Bahía, la joya de Brasil
Inmortalizada por las novelas de Jorge Amado y las canciones de Dorival Campos, el Estado de Bahía y su capital El Salvador son tierras de ensueño, que solo la mano mágica de la naturaleza pudo combinar con una belleza tan deslumbrante y sobrecogedora. Suelo de historia intensa y playas exuberantes, Bahía se ofrece todo el año a quienes quieren disfrutar de sus hechizos, de husmear en sus misterios de siglos o bañarse en sus cálidas aguas. Es un lugar único en el mundo y del que nadie vuelve igual.
Fundada en origen con el nombre de San Salvador de Bahía de Todos los Santos, y rebautizada por el imaginario popular como la “Capital de la Alegría” o la “Roma negra”, Salvador (o Salvador de Bahía como algunos insisten aún en llamarla) es la capital del Estado de Bahía y una de las ciudades más bellas y de rica herencia cultural e histórica del Brasil. A su vez, el pasado del Estado de Bahía está entrelazado con la historia misma de Brasil. El país fue descubierto en el año 1500, cuando llegaron a Porto Seguro, en el extremo sur de Bahía, una flota de embarcaciones portuguesas y celebraron la primera misa en Coroa Vermelha, por Frei Henrique Soares de Coimbra. En 1501, los portugueses organizaron una nueva expedición, esta vez de reconocimiento a las tierras descubiertas el año anterior. Liderado por el navegador florentino Américo Vespucio, la flota portuguesa llegó el 1º de noviembre a una gran bahía, la actual Bahía de Todos los Santos. De este viaje, Vespucio sólo dio noticia detallada en 1504. En los siguientes cinco siglos, Bahía fue escenario de múltiples acontecimientos, como las invasiones holandesas, las guerras por la independencia o conflictos y revueltas sociales y de otra naturaleza, que han hecho de su historia un sitio merecedor de especial atención para su país.
El centro histórico de El Salvador ha sido considerado Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco, lo mismo que la zona del Pelourinho, ubicada dentro de él y constituido por infinidad de construcciones coloniales pintadas de diferentes colores. La palabra “pelourinho” significa “picota” en español y designaba en ese lugar a una columna de piedra localizada en el centro de la plaza, donde se exponían y colgaban a los criminales de la época. Fuera de esos enclaves del pasado colonial, Salvador es hoy una ciudad muy moderna, llena de actividad y de altos y sofisticados edificios y centros comerciales. Tiene un alto atractivo en lo turístico, sobre todo por su carnaval (considerado como la mayor fiesta popular del mundo), sus espléndidas playas que se pueden disfrutar todo el año y sus monumentos históricos, entre ellos los del distrito de Pelourinho o las distintas iglesias de los siglos XVII y XVIII. El clima es tropical y más bien húmedo, siendo la primavera una estación apta para vacacionar en sus confortables hoteles y hospedajes. Bahía también ofrece escenarios de rara belleza, donde la naturaleza reina suprema y brinda a los visitantes todo su encanto, un verdadero toque de los dioses en el nordeste de Brasil. De norte a sur y de este a oeste, el paisaje hace de Bahía un lugar especial. Son especialmente cautivantes sus cascadas en medio de una floresta exuberante.
Las playas del Salvador se extienden a lo largo de la costa atlántica y de la costa de la Bahía de Todos los Santos. Las principales son: Itapuan, Artistas y Porto de Barra, que atraen por sus finas arenas y, sobre todo, la agradable temperatura de sus aguas. Casi todas cuentan con restaurantes ubicados sobre la arena (chiringuitos), donde se pueden saborear distintos platos de mariscos y bebidas frescas, en especial cerveza servida muy fresca. En los puestos denominados “bahianas” se puede comer también el acarajé, un buñuelo de frijol frito en aceite de palma con camarones, que es típico de la cocina afrobrasilera. La fruta de palma (dendê), venida de África, presta su sabor raro al aceite que da gusto en las conocidas comidas del lugar como son las moquecas, mariscadas, caruru, acarajé y abará. Acompañado por la tradicional caipirinha o refrescante agua de coco, los platos regalan los ojos del comensal un colorido exuberante y seducen por el olor y el refinado gusto al paladar. A las recetas milenarias de las tribus indígenas y la rusticidad improvisada en las senzalas (moradas) de los esclavos africanos, se sumó la finura y el refinamiento de la real cocina portuguesa. Es satisfacción para todos los gustos. Quien haya leído alguna vez al extraordinario novelista Jorge Amado, sobre todo su obra Doña Flor y sus dos maridos, que fue llevada al cine con gran repercusión, tendrá recuerdos de la sensualidad y colorido de esos platos que la protagonista ofrecía a su primer marido. O también su otra muy popular novela Gabriela, clavo y canela. Las estampas de Amado, como las canciones de Dorival Campos, han contribuido como pocas otras cosas a la difusión de las delicias y particularidades de Bahía.
Una de las expresiones más conocidas de Bahía es el baile denominado capoeira, que tiene sus orígenes en África y fue traído por los esclavos como una forma de defensa. Al ritmo muy marcado de instrumentos como el berimbau de barriga, caxixi, atabaques, pandeiro, reco-reco, dos participantes ensayan coreografías sincronizadas, el swing de las piernas, brazos, manos, pies, cabeza y hombros. El repertorio incluye patadas y piruetas llenas de movimientos de balanceo y malicia. Ese baile tiene dos vertientes: la Capoeira Angola y la Regional. Mestre Pastinha es el gran precursor de la primera y Mestre Bimba de la regional, diferenciadas por la introducción de golpes "vinculados" y "cinturados". La llamada Roda de Capoeira se divide entre los combatientes y los músicos responsables por la marcación y tono de los capoeiristas. La manifestación folclórica más popular del Estado ha tenido repercusión en todo el mundo. La capoeira es una práctica común en todas partes, atractiva para los "gringos" y magistralmente dominadas en Bahía.
Monumentos y destinos
Uno de las más majestuosas creaciones artísticas dignas de ser contempladas en Bahía es el majestuoso Monumento al 2 de julio, erigido en homenaje a la independencia del estado y que se encuentra en Campo Grande. Posee como principal símbolo el "Caboclo", que representa un acto de afirmación de la identidad, la nacionalidad y la libertad. Compone el monumento un pedestal de mármol de carrara, formada por dos cuerpos y escaleras del mismo material. De la misma manera, los museos son objetivos de cualquier visitante con curiosidad en materia cultural e histórica. Se ha dicho que la Bahía es una ciudad-museo. Sus iglesias, conventos, palacios y fortalezas, con antigüedades, muebles y utensilios, confirman la leyenda. Si por un lado, cada monumento de estos representa por sí mismo un museo digno de admiración, son los museos públicos quienes facilitan una visión más completa del arte en Bahía. Además de las iglesias, los portugueses marcaron la arquitectura de Bahía con la construcción de palacios y solares, casas de lujo y muchas residencias simples, de puertas y ventanas, pero que forman el conjunto de la arquitectura antigua más opulenta que existe en Brasil. Entre las iglesias están la Catedral de Salvador, levantada por los jesuitas a mitad del siglo XVll; la Iglesia de San Francisco, de estilo barroco, del siglo XVlll y la Iglesia de Nuestro Señor de Bomfim, de estilo rococó y decoración de interiores neoclásica.
El vasto territorio de Bahía fue poblado poco a poco con la contribución de tres grupos humanos: los indígenas (nativos), los negros (africanos) y los blancos (europeos). El indígena ya estaba aquí. Los africanos y europeos vinieron debido a la colonización. Tal vez esta mezcla de razas, tan peculiar a Bahía, generó el misticismo que caracteriza el Estado. La mezcla de razas dio lugar a los mestizos. Del africano y del portugués surgió el mulato. Del indígena con el portugués, el mameluco o cabocloy, del africano con el indígena, el cafuzo. Aún así, cada uno de estos tres grupos dejó un colorido propio en la formación bahiana, contribuyendo principalmente en el cultivo de la tierra, que es muy fértil. Todos esos grupos humanos contribuyeron a la creación de una cultura que, por su diversidad de expresiones, es una de las más ricas de América y se ha volcado con infinidad matices en su arte.
Desde luego, y ya pensando en el disfrute de los paisajes naturales, uno de los más bellos escenarios nacionales, con su mar de aguas tranquilas y cristalinas, rodeadas por una aura histórica y del Bosque Atlántico, en contraste con grandes bancos de arena, manglares y arrecifes de coral, es la Bahía de Todos los Santos, cuna espléndida de este Estado que tomó su nombre y sigue, hasta hoy, atrayendo a los turistas de todas partes con sus encantos y magia. También la región del Valle del Jiquiriçá, que queda a unos 150 kilómetros al oeste de Salvador, es otro lugar para recorrer. La presencia de cascadas, ríos, cerros y exuberante flora y fauna ha despertado el interés de muchos visitantes, desde aquéllos que buscan contacto con la naturaleza hasta los que prefieren la práctica de una amplia gama de deportes, como paseos a caballo, trekking, piragüismo y pesca. El patrimonio histórico y cultural de la región también es amplio y diverso y su artesanía, hecha con mucho cuidado, suele seducir a los visitantes.
El oeste de Bahía está señalado como otro de los lugares apetecibles para acercarse: bañado por el importante río São Francisco y sus afluentes, es un paraíso de aguas cristalinas que alimentan toda la pequeña región, además de tener hermosas cascadas, cavernas y pinturas rupestres. Del mismo modo que el legendario sertao aunque por razones distintas: es un impresionante paisaje de tono rojizo, una tierra rajada por el sol y las márgenes de los ríos secos forman una imagen inconfundible, con varias estructuras de barro en formatos sorprendentes. Son verdaderas obras de la naturaleza en resistencia al sol, que insiste en castigarlas. La vegetación predominante es la caatinga, formada por plantas secas y sin hojas, donde las especies que sobreviven, a ejemplo de los cactus espinosos, son las más fuertes, como la población que habita en la región, que supera la falta de recursos naturales con una alegría, una fuerza de trabajo y hospitalidad que son proverbiales. Las aguas termales de Jorro y el gran cerro de Monte Santo, con su clima diferenciado de las otras zonas, son bastante populares entre los turistas.
La Chapada Diamantina es otro territorio que reúne diversos atractivos naturales y culturales en el corazón del Estado de Bahía. Ruta segura para aquellos que quieren paz y tranquilidad o quién está buscando historia y aventura. El vasto Bosque Atlántico, campos floridos y llanuras de un verde interminable dividen el paisaje. Inmensas paredes, gargantas, cañones, cuevas, cavernas, ríos y cascadas completan la rara belleza de la Chapada Diamantina. Originalmente habitada por los indios Maracás, la ocupación de la región se remonta a los años dorados de la explotación de minas y minerales desde 1710, cuando oro fue encontrado cerca del Río de Contas Pequeno, marcando el comienzo de la llegada de los pioneros y los exploradores. En 1844, la colonización impulsada por el descubrimiento de diamantes valiosos en las afueras del río Mucugê hizo que los comerciantes, colonos, jesuitas y extranjeros se establecieran en sus ciudades en búsqueda de prosperidad. La Chapada abarca una diversidad de fauna y flora muy destacada: tiene más de 50 tipos de orquídeas, bromelias y enredaderas y especies animales raras, tales como el tamandúa hormiguero gigante, armadillo canastra, erizos, gatos salvajes, capibaras y numerosos tipos de aves y serpientes. El Parque Nacional de la Chapada Diamantina, creado en la década de 1980, actúa como órgano de resguardo de toda esta exuberancia.
En el extremo sur de Bahía, la Costa de las Ballenas es otro verdadero paraíso natural. Un mar azul que parece no tener fin, con aguas cristalinas que albergan el conjunto más grande y diverso de arrecifes de coral del Atlántico Sur. Las islas volcánicas del Archipiélago de Abrolhos, protegidas por el primer parque nacional marino de Brasil, abrigan un total de 17 especies coralinas y una increíble variedad de flora y fauna, un paisaje de impresionante belleza, que encanta y hechiza. El clima tropical y el sol, que reina absoluto durante todo el año, son una invitación irresistible para los amantes de la naturaleza. La cocina regional es abundante en pescados y mariscos, sazonada con chiles picantes y el simbólico aceite de dendê. Entre ríos, cascadas, playas de agua dulce y salada, islas, manglares y cocotales, la atracción principal es el buceo en aguas tranquilas y calientes, visitadas regularmente por ballenas jorobadas, que hacen sus acrobacias para el deleite de los ojos curiosos del público. En los pueblos y ciudades, las comunidades locales mantienen vivas manifestaciones culturales tradicionales. Un reino de tranquilidad, bendito por la naturaleza en todo su esplendor, la Costa de las Ballenas es el itinerario ideal para quien busca relajarse a la orilla del mar, disfrutar de lo mejor que la vida tiene para ofrecer y revivir escenarios importantes para la historia de la región.