La Isla de Pascua y su rey
La Isla de Pascua, llamada por sus habitantes originarios Rapa Nui, tiene rey luego de 100 años. El monarca es Valentino Riroroko Tuki, un anciano que se ha ganado la vida como agricultor y pescador y viajado por mar por buena parte del mundo como polizón. Tras vivir algunos años en Valparaíso, se asentó en la isla, donde vive en una modesta casa en una zona rural, cerca de sus 8 hijos y 24 nietos
La Isla de Pascua, llamada por sus habitantes originarios Rapa Nui, tiene rey luego de 100 años. El monarca es Valentino Riroroko Tuki, un anciano que se ha ganado la vida como agricultor y pescador y viajado por mar por buena parte del mundo como polizón. Tras vivir algunos años en Valparaíso, se asentó en la isla, donde vive en una modesta casa en una zona rural, cerca de sus 8 hijos y 24 nietos. «Aquí vive el rey pobre» dice sonriendo Valentino.
Valentino fue proclamado rey en la Plaza de la Gobernación por los miembros del Parlamento Rapa Nui en julio pasado. Le colocaron una corona de plumas y mahute (vestuario confeccionado con una fibra extraída de la planta del mismo nombre) ante más de 60 personas. Pero más allá de la recuperación de una figura política, cultural y socialmente importante para los isleños, su mandato tiene un objetivo muy claro: derogar el Tratado de Voluntades de 1888 por el cual Chile se adueñó de la Isla de Pascua. La demanda de Valentino y su gente pide, además, una millonaria indemnización por daños y perjuicios –que busca compensar el uso de tierras y animales y el retiro de más de 10.000 piezas arqueológicas ancestrales– y la total independencia de Chile. El recurso también pretende que se reconozca la jerarquía de los reyes Rapa Nui y el dominio ancestral e inalienable de toda la tierra para los habitantes de la isla, lo cual está establecido en el Acuerdo de Voluntades y nunca se cumplió.
Los representantes de las 36 familias ancestrales, agrupadas en torno al Parlamento, acordaron que el nuevo monarca debía ser descendiente del último rey de Rapa Nui, Simeón Riro Kainga, asesinado en 1898. Originariamente el poder real se transmitía de padre a primogénito, pero las incursiones esclavistas de mediados del siglo XIX, las epidemias y la ingerencia de las misiones religiosas que se asentaron en la isla, resquebrajaron las ancestrales líneas de sucesión de la monarquía.
Incluso antes del asesinato del último rey, Chile ya había convertido el lugar en una estancia ganadera que fue arrendada a compañías francesas primero e inglesas después, que trataban a los habitantes casi como animales. En esos tiempos, comenzó un largo período de oprobioso colonialismo en la isla, durante el cual, pese a todo, los lugareños lograron preservar su cultura, su lengua y muchas de sus tradiciones.
Fue un representante legal chileno, autor además de la demanda contra el Estado trasandino, quien los convenció de la necesidad de dar continuidad a la monarquía de Rapa Nui para intentar derrumbar el tratado de 1888 y lograr la independencia. El Tratado fue firmado por el entonces rey AtamuTekena –quien cedió la soberanía a Chile a cambio de protección– y, afirma Valentino, «debe ser anulado por un rey».
La acción legal de los habitantes de Rapa Nui, se sabe, será larga. Una victoria en los tribunales dejaría sin efecto el Tratado y la isla volvería a la organización política previa al acuerdo, con el rey como jerarquía máxima y con plena independencia. Si fracasa, cuenta ya con el apoyo de varias organizaciones indigenistas internacionales que presentarán el reclamo ante la OEA y en tribunales internacionales de derechos humanos.
Texto y fotos: Lorenzo Moscia/ Archivo latino