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El último disco de Fernando Cabrera

El título del disco solista número 14 en la carrera del músico uruguayo, uno de los más personales y poéticamente profundos de su generación, remite a la dirección de la casa de sus abuelos. Este solo dato podría confirmar –una vez más, como si fuera necesario–, el carácter melancólico y nostálgico del oriental, quizás en especial del montevideano. Y por supuesto que hay algo de esa identidad en 432, pero no es lo único. Hay, sí, respeto por el origen, búsqueda dentro de los ritmos propios del “paisito”. En Malas y buenas, por ejemplo, el tema que abre el disco, hay una milonga transfigurada y, si se quiere, aggiornada. Y con una letra que bien podría ser autorreferencial, aunque nunca se sabe: “Llegó el experto de la emoción/ trajo su canción como emblema/ nos analiza con su rosario/ perlas de inútil poema”.

Acompañado por la banda que lo secundó también en su anterior Viva la patria (Herman Klang en teclados, Juan Pablo Chapital en guitarra, Federico Righi en bajo y Ricardo Gómez en batería), Cabrera cuenta a su manera en El trío Martín una historia de infancia, cuando “los niños y los yuyos crecían sueltos”, pero con sonido contemporáneo: “Cuando los perros del miedo/ atacan de la sombra/ sus dientes chocan y caen/ queriendo ser agresivos/ son solo mordiscos muertos”. El pasado también vuelve en Pollera y blusa (“Escribí más de cien hojas/ allí están en el canasto/ intentaban la manera de decir/ las cosas que te quiero decir y no hay manera”).

Pero si lo que tiende a sobresalir en Cabrera, esto es el vuelo de sus letras, nunca la resolución más fácil de un problema poético, no le va en zaga, y quizá menos aun en este 432, su extraordinaria expresividad vocal y los delicados arreglos instrumentales. Que se elevan a grandes alturas, por ejemplo, en la muy bella Copando el corazón, que arranca tanguera y termina bien rockera, con un muy buen solo de guitarra. También hay rock en Oración, hasta que en el final, a modo de plegaria, se escucha: “Que el viaje sea propicio/ que los cielos te cobijen/ que la búsqueda encuentre/ que extrañes lo querido/ que no te perturben las contrariedades/ que aventura y recaudo se conformen/ que la dificultad temple tus facultades/ que la añoranza tiña tu desarraigo/ que tu regreso me encuentre, / amén”.

La zamba Medianoche y el casi samba Alarma (“Ceguera la tecnología/ resultado de su orgía/ menos puestos de trabajo/ ¡Alarma! La inseguridad”, una crítica al miedo deliberadamente generado por la inseguridad real, con Martín Buscaglia en coros) muestran a Cabrera en su rol más folklórico, en el más amplio de los sentidos. Ese probablemente sea su mayor mérito: la ampliación de los sentidos. Algo que, como un milagro, logra en solo 27 minutos, incluido en ellos un tema del dúo de Eduardo Larbanois y Mario Carrero, De las contradicciones. Y una serie de pequeñas piezas musicales de menos de un minuto, entre las que se destaca Cancionero, que en 30 segundos nombra a los grandes autores de la canción uruguaya. Solo falta él.

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