Puñal
De su anterior disco solista, Pyramide, pasaron siete años. En ese lapso, Dante perdió a su padre, Luis Alberto Spinetta, volvió a asociarse con Emmanuel Horvilleur en Illya Kuryaki & The Valderramas, se separó y volvió a formar pareja. Puñal, su cuarto álbum en solitario, refleja ese subibaja emocional y lo convierte en una catarsis densa y oscura, pero al mismo tiempo musicalmente luminosa. Como su propio padre en Los ojos, Dante Spinetta convierte en arte el dolor de un amor que terminó. Y como Fito Páez en Ciudad de pobres corazones o el reciente La ciudad liberada, refleja la realidad de su ciudad de una manera que nadie podría considerar optimista. Ambos escenarios, el personal y el urbano, son la constante del disco, a la vez el más descarnado y elaborado de su carrera.
Siempre sobra bases cercanas al funk, al soul, al pop rock y un poco menos al hip hop, con un gran avance en materia guitarrística, deja de lado el humor absurdo, los estribillos pegadizos y su característico protolenguaje centroamericano para volcar crudamente sus sentimientos, como nunca antes. Así, semidesnudo, dice en el tema que da nombre al disco (que abre con un texto leído por su nueva pareja) “bendita sea la vida, pero yo estoy maldito” y pide “despacio, húndeme tu puñal fugaz, así ya no le temo al sol”. Dice en Mística: “Bien, alma,/ vuelve, déjame entrar/ en ti, llevarte de nuevo./ Voy dentro de tu cuerpo, / en pena tendrás mi adiós/ latiendo esta vez”. Y termina de desnudarse en Mi vida: “Mi vida/ se destruye en tus ojos/ cada vez que me miras,/ mi vida./ Mi vida, / que para ti no vale más/ que algunas noches perdidas,/ ey, mi vida. / Si me atrevo a encontrarte/ es en un sueño y nada más,/ tu sonrisa, tu codicia/ brillan en la oscuridad./ Sé que estarás pensando/ en cómo hacernos mal,/ eres parte del infierno/ del cual no puedo escapar”.
Su sobrevuelo de la ciudad donde nació lleva guitarras distorsionadas en Pesadilla: “Esta es mi ciudad, la que me duele ver caer,/ llevo a Buenos Aires hasta abajo de la piel,/ ya nada importa en este juego,/ sabés, vas a caer primero (…) Puñal, puñal/ Buenos Aires negro”. Y guitarras acústicas, gran orquesta con arreglos de Leo Sujatovich y final rapeado en Laberinto: “Bienvenido a Buenos Aires, la ciudad a la cual he roto el corazón,/ caminante de las sombras, te acompaña esta canción./ Confía en ti, usa tu instinto,/ confía en mí, esto es distinto”.
El desamor también aparece en Eclipse (“Y se hace tarde, y ya no hay tiempo,/ la luna se durmió bajo tu cuerpo/ y eclipsó nuestra vida./ Entre el sol y la luna,/ te espero en la oscuridad”); Soltar (“Creer, abrirse como un gajo y entender/ que la distancia es parte de crecer/ (…) Nunca me olvidé de ti, te amo hasta enloquecer,/ y siento que te hice mal, debo desaparecer./ Soltarte me cuesta la vida, soltarte./ Y así, el dolor/ se alimenta de la luna./ Al menos esta vez, muéstrame tu alma,/ y si me vas a matar, tendrás que gatillar), y Toda mi fe (Todo final es un comienzo,/ puede doler, puede ser lento./ Eso me dicen y miran al cielo,/ pero ella se fue, toda mi fe./ (…) Hoy mis amigos entierran mi alma,/ hay que olvidar y no volver./ Juntaste tus cosas, cerraste tus labios/ y te tragaste toda mi fe).
Los dos escenarios, el personal y el urbano, cierran el álbum en la bellísima Así será: “Y aquí me ves muriendo a tus pies,/ mujer, tu piel es mar./ Tienes que saber que te amo por siempre,/ y siempre así será./ No dejes que el dolor te lleve/ tan lejos./ (…) Afuera, las luces/ incendian la ciudad,/ donde alguien se echó a llorar,/ sabiendo que te vas”.