Carhué: termas, cultura e historia
Ubicada a 540 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, cerca de la frontera provincial con La Pampa, esta ciudad fundada en 1877 es, desde noviembre de 1985, una sobreviviente. En esa ocasión, una crecida desmesurada, en complicidad con quienes no hicieron las obras necesarias para impedir los daños ocasionados, dejó bajo las aguas a Villa Epecuén, con la que Carhué compartía las orillas del lago Epecuén y la actividad turística centrada en su oferta termal. Hoy, quienes durante décadas visitaron la ciudad que quedó sumergida, siguen buscando en su vecina el poder de sus aguas salinas y una fuerte presencia histórica, artística y arquitectónica.
El poder convocante de Carhué se encuentra en sus aguas pródigas en minerales. El alto contenido de sal, que llega a tener niveles similares a los del Mar Muerto, es un imán para quienes buscan mitigar los dolores provocados por el reuma o la artritis, pero también para quienes necesitan bajar sus niveles de estrés. La posibilidad de flotar en esas aguas hasta diez veces más saladas que las del Atlántico es lo que opera el “milagro”.
Esta terapia natural, históricamente brindada por el mismísimo lago, hoy se multiplica en hoteles y spas, con sus piscinas cubiertas y climatizadas que permiten acceder a este recurso durante todo el año. El lago, en tanto, ofrece otros espectáculos naturales, como los que brindan los 12.000 flamencos que lo habitan regularmente, además de otras especies como el tero, el chorlito, el macá plateado, el pato y el biguá. Y todo en un hábitat vegetal de tupidos pastizales y bosques de caldenes.
La ciudad también alberga al Eucalipto fundacional, que se encuentra en la céntrica plaza Nicolás Levalle, un eucalipto rojo que al parecer está desde los comienzos de Carhué, si se tienen en cuenta sus 35 metros de altura, 7 de circunferencia y 2,5 de diámetro, lo que lo convierte, además, en unos de los ejemplares más grandes de la Argentina. También se pueden observar tres caldenes centenarios, dos de ellos en el balneario La Isla y el tercero en la calle Calfucurá, que fueron declarados “de interés histórico municipal”. El caldén (o huitrú, en lengua mapuche) es una especie autóctona de la zona.
Otra presencia constante, como en otras ciudades del interior bonaerense, es la del arquitecto siciliano Francisco Salamone, con sus obras de estilo monumental y cargadas de espíritu religioso. Empezando por el Palacio Municipal, sede del Gobierno y del Concejo Deliberante, con su imponente torre reloj de 36 metros de altura y sus casi 2.000 metros cuadrados de superficie, declarado “monumento histórico nacional” en 2014. También impacta el Cristo del Lago o Cruz del Cementerio, una obra hecha por Salamone y el escultor Santiago Chierico.
Otros atractivos histórico-culturales son las ruinas del antiguo Cementerio Militar, el primero de la ciudad, descubierto en 1981; los edificios de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos y de la Escuela Nº 1 General José de San Martín, ambos de finales del siglo XIX; las Ramblas de Carhué, que forman parte del trazado municipal como en casi ninguna otra ciudad del país; las Ruinas del Matadero Municipal, también obra de Salamone, y otras edificaciones como la Casa de los Intendentes (donde hoy funciona el espacio cultural La Dama), la Casa de la Última Fortinera (una de las primeras de la ciudad, hoy convertida en museo) y la Iglesia Nuestra Señora de los Desamparados, de principios del siglo XX. Se pueden visitar, además, el Museo Regional Adolfo Alsina, con aportes históricos y arqueológicos de los propios vecinos; el Centro de Interpretación de las Ruinas de Villa Lago Epecuén, en el que a través de testimonios, objetos y fotografías se puede conocer cómo era la villa turística antes de la inundación, y el Museo Histórico Rural, un museo a cielo abierto en el que se exhiben maquinarias y medios de transporte rurales del siglo pasado: tractores, arados, niveladoras de caminos, etc.
Más allá de la ciudad
A solo 5 kilómetros de Carhué, atravesado por el arroyo Pigüé y con acceso libre y gratuito, se encuentra el camping municipal La Chacra, que cuenta con 50 hectáreas de frondosa arboleda y una buena oferta de servicios: parrillas, baños, duchas, electricidad, sereno, cancha de bochas y tejo, pista de baile y juegos infantiles. Ideal para pasar el día o para acampar.
Hacia el oeste de la ciudad, a 55 kilómetros de Carhué por la ruta 60, se puede visitar una antigua colonia judía, hoy una pequeña ciudad moderna, fundada en 1905 por inmigrantes escapados de Rusia por la persecución a la que eran sometidos por el zar Nicolás II. Las huellas de aquellos “gauchos judíos” se pueden encontrar en Rivera casi a cada paso. En un recorrido de medio día, guiado o no, se visita el Monumento a los Colonizadores, en la plaza Sarmiento; la única sinagoga que queda, que data de 1920 y está en perfecto estado de conservación; el Patio de los Recuerdos; el Centro Cultural Israelita, y el Museo de la Colonización. Para mantener viva la historia y la tradición de sus fundadores, que llegaron a la zona en siete grupos, sus descendientes dictan en la sinagoga clases de idioma, historia y geografía de Israel.
En tanto, el Centro Cultural Israelita ofrece su sala de espectáculos para 500 espectadores, una biblioteca pública y un centro de información para consulta de los vecinos de Rivera, de otras localidades cercanas y visitantes ocasionales. La entidad cuenta con una biblioteca de más de 30.000 libros en castellano, además de antiguos textos en ruso, hebreo e idish. También se pueden degustar especialidades típicas de la cocina judía europea en un restaurante especializado en esa gastronomía.