Entrevista a Gabriela Izcovich
La directora y autora Gabriela Izcovich le contó a Revista Cabal detalles de su próximo reestreno de Nocturno hindú, un trabajo con mucha repercusión de finales de los noventa. También habló de un año de muchos proyectos, entre los cuales habrá una obra teatral basada en la adaptación de un guión cinematográfico de Hanif Kureishi, y una pieza de autoría propia llamada Pienso.
“No es fácil escaparse de Oporto, pero quizás el verdadero problema es que no es fácil escaparse de uno mismo, perdóneme la obviedad”, le dice el abogado Fernando Mello de Sequeira al periodista Firmino, protagonista de La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, en una conversación que mantienen mientras circulan por el litoral de esa ciudad en un viejo Chevrolet de los años cuarenta y ocho. Antonio Tabucchi, autor de esa novela de 1997 como también de Sostiene Pereira y otras estupendas narraciones, pone en boca de ese personaje, al que todos conocen como Loton debido a su parecido a Charles Laughton, una idea que ya había desarrollado años atrás como novela de viaje en Nocturno hindú: se puede huir tras las quimeras o geografías más extrañas en procura del olvido, una respuesta a algo o un cambio, pero nunca dejaremos finalmente de encontrarnos con ese núcleo irreductible que somos nosotros mismos. En Nocturno hindú, una travesía por la India (Bombay, Madrás, Goas y otros lugares) en búsqueda de un amigo, envuelve en realidad otra cosa: un viaje hacia el conocimiento de sí mismo que hace el personaje central de la historia, Roux. Esa expedición hacia el propio yo, hacia lo que somos, es también la literatura, escribir un libro, nos dice Tabucchi.
Publicada en castellano en 1997, Tabucchi escribió Nocturno hindú unos años antes. Es un texto elaborado con enorme tersura de estilo y una maestría que seduce por sus climas y detalles. Ya en 1998, aquí en Buenos Aires, la actriz, autora y directora Gabriela Izcovich decidió hacer una adaptación de ese libro al teatro, que tuvo en los años siguientes una notable repercusión no solo en el país sino también fuera de sus fronteras. Desde el primer sábado de marzo de 2016 a las 23 horas en El Portón de Sánchez, la obra se repondrá con dos de los intérpretes del elenco de entonces (la propia Gabriela Izcovich, que también la dirigió; y Alfredo Martín), a quienes se agregará ahora Agustín Pruzzo en reemplazo de Javier Lorenzo, el tercer actor de aquella primera versión. La circunstancia le pareció a Revista Cabal suficiente y buen motivo para entrevistar a Gabriela Izcovich y hablar de esa pieza, de cómo se le ocurrió adaptarla, de sus recuerdos de Antonio Tabucchi y de varios otros de su carrera que, se sabe, está sembrada de muchos trabajos escénicos muy ponderados y premiados por su reconocida calidad.
Egresada del Conservatorio Nacional, la autora y directora ya por finales de la década de los ochenta actuó en Cartas a Moreno, de Jorge Goldemberg, en el Teatro Payró y a partir de allí inició un largo itinerario que, ya pronto cumplirá treinta años, en los que actuó, escribió y dirigió infinidad de obras, una parte importante de ellas adaptadas de conocidas novelas, modalidad que fue convirtiéndose en una verdadera especialidad y rasgo distintivo de su labor en el medio. Las últimas dos obras que estrenó en 2015, son de su autoría: Alma teatral y Estás igual, pero ha llevado a escena libros de Hanif Kureishi (Intimidad y Cuando la noche comienza), Paul Auster (La música del azar), Siri Hustvedt (La venda), David Lodge (Terapia) o Sandor Marai (El último encuentro) y otros narradores.
“Nocturno hindú –afirma refiriéndose a la novela de Antonio Tabucchi- fue la primera adaptación que hice de una obra literaria. Primero, en 1996, había hecho una adaptación con mi padre de unos poemas de Jacques Prévert, que se llamó Un poeta en la calle. Y enseguida vino la versión de este libro, que me llegó a través de mi madre, que tenía y sigue teniendo una librería y me lo recomendó. Es una nouvelle preciosa. En esa época no había mails y empecé a averiguar cómo podía conseguir la autorización y me dieron la dirección de una representante de Tabucchi. Me pidió que mandara la versión por correo, cosa que hice. Y al tiempo me llegó la respuesta de Tabucchi, que hablaba y escribía perfectamente en castellano, diciéndome que la había leído y que estaba muy conforme. Y prácticamente me regaló los derechos. Ahí fue que me lancé a esta aventura. La estrenamos y un día me llama por teléfono, desde las Cataratas del Iguazú, un señor que se presentaba como el profesor Molinari. Este hombre, que hablaba un español medio italianizado, me contaba que había visto la obra con mucho placer y me sugería llevarla a Italia. Al principio pensé que era una broma de mi hermano que suele hacer este tipo de chistes, pero no fue así. Y lo bueno es que esa persona, que era profesor de Literatura Dramática, se comprometió a realizar gestiones para que fuera a Italia y, de paso, a entusiasmarlo a Tabucchi, a quien conocía muy bien.”
“Y así nos invitaron al Teatro Studio de Scandicci, vía Gaetano Donizetti 58, que queda a unos kilómetros de Florencia –continúa relatando Gabriela-. Y fuimos muy entusiasmados. El teatro era divino e hicimos una experiencia extraordinaria. Y estábamos por empezar el espectáculo cuando llega a toda velocidad y muy agitado el director del teatro a decirnos que había llamado Tabucchi para que lo esperáramos. Venía manejando desde Pisa con su señora, María José, que acababa de llegar de Israel. Aquel día habían ido también mis padres a ver la representación. Así que a esa función fueron ellos cuatro (mis padres y el matrimonio Tabucchi), el dueño del teatro y una uruguaya amiga mía. Nadie más. Ni bien terminó la función, Tabucchi se levantó y aplaudió de pie. Y luego, los seis y nosotros tres, los actores, nos fuimos a cenar a un bolichón de Florencia. Charlamos muchísimo. Fue una velada inolvidable. Tabucchi era una personalidad fuera de serie, un hombre cordial pero al mismo tiempo informado de todo y muy comprometido con las causas humanistas. Cuando lo conocimos sabía todo respecto del caso Cabezas en la Argentina. Y al otro día de vernos en Scandicci, a la mañana sonó el teléfono en la habitación de nuestro hotel y era él que nos invitaba a los tres actores a su departamento de Florencia, ubicado en un quinto piso por escalera. Y me acuerdo que íbamos subiendo los pisos con las mochilas a cuestas, porque ese día nos íbamos directo a París desde Florencia, y yo le dije a Alfredo Martín: ‘Yo estoy escuchando cantar a Gardel o alucino. ¿Puede ser?’ Y sí, era Tabucchi que había dejado la puerta entreabierta de su departamento y nos había puesto un disco de Gardel. Luego él le escribió recomendándome al editor Jorge Herralde, a quien lo llamé de París y le dije que viajaba en esos días a Barcelona y si podíamos vernos. Y nos vimos. Y a partir de allí empecé a conseguir los contactos para adaptar a Kureishi, Paul Auster y otros autores que editaba Anagrama. En esa editorial me tendieron todos los puentes. Y a Tabucchi también lo vi una vez más en Barcelona. Cuando me enteré de la noticia de su muerte me invadió una profunda tristeza, seguida de una gran nostalgia. Era de esas personas que dejan marcas en el corazón.”
Además de este reestreno, Gabriela tiene otros proyectos en vista. Durante este año montará también Un fin de semana en Buenos Aires, que es una adaptación del guion de la película Un fin de semana en París, dirigida por Roger Micheli y con libro de Hanif Kureishi, quien entusiasmó a Gabriela para que hiciera la adaptación al teatro. La historia cuenta el caso de un matrimonio de profesores británicos, Nick y Meg, cuyos hijos ya se han independizado, y que decide hacer un viaje a París en tren de romántica segunda luna de miel, y allí descubren todo lo que se aman y también se odian. Es una película que reflexiona con profundidad sobre los vínculos. Al mismo tiempo, la autora y directora está pensando en otro proyecto con Hilda Bernard. “Es algo muy lindo –cuenta—estuve yendo a la casa de Hilda y le hice varias entrevistas. Y tenemos ganas de hacer un espectáculo entre las dos en la sala que queda al costado izquierdo del hall de entrada del Teatro Comedia. Estaríamos allí sentadas y todo lo que escribí se volvería como un diálogo. Y habría algunos recuerdos de su pasado que yo interpretaría. Se va a llamar Oír el silencio. Y se haría en marzo si logramos que Hilda tome coraje y yo lo termine de escribir.” En las próximas semanas también se podrá ver una intervención de Gabriela en la película Como ganar enemigos, de Gabriel Dickman, y tal vez una participación chiquita en un film de Telefe en coproducción, que tendrá como protagonista a Gérard Depardieu.”
Le preguntamos a Gabriela que dificultades le impone la adaptación de una obra narrativa. Y afirma: “El traslado de la narrativa a la teatralidad no es fácil, pero por otro lado no me resulta complicado. Además, la narrativa me aporta descripciones de paisajes, psicología de los personajes, pensamientos y me encanta achicar eso, concentrarlo en un diálogo. Soy muy lectora y mi cabeza al leer funciona teatralmente. Ahora estoy viviendo una experiencia muy interesante con Un fin de semana en París, cuyo guión es de Kureichi. Hemos desarrollado una buena relación desde que yo monté en teatro Intimidad y Cuando la noche comienza. Siempre me manda los borradores de sus textos, de narrativa o de guiones cinematográficos. Y el guión de esa película me encantó. La diferencia es que en la adaptación la voy a situar en Buenos Aires y el matrimonio viene de la ciudad de Azul. Ahora igual estoy con la escritura de una obra que me tiene muy entusiasmada. Nunca me pasó que una obra mía me tomara tanto en lo emocional. Se llamará Pienso. En los comienzos de su escritura me perdí un poco, pero ya le encontré la vuelta. Son dos amigos de cincuenta y pico de años que deciden ir a su pueblo de infancia a filmar un documental. No tienen nada que ver con el arte, van solo con una cámara a filmar. Y al llegar al lugar no encuentran nada: ni seres humanos, ni viviendas, nada, solo un total descampado. Y ellos se quedan allí sin geografía, nada más que con su memoria. Evocan sus recuerdos en los lugares vacíos y están con sus mujeres que los acompañan y en algún momento la situación se vuelve problemática. Y en realidad es todo un juego en la obra con la idea de que puede ser solo un recuerdo. Porque finalmente, ¿qué es un recuerdo? Cuánto hay de fantasía en lo que uno recuerda, cuanto se modifica. Volver al lugar de los recuerdos es una cosa muy difícil, muy fuerte. Nunca es lo que era. Las cosas se vuelven distintas con el paso del tiempo. Espero poder estrenarla también este año.”
Salimos del estudio donde se hizo la entrevista y sabemos un poco más de Gabriela Izcovich y con seguridad también de nosotros. Desde una casa lejana se oye un aria de una ópera de Gaetano Donizetti. ¿Scandicci? No, imposible. ¿Nocturno hindú? No, tampoco. Tal vez un recuerdo.
Alberto Catena