Bahía, clavo y canela
Toda Bahía, la encantadora y sensual ciudad del noroeste de Brasil, está en las novelas de Jorge Amado, su pintor más profundo y enamorado. Abordar una travesía concreta por el deslumbrante paisaje de sus playas, sus comidas únicas, sus construcciones coloniales y las abundantes opciones de disfrute que ofrece es, sin embargo, mucho más que el viaje delicioso por un libro. Es la experiencia vital que ofrece al cuerpo y la mente el siempre estremecedor contacto con lo real, con la materia vida. Para cualquiera que decida conocer esta ciudad de 1549, le será una experiencia difícil de olvidar el resto de su existencia.
Más conocida por todos como Bahía, la capital del estado homónimo que ubicado al nordeste de Brasil se llama en realidad San Salvador de Bahía de Todos los Santos. Una denominación que ya ha quedado solo para la curiosidad, como ocurre con aquellas cosas que el desuso pone fuera de circulación. Ciudad original y de una sensualidad única, tanto en su paisaje como en sus costumbres, Bahía es hoy un paraíso para los turistas que la visitan cada año y en ocasiones varias veces en la vida.
Fundada el 29 de marzo de 1549 por Tomé de Sousa, está enclavada en una península que la separa del Océano Atlántico y cuya ubicación geográfica y clima son excepcionales. Durante varios siglos fue capital de Brasil y creció de manera notable gracias a la actividad de su puerto y su industria azucarera. En la actualidad tiene una población de 3,5 millones de habitantes, constituida por corrientes migratorias africanas, portuguesas, árabes, españolas, italianas y de otros países.
Junto con otras localidades ubicadas más al norte, como son Camaçari y Lauro de Freitas, Bahía forma como metrópoli el cuarto centro urbano más grande de Brasil. En un crecimiento continuo, de las industrias que más contribuyen a su desarrollo el turismo, sin duda, es la más importante. Decenas de miles de visitantes concurren a la ciudad atraídos por su belleza física, pero también por sus fabulosas fiestas populares, entre ellas el famoso carnaval de febrero, sus mercados de artesanos y, desde luego, sus espléndidas y anchas playas de unos 50 kilómetros, tropicales y de aguas cálidas.
La urbe bahiense está dividida en Ciudad Alta y Ciudad Baja y en su casco antiguo denominado Pelourinho –declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco- se ven aún construcciones del siglo XVl y edificio de mucha antigüedad, como el hotel Convento, el más viejo del país. La ciudad, como se dijo, está edificada en torno a un acantilado y a la iglesia Ajuda, edificada por los jesuitas en 1549. Ambas partes de la ciudad son unidas por un ascensor que data de 1873.
Lugares esenciales
El Pelourinho, ubicado en la Ciudad Alta, es unos de los lugares que los turistas no pueden dejar de visitar. Su estilo colonial, sus calles empedradas, sus iglesias y conventos y sus arquitecturas en color pastel son un paisaje memorable. Entre los edificios religiosos a los que es recomendable acudir están la Catedral de Mossa Senhora Rosario dos Pretos, la iglesia de San Francisco con sus interiores decorados en oro, y las iglesias do Carmo, do Bomfim y de Nossa Senhora da Conceicao.
Otro de los atractivos es visitar el Faro da Barra, que data del siglo XVl y que servía de guía a los barcos que navegaban por la bahía. Desde allí se puede apreciar la isla de Itaparica, muy cercana a la costa, y a la que se puede llegar en barco o en ferry. En sus playas es posible practicar surf o nadar entre arrecifes de coral. Para ir de compras, los mejores sitios para adquirir llamativas artesanías son las zonas de Barra y Pelourinho, donde están respectivamente el Mercado Modelo y el Mercado San Joaquín.
Para la movida nocturna por su parte existen variados clubs nocturnos, discotecas, bares, pubs, cafés y restaurantes. Y excelentes cines y teatros para ver películas, obras dramáticas y ballets. En la época de carnaval, febrero, la ciudad se estremece de vida, alegría, música y baile. El Carnaval de Salvador está considerado como una de las fiestas más grandes del mundo, comparable con el de Río de Janeiro. Dura una semana completa sin interrupciones. Allí se pueden escuchar todos los ritmos de la región, tales como el pagode, el arrocha, la samba, el axé y el forró.
Desde luego, tampoco faltan estímulos para el visitante preocupado por la cultura o la historia, que tiene a su disposición un gran número de museos como el Museo de Arte Sacro, el Museo de la Ciudad, el Museo Carlos Costa Pinto y el Museo Afrobrasileño. Después están algunas construcciones que, por supuesto, es siempre agradable conocer. En el caso antiguo, por ejemplo: Palacio Municipal de 1549; Puertas de Sana Luzia, del mismo año; Palacio Rio Branco, de 1920; el Palacio Arquiepiscopal, de alrededor de 1720; la Fundación Casa de Jorge Amado; y muchos otros lugares.
Y, claro, como si todo esto fuera poco, se encuentran a disposición de todas las maravillosas playas de la zona, de arenas leves y aguas muy cálidas. Estas franjas costeras, en especial las del centro, son las más concurridas por el turismo y en ellas se realizan toda clase de actividades. También hay otras menos concurridas y muy atractivas que se hallan un poco mas alejadas y son las de Farol da Barra y Porto da Barra. El turista curioso, por su parte, tiene también como opción visitar las aldeas del norte de la ciudad que tienen muy bonitas playas: Arembepe, Costa del Coco, Imbrassai y Praia do Forte.
En todas las playas existen chiringuitos o bares en los que se puede degustar la comida local y beber tragos con y sin alcohol durante todo el día. En torno a las playas se ven los grandes hoteles y las casas residenciales.
La gastronomía de Bahía
San Salvador de Bahía tiene una gran particularidad: su gastronomía, que es cien por ciento autóctona y llena de orgullo a sus habitantes. Quien haya leído Graciela, clavo y canela o Doña Flor y sus dos maridos, novelas de Jorge Amado, el artista que con más amor y exactitud pintó Bahía, podrá recordar lo ligada que estaba la comida a la vida cotidiana y a la ritualidad de los sentidos. En la primera cuenta la historia del árabe Nacib, quien atribulado por la pérdida de su vieja cocinera Filomena, logra contratar luego a una sensual mulata, Gabriela, que con la exhuberancia de su cuerpo y sus guisados de gallina (xins-xins), sus “moquecas”, lomos y carnes asadas logra hacerle volar de amor la cabeza. En la segunda novela mencionada, ese vínculo de sensualidad entre el amor y la buena comida se repite en los personajes de Doña Flor, profesora en arte culinario y especialista en cazuelas de cangrejos y guisos de tortuga, y su primer marido, el travieso y desatado juerguista llamado Vadinho.
La cocina tradicional del lugar se jacta de ser picante y muy elaborada y sabrosa, gracias a la gran cantidad de especies que se le añaden. Los platos típicos del arte culinario de Bahía son las moquecas (pescados y frutos de mar con leche de coco y aceite de dendé), la casquinha de Siri (cangrejo) y el abarajé (masa de Chicago rellena con camarones, que se fríe en aceite de palma).
Esa cocina proviene de una fusión de antiguas raíces. La primera surge con los habitantes originarios del lugar, que sembraban mandioca y maíz y a partir de ellos fabricaban el pirao, que era una pasta de harina con agua. Más tarde con la llegada de los portugueses se agregaron nuevos elementos como el bacalao, la sardina, las legumbres y los dulces. Por último, los negros africanos trajeron aceites (como el dendé), pimienta y otras legumbres y entre las tres culturas desarrollaron lo que hoy son aproximadamente cincuenta platos absolutamente originales del lugar.
Conocer Bahía es aproximarse a todos estos gustos, a estos aromas, a todos estos magnetismos del paisaje físico y humano, a una cultura distinta y subyugante. Como decía Amado de Gabriela, se podría decir de Bahía: “Parecía hecha de canto y danza, de sol y luna, era de clavo y canela.”
En nuestra sección Cabal Gourmet podés encontrar la receta de la Moqueca de camarones, leela aquí.