A Chabuca
A partir de la versión del clásico José Antonio, que el español Joaquín Sabina grabó en 2013, las productoras peruanas Mabela Martínez y Susana Roca Rey decidieron convocar a otros artistas iberoamericanos para rendir tributo a la gran Chabuca Granda, máxima figura de la canción popular de Perú. María Isabel Granda y Larco, que así se llamaba, murió en 1983 pero dejó un conjunto inigualable de valsecitos y otras composiciones de ritmos criollos y afroperuanos, que trascendieron largamente las fronteras de su país e incluso del continente.
Grabado en una decena de ciudades de América y Europa (Buenos Aires, Lisboa, Lima, Los Ángeles, Madrid, Miami, Nueva York, Panamá, San José y Sevilla) bajo la batuta del renombrado productor musical peruano Manuel Garrido Lecca, A Chabuca rinde merecido y calificado homenaje a la creadora de temas inmortales como La flor de la canela (“Definitivamente esta canción me hizo popular. He dicho siempre que seré popular pero no importante. La importante es Victoria Angulo, distinguida señora de raza negra a quien va dedicada esta canción”, decía Chabuca) o Fina estampa.
Así, a la respetuosa y aguardentosa versión de Sabina de José Antonio, se le fueron sumando otras recreaciones. Su compatriota Ana Belén interpreta con delicadeza El dueño ausente (dedicada a Aurelia Cancharí, cocinera de la casa de la madre de Chabuca, quien había llegado a Lima desde la sierra buscando a su esposo), con guitarra y arreglos de Lucho González, argentino nacido en Perú que con solo 22 años fue convocado por Chabuca como su guitarrista y que también lo fue de Mercedes Sosa. La madrileña Pasión Vega, por su parte, hace una medida versión de Señó Manué, con arreglos de González y la percusión de Alex Acuña, reconocido músico peruano del mundo del jazz radicado en Nueva York. En Fina Estampa, el cantautor canario Pedro Guerra sale airoso de un tema cuya versión definitiva aún parece ser la de Caetano Veloso. El elenco europeo se completa con la portuguesa Dulce Pontes, que hace una interpretación demoledora de Cardo o ceniza, con la tristeza y hondura del fado.
El aporte americano es rico y variado. El panameño Rubén Blades encara La flor de la canela de una manera melodiosa y sutilmente rítmica, a la que le suma un final bien caribeño, con batida de palmas y la flauta del portorriqueño César Peredo en primer plano. En su clásico estilo de espíritu jazzero, el brasileño Ivan Lins interpreta María sueños, con el delicado y melódico bajo fretless de Omar Rojas. Siempre expresivo y profundo en su canto, el rosarino Juan Carlos Baglietto brilla en El puente de los suspiros, que cuenta con los arreglos y el piano de su “socio” Lito Vitale. Kevin Johansen, en tanto, presenta una correcta versión de Coplas a Fray Martín, con el arpa del colombiano Edmar Castañeda, la guitarra de Lucho González y un buen arreglo de voces. El uruguayo Jorge Drexler aporta una hermosa interpretación de Surco, con una gran performance del guitarrista Ernesto Hermoza. En Zaguán, el peruano Javier Lazo recurre al sonido de un bandoneón, el de Nicolás Perrone, lo que le otorga un aire particular, ajeno pero disfrutable. Y la cantautora cordobesa Lidia Barroso, con Lito Vitale, le brinda un color bien bolerístico a Quizás un día así, “que Chabuca —cuenta— grabó a fines de los años 50 y que luego formó parte de la Misa Criolla de Bodas que ella escribió en 1968 para el casamiento de su hija y con la que aún hoy muchas parejas se casan en Perú”.
Oscar Finkelstein