Orfeo y Euridice
En una sensible e inteligente recreación del mito griego de Orfeo y Eurídice, el director argentino César Brie retoma esa historia de amor y, con fina percepción de lo que es un tema que preocupa a la sociedad contemporánea, traslada el inmemorial dolor que provoca la ausencia de un ser querido al terreno de una reflexión sobre la muerte asistida o eutanasia. En el texto escrito por el propio Brie las que hacen las veces de las dos criaturas griegas son dos jóvenes mujeres, que un día se enamoran en una provincia de este país y deciden irse a vivir juntas. Durante su convivencia, una de las amigas de ellas tiene un accidente automovilístico que la deja en estado vegetativo. Ambas se prometen entonces que de ocurrirles un episodio similar, la otra moverá cielo y tierra para evitar que se prolongue sin sentido su vida, como suele ocurrir a menudo como consecuencia de los avances científicos de la medicina moderna. Ese accidente ocurrirá y el viaje que hace el argonauta y músico Orfeo hacia el Hades, el inframundo griego, en busca de recuperar a su amada –fallecida por la picadura de una serpiente,- se transforma aquí, en el material elaborado por César Brie, en una travesía que la joven que ha sobrevivido hace por el hospital en el que internan a su pareja y donde lleva a cabo la lucha para cumplir la promesa que le hizo de poder morir con dignidad.
Brie escribió esta obra en homenaje a Beppino Englaro, un padre que en Italia peleó sin tregua durante 17 años hasta lograr que dejaran morir a su hija Eluana, que luego de un accidente había sufrido daños cerebrales irreparables y era imposible que volviera a adquirir conciencia. La lectura que el autor y director argentino realiza del mito griego es inteligente, porque de alguna manera coincide con la interpretación más actual que se hace de aquella leyenda y es que Orfeo no es que pierde a Eurídice al volver del Hades por una simple distracción, por darse vuelta para mirarla porque no siente sus pasos y al observarla contraría las órdenes de los dioses, sino que lo hace consciente de que debe dejarla morir. Él había olido el olor de la muerte y sabía que su amada ya no pertenecía al mundo de los vivos. Es interesante porque esta es también la posición que sostiene el gran poeta y novelista italiano Cesare Pavese en uno de los escritos de Diálogos con Leucó, llamado “El inconsolable”. Allí, Orfeo le dice a una doncella, Bacca, quien le reprocha no haberla salvado, lo siguiente: “No se ama a quien está muerto.”
Por su parte, Brie ha dicho que el poema que lo inspiró para escribir su texto fue Orfeo, Eurídice, Hermes, del poeta alemán Rainer María Rilke, que comienza: “Era la extraña mina de las almas” y describe el camino hacia el mundo de los mortales del argonauta y su amada detrás bajo la mirada de Hermes, el dios mensajero del Olimpo. En la Argentina, se recuerdan por lo menos tres versiones teatrales del mito: el Orfeo, de Marco Denevi; Los tangos de Orfeo, de Alberto Rodriguez Muñoz, y La casa sin sosiego, de Griselda Gambaro, que resignifica el descenso a los infiernos como una búsqueda de los desaparecidos durante la última dictadura. También del autor brasileño Pedro Bloch se conoció acá Las manos de Eurídice y hay un Orfeo del uruguayo Carlos Denis Molina, eso sin contar los muchos que hay en la dramaturgia europea y en el cine de muchos países. César Brien encontró una nueva vertiente, la del tema de la eutanasia para regresar al mito.
Quien conozca ya trabajos de este director argentino volverá a deleitarse con una puesta de mucha plasticidad, en la que las actrices ponen toda la sabiduría de su cuerpo al servicio de la producción de imágenes y metáforas, sin descuidar su concentración en el dibujo de sus personajes, que es muy convincente. A su vez, el director utiliza un mínimo de objetos escenográficos y de vestuario, pero muy bien aprovechados, para apoyar los distintos planos en que se desarrolla la narración, siempre fluida y adornada de sorpresas visuales.