Entrevista a Benjamín Ávila, director de “Infancia clandestina"
"Infancia clandestina", con Natalia Oreiro y Ernesto Alterio en los roles protagónicos, fue la película elegida para representar a la Argentina en los Oscar como mejor Película Extranjera. Su director, Benjamín Ávila, comparte con Revista Cabal algunas de las claves de su ópera prima de ficción, que produjo Luis Puenzo.
“Me parece que las historias que se habían contado en relación a la dictadura olvidaron dar cuenta del costado más humano: la cotidianeidad de esos militantes que estaban dispuestos a dar sus vidas por sus ideales, y que tenían una vida detrás de esa lucha. Yo asumí el desafío y el riesgo de contar la Historia desde ese costado, y es plantarse y asumir ‘esto es lo que pienso, esto es lo que creo”.
Benjamín Ávila es director, hijo de desaparecidos y responsable de una de las mejores películas sobre la dictadura que se ha realizado hasta aquí en la Argentina: Infancia Clandestina, primer película de ficción de su carrera, está basada en su propia infancia, –antes había hecho un documental sobre los hijos y los nietos de desaparecidos, y la búsqueda de su identidad- y asume el desafío de contar la historia desde el punto de vista de un chico de 11 años, hijo de militantes montoneros que sin quererlo se convierte en protagonista de una lucha que no eligió, y que lo marcará para siempre.
Contada desde esa perspectiva, “desde adentro”, la historia de este chico, -de sus padres, y la lucha que afrontan- se convierte en un relato plagado de grises que, por fuera de los maniqueísmos y los lugares comunes que definen a buena parte de las obras que han abordado “los años de plomo”, permite a los espectadores asomarse al cotidiano que moldea su sensibilidad.
“Este no es el mito o el infierno”, explica el director. “Intenté dar una visión más humana y realista de cómo fueron las cosas, como yo las recordaba, no sumándome a esa construcción que se hizo después según la cual podría parecer que las 24 horas reinaban la violencia y el pánico. Es verdad que vivimos incontables situaciones de miedo, de horror, pero también había humor, amor, vidas sujetas a cierta normalidad, vidas más o menos parecidas a las de otras personas”.
Benjamín, como el chico protagonista del film, vivió esos años como hijo de una pareja de militantes que sufrieron en carne propia la tragedia de la represión de Estado: tenía cuatro años cuando su madre y su pareja, ambos militantes montoneros, se lo llevaron al exilio. Recaló en Brasil, México, Cuba. Volvió al país a comienzos de 1979, el año en que transcurre la historia que relata la película. Ese fue el año en que desapareció Charo, su mamá –a Benjamín lo dejaron en la puerta de la casa de su abuela, y luego viajó a Tucumán, a vivir con su padre, arquitecto y actor-.
El hermano del director fue secuestrado y entregado a otra familia, por esos años, y recién recuperaron su identidad en 1984, gracias al trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo; fue uno de los primeros nietos restituidos. Esas fueron las duras experiencias personales que sirvieron al director para filmar, antes de “Infancia…”, el documental “Nietos (Identidad y Memoria)”, estrenado en 2004.
“Infancia…” cuenta con los protagónicos de Natalia Oreiro, Ernesto Alterio, César Troncoso, Teo Gutiérrez Moreno, Cristina Banegas, Violeta Palukas y Paula Ransenberg.
Ávila disfruta por estos días de las críticas elogiosas y de la respuesta del público, que sale conmovido de las salas de proyección.
Por fuera de los clichés de ciertas películas y novelas que caen una y otra vez en el facilismo de narrar los años de la dictadura desde la violencia que caracterizó esos años, la película propone una mirada humanizada de los militantes de los 70, que permite al espectador asomarse a esas historias sensibilizándose con la convicción y el idealismo que los movilizaba. ¿Ese fue uno de los objetivos que se propuso, como director? ¿Qué puede decir respecto de este punto?
Siempre sentí que necesitábamos, los hijos de desaparecidos y asesinados por la última dictadura en la argentina, una historia que nos represente emocionalmente. Desde la ficción hablo, creo que hay unos documentales, hechos también por hijos, que nos representan como Historias Cotidianas o
Papa Iván, pero en la ficción no lo había. Desde ese lugar siempre tuve la sensación de obligación de hacer esta película, que yo digo que viene a proponer una nueva mirada, un nuevo punto de vista, sobre las ideas de aquellos militantes de los 70’. Cuando la mostramos por primera vez terminada en mayo de este año en el Festival de Cannes, la sensación de misión cumplida fue muy fuerte. Tuve la sensación poderosa de cruzar la meta como el maratonista que llega al final de la carrera, sin importar el puesto. Esa sensación, ese alivio, esa liviandad me dimensionó lo que la película representaba para mí. Que era un deber, que debía hacer, y en lo más íntimo tenía la certeza de “ahora si puedo hacer lo que quiera, ya cumplí”. Por eso creo que la película genera tanta empatía con la gente, porque es una visión diferente que desarrolla el costado humano de aquella “famosa” historia de la dictadura y no responde a ninguno de los lugares comunes establecidos hasta ahora. Pero aporta un costado humano que se perdió en el análisis de la historia, que no sobrevivió en la construcción del discurso histórico que llegó hasta ahora y que humaniza desde un cotidiano la vida de la clandestinidad, donde había un estado de vitalidad maravilloso y muy real (no idílico). Era la puesta en escena constante de las ideas en la vida diaria. La clandestinidad está asociada al miedo y la muerte y en nosotros era una “vida normal”: yo iba a la escuela, mi vieja me retaba porque no hacia los deberes, disfrutábamos de las milanesas y nos aburríamos en las tardes. ¡Normalidad!, pero nosotros sabíamos que no éramos como los demás chicos pero sabíamos que éramos chicos. Y eso era “nuestra normalidad” y creo que quizás lo que genera incomodidad, pero a su vez mucha cercanía, es ese punto de vista.
En lo personal, ¿a qué punto le resultó complejo asumir el relato de parte de su infancia?
Lo más complejo fue correrme de mi propia historia y construir una historia que se basara en mi infancia y la de mis hermanos pero que tuviera su propia lógica, sus propias reglas. Es raro porque de algún modo las personas que nos conocen sienten que es nuestra infancia tal cual, pero realmente hay
muchas cosas que sucedieron de otra manera y que responden al universo que creamos con Marcelo Muller, con quien escribí esta historia. El Tío Beto, la historia de amor, la edad de los chicos, el modo en que se desencadenan algunos hechos no existieron en la realidad, pero el cumpleaños, el cotidiano de la familia, la relación con los padres, la visita de la abuela, aunque de otra manera, son reales.
La emoción que produce la película -¬ovacionada de Buenos Aires, Toronto, Cannes, San Sebastián- es sin duda uno de sus mayores méritos. ¿Cuáles evalúa usted que son las virtudes más destacables de este trabajo que ha concretado el equipo y qué diferencia tiene esta obra de otras que abordan la temática de la dictadura?
Realmente la recepción emocional de la película en todos los lugares donde se ha presentado ha sido maravillosa, muy emotiva. Cannes fue la primera vez y nos sorprendió mucho la ovación interminable que generó el público. Y de ahí en más en cada lugar: ¡lo de San Sebastián fue tremendo! Creo que la película toca un tema que es muy universal, que es el amor y la niñez. ¿Quién no ha tenido su primer amor?, ¿quién no se ha enamorado alguna vez? Y todos fuimos niños. Creo que partiendo desde ese lugar la identificación funciona mucho, y como la historia de Juan es tan particular, esta identificación nos ayuda a entender poderosamente lo que siente y el por qué de sus emociones. Esto no deja de sorprenderme. La devolución que vengo teniendo desde que la película se estrenó en Argentina, por Facebook o por mail, la gente ha expresado sus emociones constantemente y cómo la película sobrevive
dentro de ellos por un tiempo muy largo. Me emociona que la película emocione.
Está acompañando la película en las ciudades en que se presenta. ¿Cómo le resulta el contacto con el público, qué le aportan los espectadores a la mirada que usted mismo tiene de la película?
Es algo que quería hacer, me gusta mucho poder vivenciar lo que la película provoca, en vivo y en directo. Ese es el privilegio que tiene el teatro que la relación es directa pero el cine no lo tiene. Así que acompañarla por algunas presentaciones me permitió eso y hacer una charla posterior a la proyección y recibir, en caliente, lo que le sucede a la gente. Es algo invalorable, se aprende mucho del público.