para la banda sonora de El Bar, la última película del gran Alex de la Iglesia, y Rock y juventud, su inspirado aporte a la monumental Canción de amor por un día, la construcción musical de 24 horas del hispano alemán Javier Corcobado. Y los covers —a esta altura un clásico de Calamaro, pese a que su estatura artística está mucho más asociada a la composición que a la interpretación—, que son Como el viento voy a ver (también un blues, de Luis Alberto Spinetta en Pescado Rabioso, con sumo respeto por el original, guitarras crudas, voz con eco y órgano); Mareo (el bolero de Babasónicos, con piano y sin ese sutil aire paródico del original); Que te vaya bonito (ranchera súper clásica del mexicano José Alfredo Jiménez Sandoval), Blues de Santa Fe.
El disco cierra con espacio para la libertad: primero, con Trujillo libre, un sostenido desarrollo instrumental grabado en vivo, en Perú, con un aire al Gato Barbieri en su etapa de free jazz latinoamericanista o a las largas zapadas del Santana de los 70, y La burra, una improvisación en clave lounge registrada en estudio.
Oscar Finkelstein