Jei Beibi

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Muchos consideran a la banda mexicana como una de las mejores de Latinoamérica, y otros, como su productor Gustavo Santaolalla —una especie de quinto tacubo—, directamente la ubican entre las más destacadas y originales del mundo. Formada hace casi tres décadas en México DF por el cantante Rubén Albarrán, los hermanos Rangel (José Alfredo, Joselo, en guitarra, y Enrique, Quique, en bajo) y el tecladista Emanuel Meme del Real —los tres primeros integraron previamente el grupo Alicia Ya No Vive Aquí, como la película de Martin Scorsese—, este año celebra el 25º aniversario de su primer disco, Café Tacuba, con el lanzamiento de su octavo álbum en estudio. Una continuidad armónicamente interrumpida por proyectos solistas u otras actividades creativas de sus integrantes.

Casi cinco años después de El objeto antes llamado disco, su opus anterior, Jei Beibi tiene en general puntos de contacto con toda la obra de Café Tacvba (en un principio era con u, ahora es con v), especialmente en la falta de prejuicios musicales que los lleva a un mix de ritmos y géneros locales y universales cuyo resultado es ese muy reconocible sonido cafetacubense, con la voz de Albarrán como indicio primero. Probablemente por eso no provocan la sorpresa que en su momento generaron grandes discos como Re, Avalancha de éxitos o Cuatro caminos, tres de una discografía breve pero muy alta en calidad. El nuevo trabajo también la tiene. Tal vez requiera de más de una escucha para poder apreciar su verdadera dimensión musical. 

En ese mix aparecen esas típicas canciones sencillas, tanto en la música como en la letra, tal el caso de 1-2-3 (“Jei Beibi/ No hay que pelear/ Por favor/ No hay que hacernos daño/ De este baile hay que gozar/ Mover el cuerpo hasta caer exhaustos”), un pop rock impecable con la voz en falsete de Albarrán; la pegadiza Automático, breve, contundente y chispeante, llena de sonidos electrónicos, como de videojuegos, aunque con una letra crítica: “Ya los veo elucubrar/ en control sin parar/ de corbata y celular/ solo me quieren explotar// Y yo en mi cama/ ensoñando con un mundo automático”, o Me gusta tu manera, pop sustentado en una potente base de bajo y percusión, cantado casi paródicamente como si Albarrán fuera un intérprete melódico meloso y cuya letra dice, esencialmente, “me gusta tu manera de besar”.

La contracara es la oscura y dramática Matando (“Matando minutos/ Soy todo presente/ Olvido al pasado/ Pero no se quiere ir”), con guitarras distorsionadas y teclados orquestales, y una pregunta que parece tener mucho de retórica: “¿Cuántas melodías puedo hallar/ en un mismo acorde, escondidas?”. O Disolviéndonos, un tema que es cualquier cosa menos optimista: “Se desvanece todo, todo el tiempo/ Se disuelve y se pierde como un sueño”, sobre una base de guitarra apenas atonal.

Entre ambos extremos, lo festivo y lo existencial, aparecen el bolerazo Enamorada; la excelente Futuro, una especie de huayno-cumbia con poderosa instrumentación y otra pista (“Es una cuestión de tiempo/ Tan breve este momento/ Y este es el que soy/ Tú mañana ya te fuiste/ Pero antes me dijiste/ Que el futuro es hoy”); la sutil y levemente jazzera Resolana de luna; una canción de cuna, El mundo en que nací, con piano y cuerdas, que se emparenta con Vos sabés, el hit de Vicentico (“Nada jamás me ha hecho tan feliz/ Como el día que llegaste a este mundo y por primera vez te vi/ Cargarte entre mis brazos y mi nariz/ Entonces ese día supe que primero dejaría que un avión cayera sobre mí/ Antes que algo se acercara y pudiera hacer algo de daño en ti”); Vaivén, hermosa canción con una base muy simple pero tramas sonoras muy elaboradas; Que no, folk de guitarra acústica con un estribillo beat que deriva en un clásico pop rock (“Éramos uno siempre detrás de la puerta/ Tan elocuente y elegante, tan despierta/ Pero una noche vislumbré/ Todo lo que iba a perder// Y tuve que decirle que no/ Tal vez en otro momento/ Y tuve que decirle que yo/ Ya no era el mismo de ayer”), y Diente de león, con espíritu de blues: “Quiero viajar ligero como diente de león/ Quiero volar como la pluma que el ave soltó/ Quiero guardar silencio para escucharme bien/ Dejar de ser un sordomudo de mi propio ser”.

El disco cierra con la festiva Celebración, de final musical circense, voces de niños incluidas, y un llamado: “Ya estamos reunidos/ Todos juntos/ Todos con ganas de celebrar/ Un viaje termina y otro empieza/ Las sorpresas no van a parar”. Quizás un anticipo de los próximos pasos de la banda.

                                                                                                                    Oscar Finkelstein

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