Cargar la suerte
Después de un lustro, y en el año en el que celebra exactas cuatro décadas de su primera grabación profesional –el LP B.O.V Dombe, del grupo Raíces, a sus jóvenes 17), uno de los más prolíficos, adorados y a veces cuestionados cantautores del rock nacional vuelve al disco. Ya no un trabajo de largo aliento –tanto en la producción como en el resultado, macerado en una sucesión alocada de sesiones infinitas–, sino un ejercicio profesional delicado, aunque también lanzado al ruedo tras solo cuatro días de estudio en Los Ángeles, a la vieja usanza.
Doce temas y cuarenta minutos de canciones pueden ser más que suficientes cuando el propio artista se despoja de la presión de la hiperproductividad y el exceso, incluso el de temas. Como quedó demostrado especialmente en su ¡quíntuple! álbum El salmón (2000), con ciento tres composiciones, la última de las cuales llevaba por nombre Este es el final de mi carrera. No lo fue, por fortuna.
Cargar la suerte, su nuevo disco –con la complicidad del tecladista Germán Wiedemer, coautor musical de casi todos los temas, y del productor Gustavo Borner– no muestra a un Andrés Calamaro “nuevo”, ni siquiera muy “diferente”. Lo que se advierte es un buen paso del tiempo, coherencia estilística, rimas consonantes a granel, que él mismo asume en el track Las rimas, en el que demuestra en clave de rap cómo puede funcionar un contenido hondo dentro de un continente que parece no serlo: “Esto no es un campo de concentraciones/ No me acuerdo la letra de ninguna de mis canciones/ Ya no tengo tiempo para más emociones/ Mis amigos son asaltantes de camiones/ A dónde quiero llegar con esto, mis amigos/ Demasiada pelusa para muy pocos ombligos/ Si puedo, despierto a los cerebros dormidos/ Que vuelvan los hijos y los nietos perdidos”.
Calamaro apela por momentos al rock sencillo y efectivo que le dio resultado tanto con Los Rodríguez como en su ya extensa carrera solista. En esa línea aparecen, con o sin el sutil pedal steel del guitarrista Rich Hinman, Verdades afiladas (“De la rosa me quedé con las espinas/ Si creyeras en las oportunidades/ Si no fueran afiladas las verdades/ Ya no seguiré sangrando las heridas/ Lo prohibido es una forma de vida”); Falso L.V. (“La ‘revoluti’ ya no es lo que era/ Sin guillotina no hay revolución/ Es un falso Louis Vuitton, casi una mentira/ Vienen con camisetas de rock y peluquería”); Siete vidas (“El tiempo conoce mi sombra/ El viento me nombra/ Ahora soy el príncipe y mendigo/ Ahora soy torero y bandido”); Adán rechaza (“Quiero vivir hasta que el padrecito/ Me llame para empezar de nuevo/ Y escribir mis mejores canciones/ Y alegrar los corazones en el cielo”); Egoístas (“Perdón por mi egoísmo y mi falta de interés por los demás/ Me estoy curando de espanto en el destino del canto”).
Algo más elaboradas, aunque sin perder la frescura musical ni sus pequeños “manifiestos” personales, se escuchan Tránsito lento (“Esperar salir/ Esperar en el tránsito lento/ Llegar y esperar para volar/ Y esperar llegar para encontrar/ Un nuevo amor”), más en clave R&B, bronces incluidos, y dos temas ligados al regreso y a la búsqueda de su lugar en el mundo: Cuarteles de invierno (“Qué Argentina voy a encontrar/ No lo sé/ Lo sospecho con el pecho/ Una lágrima no brota/ Echo de menos mi techo/ Pero no se me nota/ Porque la procesión va por dentro”), y Voy a volver (“Voy a volver donde nací/ Porque vivir puedo vivir/ Adónde estoy, pero me voy/ Voy a volver/ Alguna vez me quise ir/ Allí dejé lo que perdí/ Apenas pude rescatar/ Algunos discos viejos/ Y los reflejos del lugar/ De donde soy”).
Diego Armando canciones (“Cultivo el bajo perfil/ Flor de cultivo y vapor/ Para un coloque señor/ Y los versos van saliendo/ ¿Para qué guardar rencor?/ Si puedo cantar durmiendo”), My mafia (“My mafia viene a mi casa/ Y se sienta en esta mesa/ Es una declaración/ Del corazón y la cabeza/ Conocí al gallego Frank/ También al gordo Raúl/ Hermanos por elección/ Osvaldo, Jorge y Adrián/ Cuando ladra la moral/ En modal Inquisición/ Me corresponde cantar/ A la libertad, a la libertad/ En el Día del Amigo/ Pueden contar conmigo/ Para sentarme a la mesa/ De los bandidos, de los bandidos”) y Mi ranchera (“Pocas cosas son más crudas que una cruda/ Quizá sea por la forma en que te fuiste/ Sin un beso ni un abrazo/ Mejor hubiera sido despedirte de mí con un balazo”) conforman una suerte de podio de Cargar la suerte, su opus 15 como solista. Una tríada que muestra en su mejor forma al gran creador de canciones inmortales que es Calamaro. Que sigue en el ruedo. Sin fisuras.