Salvavidas de hielo

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Diestro en el manejo del lenguaje, en general, y de la rima, en particular, en Salvavidas de hielo, su nuevo disco, el uruguayo Jorge Drexler también se muestra eficiente y creativo en el uso de la guitarra. O, mejor dicho, de las guitarras, porque es el único instrumento utilizado –en distintas versiones y, en algunos casos, procesado digitalmente–, como recurso melódico, armónico y rítmico, percusión incluida, y según las necesidades.

Cada nuevo trabajo de Drexler, y este no es una excepción, puede escucharse como un manojo de canciones o bien leerse como un libro de cuentos, de espíritu común pero temática diversa, quizá muy especialmente en este disco. Así, dice en Movimiento: “Somos una especie en viaje/ No tenemos pertenencias sino equipaje/ Vamos con el polen en el viento/ Estamos vivos porque estamos en movimiento/ Nunca estamos quietos, somos trashumantes/ Somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes/ Es más mío lo que sueño que lo que toco (…) Lo mismo con las canciones, los pájaros, los alfabetos/ Si quieres que algo se muera, déjalo quieto”.

¿Quién dijo que no se puede hacer una canción de amor con eje en la tecnología? En Telefonía, Drexler canta: “Bendita cada onda, cada cable/ Bendita radiación de las antenas/ Mientras sea tu voz la que me hable/ Como me hablaste hace un minuto apenas/ (…) Te quiero, te querré, te quise siempre/ Desde antes de saber que te quería/ Te dejo este mensaje simplemente/ Para repetirte algo que yo sé que vos sabías”. En cambio, el amor es realmente efímero en la canción que da nombre al álbum y que comparte con la mexicana Natalia Lafourcade: “Duró tu amor lo que un salvavidas de hielo/ Lo que un anuncio pintado con humo en el cielo/ Entró en mi piel como el punto rojo de la sangre/ Llegó hasta el centro del centro, donde el tiempo nace”. El hielo que se derrite también aparece, como resignación frente a lo que parece inevitable, en Despedir a los glaciares: “Cuando el momento llegue honremos nuestras heridas/ Levantemos nuestras copas por una causa perdida/ Y un aleluya recorra las pantallas de los bares/ Y encontremos la manera de despedir a los glaciares”.

Como otra contracara de Telefonía, cuenta Drexler en Silencio: “Todo el mundo intentando venderte algo/ Intentando comprarte/ Queriendo meterte en su melodrama/ Su karma, su cama, su salto a la fama/ Su breve momento de gloria/ Sus dos megas de memoria/ Subirte a su nube/ Como un precio que sube/ Para luego exhibirte/ Como un estandarte/ No encuentro nada más valioso que darte/ Nada más elegante/ Que este instante/ De silencio”.

Sin nombrarlo, en Pongamos que hablo de Martínez agradece al español Joaquín Sabina haberlo ayudado a empujar el carro de su carrera: “Y hoy que pasaron 22 diciembres ya/ De aquella noche loca que selló mi suerte/ Esta canción -más vale tarde que jamás-/ La escribo para agradecerte/ Y aunque sé bien que con tu empaque de Alatriste/ Te da pudor la confesión de borrachera/ Creo que sabes que el regalo que me hiciste/ Me cambió la vida entera”.

En el punto poético y musical más alto del disco, Asilo, un poderoso blues a dúo con la chilena Mon Laferte, Drexler pide: “Dame un remanso/ Yo te daré lo que tengo/ Este amor que no me explico/ Pasan los años, y sigue a espaldas del tiempo/ Quiero que me hables del tiempo/ Que te desnudes como si fuera algo corriente/ Como si verte desnuda no me aturdiera tan sistemáticamente/ Tu piel me sea desconocida, me deje siempre intranquilo/ Prefiero lamer después mis heridas a que tu amor pierda filo/ Dame una noche de asilo”. Mientras que en Abracadabras, el pedido que hace junto con la mexicana Julieta Venegas es “Quien tenga un verso que dar/ Que abra la mano y lo entregue/ Que a la flor de la poesía/ No hay melancolía que no la riegue”.

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