Pequeños paraísos de la Costa
Tienen en común los bosques, los médanos, las playas anchas y poco pobladas, el atractivo de las caminatas o la pesca… Lejos, pero cerca a la vez, del mundanal ruido de grandes ciudades balnearias, Mar de las Pampas, Las Gaviotas, Mar Azul y Mar de Cobo ofrecen una alternativa real para quienes buscan el descanso y el contacto con la naturaleza.
Más allá de que existen hace algún tiempo, en los últimos años son el refugio de los que eligen para sus vacaciones escapar de la vida urbana, hacinada y bulliciosa, con la ventaja de que, en caso de sufrir de cierta abstinencia en este sentido, pueden trasladarse unos pocos kilómetros y obtener una buena dosis de multitudes, ruidos, “papá/mamá comprame” y otras delicias de las salidas veraniegas. Como Villa Gesell hace medio siglo, reciben a adoradores del silencio, militantes de la contemplación, fóbicos de la híper comunicación.
Tienen mucho en común (bosques, médanos, playas espaciosas, cierto aire de pueblo, elogio de la lentitud) y cada una también su propia y particular historia. Aquí están, estos son, de norte a sur, algunos de los jóvenes y distendidos balnearios de nuestra cercana Costa Atlántica.
Mar de las Pampas
Ganó cierta popularidad y prestigio en ciertos sectores medios urbanos, de artistas, profesionales y cultores de la new age, al punto que algunos la llaman, peyorativamente, Palermo Beach. Su historia arranca tímidamente a fines de los años 50, cuando un grupo de emprendedores buscó repetir de alguna manera la iniciativa de los pioneros Carlos Gesell, Jorge Bunge y Héctor Manuel Guerrero, que le dieron pelea a los médanos y a las dunas, hasta que lograron su fijación, y ayudaron a parir bosques en Villa Gesell, Pinamar y Cariló, respectivamente. Veinte años después, con la naturaleza algo “domesticada”, se loteó la zona y se trazó la cuadrícula irregular que le es característica, respetando los accidentes naturales preexistentes.
El resultado, que está muy lejos de ser el definitivo, es un lugar mágico, con un frondoso bosque de álamos, sauces, pinos, acacias, eucaliptos, cipreses y otras especies, en el que habita una gran variedad de aves. Y también, claro, un sostenido aumento de su población permanente (incluye a la mucho menos habitada Mar Azul) en términos porcentuales: según los dos últimos censos nacionales, pasó de 825 habitantes en 2001 a 1.797 en 2010, es decir un 118% más, y en constante ascenso.
Los 8 kilómetros que la separan de la cabecera del partido del que forma parte, son suficientes para convertir a Mar de las Pampas en su contracara o, en todo caso, en la versión siglo XXI de lo que fue Villa Gesell en los años 60. No hay caminatas a obligado paso de tortuga por la 3, sino recorridos sin prisa por su “sendero botánico”, que permite apreciar la variedad de su bien conservada vegetación; no hay clases de gym en la playa con música a todo volumen ni vendedores ambulantes que se chocan entre sí de tantos que son, sino un parador sencillo que ofrece lo realmente necesario para pasar el día al sol. Y así todo, aunque lentamente empieza a preocupar su crecimiento, algo que en los 80 en Gesell se les fue de las manos a todos.
Cabañas, hosterías, casas, restaurantes y pequeños locales de elaborado diseño con, otra vez, cierto aire palermitano, son la módica infraestructura de este pequeño paraíso que conserva buena parte de su espíritu virginal.
Las Gaviotas
Apenas unos kilómetros hacia el sur se encuentra este nuevo y pequeño destino veraniego, cuya urbanización arrancó, tímidamente, a mediados de los años 70. De espíritu agreste y con menos infraestructura, tiene una oferta diversificada de actividades recreativas, entre ellas cabalgatas, caminatas por los médanos, travesías en vehículos 4x4, triciclos o cuatriciclos y pesca deportiva. En cuanto a las posibilidades de alojamiento, se imponen las cabañas y bungalows.
Desde Las Gaviotas, al igual que desde otros balnearios de la zona, es posible tomar una excursión a la Reserva Faro Querandí. La travesía se realiza en camionetas de doble tracción, que recorren los bosques de Las Gaviotas y de Mar Azul, hasta llegar a la que es la primera reserva dunícola del país, creada en 1996 para la conservación del ecosistema de dunas costeras, su flora y su fauna. Tiene 21 kilómetros de extensión, una superficie de 5.570 hectáreas, imponentes lagunas y alberga a unas 150 especies de aves y numerosas especies vegetales nativas. Este año se propuso que fuera convertida en Parque Nacional.
El recorrido culmina en el Faro Querandí, una construcción de 54 metros de altura a cuyo mirador se accede después de remontar 276 escalones, que comenzó a funcionar en 1922 y cuya luz es visible desde 18 millas marinas de distancia (unos 33 kilómetros).
Mar Azul
Siempre fue “el último balneario de Villa Gesell”, pero en los últimos años empezó a cobrar vida propia. Si bien conserva la particularidad de ser la frontera con la Reserva, o precisamente por eso, es el destino elegido por amantes de la soledad o la escasa compañía y por pescadores, que son casi sinónimos. Las playas agrestes y amplias, el frondoso bosque de pinos y la palabra “paz” repetida como un mantra son la carta de presentación de Mar Azul para quienes saben apreciar estas virtudes.
Caminatas, cabalgatas, travesías en 4x4 y cuatriciclos constituyen, como en toda la zona, la oferta de actividades turísticas. Y la pesca, claro, que se da en cantidad y calidad (hay buenas corvinas, brótolas y pejerreyes) y puede realizarse perfectamente desde la orilla, aunque gana en potencia y atractivo si se la practica en una embarcación. A la hora de elegir alojamiento hay casas particulares en alquiler, cabañas, hosterías y su histórico Camping de Ingenieros, entre otras posibilidades.
Mar de Cobo
Más al sur, ya en el partido de Mar Chiquita, esta infrecuente y atractiva cruza de mar y campo ofrece quizá aun más tranquilidad que los balnearios anteriores. Al no estar tan cerca de una ciudad (se ubica a 26 kilómetros de Mar del Plata y a 78 de Villa Gesell), y por sus propias características, este otro pequeño paraíso tiene su legión de devotos, adoradores de la vida lenta y sencilla, en una locación que alguna vez fue la estancia de la familia Ugarteche-Anchorena y en la que viven en forma permanente 760 personas (censo 2010), casi el doble que en 2001. Una calma apenas levemente sacudida por su cada vez más convocantes Semana de Mar de Cobo y Carnavales del Mar.
Destino de amantes de la pesca y de familias en procura de bajar drásticamente los decibeles urbanos, ofrece el marco de su imponente bosque de álamos, pinos, olmos y cipreses que hospeda a una gran variedad de aves. Justamente, el avistaje es uno de los grandes atractivos naturales, dentro de un abanico de actividades para el visitante que incluye caminatas y paseos en bicicleta por sus calles de trazado semicircular, que comienzan y terminan en la avenida principal, Manuel Cobo, que llega hasta el mar.
Las opciones de alojamiento incluyen casas en alquiler, hosterías, posadas, cabañas y bungalows. Para los amantes del agua, es un muy buen destino de deportes náuticos, en particular para el surf, con buen caudal de olas. Otro gran atractivo es caminar por sus playas, mezcla de arena y rocas, con impactantes acantilados y misteriosas cuevas, hacia el sur, en dirección a Santa Clara del Mar. Las posibilidades para los pescadores también son un buen argumento para visitar Mar de Cobo: hay brótolas, corvinas negras y hasta los siempre codiciados cazones.