Crítica de teatro: La noche del ángel
En esta obra del italiano Furio Bordon, un padre visita sin aviso el departamento de su hija, una psicóloga, mientras ella no está. Es un viejo actor, que ha entrado en la última estación de su carrera y seguramente de su vida. Mientras él revisa algunos papeles que hay en un escritorio, entra ella, Ana, y se sorprende con su presencia. No se aclara si hace mucho que no se ven, pero se supone que hay un distanciamiento entre ellos por el tono intemperante que adquiere la conversación. Ella, es evidente que está turbada por esa llegada e intenta dominarse. Él, en un derroche de narcisismo, se regodea hablando de sus triunfos en teatro y de lo mucho que el arte significa en su vida. Pero, hay algo en el clima, en el tono del diálogo, que sube en intensidad, y en algunas palabras y reproches, donde se adivina que entre ellos existe un problema que no ha sido procesado debidamente. Una confrontación de opiniones en torno a Freud –si las fantasías de abuso sexual de los niños que el maestro contaba en sus trabajos eran realmente eso, creaciones de la imaginación, o una forma de ocultar un hecho real extendido en la sociedad vienesa de entonces- refuerza esa sensación. Es claro que padre e hija hablan de temas que los involucran, pero como si fueran de otros. Y se esfuerzan por no descubrirlos, por no abrirlos a la luz.
Todo este tramo tiene pasajes de genuina tensión entre los personajes y es muy interesante por lo que plantea en lo ideológico, más allá de que el autor en ocasiones se desliza demasiado hacia lo discursivo, como cuando pone en boca del actor párrafos o citas de dramaturgos clásicos, que parecen más dirigidos al lucimiento del intérprete que hace de padre que una necesidad dramática. Pero, a partir de la mitad aproximada del texto, la obra toma un giro inesperado y pasa de una atmósfera realista a otra onírica. La psicóloga es llamada por alguien que le informa del accidente de uno de sus alumnos –posiblemente un intento de suicidio- en un lugar de la ciudad donde viven. Al rato otra llamada deja en claro que el chico ha muerto. Entre una y otra llamada, ese alumno ingresa en forma de ángel o espíritu al departamento donde están padre e hija, y dialoga con ellos en forma tal, con tal crudeza, que permite que ambos hagan esa catarsis que tan impedidos estaban de hacer. Ella le recuerda a él que su separación se produjo luego de un supuesto acto de incesto de él, quien la desmiente y le dice que eso fue una fantasía, que solo la tuvo una noche entre sus brazos para ayudarla a dormir. El interrogante queda flotando, como cuando discuten sobre el verdadero carácter de lo que estaba expresando Freud en sus escritos sobre las fantasías infantiles.
Este giro en la característica del espectáculo produce cierto desconcierto y si bien es un recurso legítimo del autor para desatar un nudo dramático produce una brusca mutación térmica a la que cuesta adaptarse. Y suena un poco artificial. Eso sin perjuicio de que el joven actor que ingresa, Nehuen Zapata, es muy convincente en su intervención. Por su parte, Luppi exhibe ese conocido dominio de la escena que lo ha convertido en un intérprete tan atractivo para el público. Y Susana Hornos compone a Ana, la hija, con mucha sinceridad emocional e intensa entrega. Fuera de las puntualizaciones hechas, hay que decir que la obra deja bullendo sobre la cabeza de los espectadores un problema –el del abuso infantil- muy extendido en la sociedad contemporánea y digno de reflexionarse. Y ese no es poco mérito.