Entrevista a Ana María Cores

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En el Teatro Regio, y mientras esperaba el comienzo de una nueva función de La novia de Gardel, la actriz Ana María Cores dialogó con Revista Cabal sobre distintos tramos de una carrera que lleva ya cuarenta años y se ha volcado a diversos géneros: la comedia musical o dramática, el teatro para niños, la televisión, el cine. Dueña de una gran versatilidad como intérprete y una particular luminosidad en sus composiciones, esta artista seduce cada noche a decenas y decenas de personas que se vuelcan a la sala del Teatro Regio para disfrutar de un género que no ha perdido ni un ápice de su interés y siempre despierta cálidas evocaciones.

Todavía algunos de sus admiradores se acercan a saludarla cometiendo el mismo error en que durante años han incurrido muchas otras personas: confundirla con la hija de Carlos Cores, aquel galán y excelente actor argentino que brilló especialmente en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado. No faltando incluso entre ellos quienes la ven parecida a su supuesto progenitor. Y ella, con su invariable simpatía, los desmiente con toda cordialidad: “No, Carlos Cores no fue mi papá. En realidad, él se llamaba Juan Carlos Márquez. Y por eso, su hija real, que es una conocida modelo, se llama Elizabeth Márquez.” Como el error es de antiguo origen, recuerda un gesto de humor de Elizabeth Killian, que fue la esposa de Carlos Cores. Al final de un día de filmación de una telenovela, en la que trabajaban juntas, esta actriz se le acercó con su marido y le dijo: “Ahora, te voy a presentar a tu papá.” 

Ana María Cores, la talentosa actriz y cantante argentina de tan larga y reconocida trayectoria, cuenta esta anécdota en el camarín del Teatro Regio, donde, de miércoles a domingo, encabeza un espectáculo dramático musical, escrito por Marisé Monteiro y Pablo Mascareño en base a una idea suya. Esta obra fue presentada con mucho éxito en Medellín, Colombia, antes de estrenarse en la Argentina. Ana María tiene ya cerca de cuarenta años de carrera artística y ha trabajado con muchísima frecuencia tanto en teatro como en televisión. En cine también, pero menos, como ella misma admite. Después de formarse en el Conservatorio de Arte Dramático, debutó cuando tenía alrededor de veinte años en Universexus (1971), dirigida por Pepe Cibrián, y ya no dejó de trabajar sobre el escenario, alternando la pura actuación con espectáculos musicales para grandes y niños en los que, además de jugar con su vena histriónica, también cantaba. Entre sus trabajos más recordados en teatro figuran: Hair, Aquí no podemos hacerlo, Sorpresas, Doña Flor y sus dos maridos, El conventillo de la Paloma, Tres mujeres con equipaje, Homero, Como arena entre las manos y varios más.

      Su larga experiencia en las tablas no le impide, sin embargo, seguir experimentando una sensación muy especial cuando realiza una nueva obra. “No hay lugar donde el actor produzca tanta adrenalina como en el teatro –dijo en una charla con Revista Cabal-. En cine o televisión cuando una toma sale mal se repite. En el escenario uno se tira a la pileta, allí no se puede parar. Estar en vivo y tener a la gente delante, aunque no se la vea a veces por las candilejas, produce un sentimiento de riesgo, y a la vez una felicidad, muy fuertes. La obra empieza y no se detiene más hasta el final. No hay posibilidad de retroceder si un actor se equivoca. Eso es lo lindo, rico y distinto del teatro, es una prueba que no se repite en otras disciplinas. Por lo menos, de la misma manera. Es una comunicación con el espectador sin intermediación. Y el hecho de que el actor esté obligado a mantener siempre en alto el interés del que mira desde la platea lo obliga a estar en un alerta permanente y a trabajar con todos los sentidos desplegados a mil. Eso explica que el teatro tenga tanta perduración. Es una de esas cosas que la humanidad ha mantenido de su cultura milenaria y la sigue disfrutando. El cine, siendo un arte extraordinario y capaz hoy de producir efectos increíbles, no ha podido, sin embargo, reemplazar esa experiencia diferente que es el teatro, liquidarla como en algún tiempo se pensó. Las dos conviven, cada una en su campo de atracción específico.”

     Antes de empezar a estudiar teatro a los diecisiete años en el conservatorio, Ana María trabajaba en Télam Publicidad, pero bastó que se cruzara con una obra escénica para que rápidamente se convenciera que allí estaba su destino. Su papá, que fue maestro y luego empresario metalúrgico –ella es también maestra normal nacional-, no estaba de acuerdo con que se volcara a las tablas, porque temía que esa profesión no pudiera asegurarle estabilidad en su vida. En su caso no pasó, porque la actriz, como confiesa en esta entrevista, siempre pudo vivir de su oficio, pero es verdad que la actividad, por lo menos en la Argentina, suele tener altibajos para mucha gente. “Yo he tenido una gran suerte –comentó-, trabajé muchísimo y además soy una actriz que no espero a que me llamen, soy generadora de espectáculos. Entonces, sino me llaman, como en el caso de El conventillo de la Paloma, que hice durante cuatro temporadas, me muevo y hago proyectos propios. Este que estoy haciendo en el Teatro Regio, La novia de Gardel, dirigida por Valeria Ambrosio, es un proyecto que se generó a través de una autogestión. Siempre he podido trabajar y vivir de esta profesión. Me siento una privilegiada, porque es una profesión insegura para algunos actores.”

    Le comentamos que, en su caso, el hecho de ser actriz y cantante a la vez, la ha favorecido. “Sí, es verdad, de repente hago show cantados u obras que no son cantadas. Hice mucha televisión. En cine no actué tanto, me hubiera gustado hacer más. Y he trabajado en infinidad de títulos en el rubro infantil, con Hugo Midón y Marisé Monteiro en especial. Con esa autora estoy haciendo ahora un infantil llamado El mágico mundo de las sombras, que desde hace dos años representamos en las escuela. Es teatro de sombras y allí intervengo sola, acompañada por esos muñecos denominados muppets. Siempre hice teatro infantil y teatro para grandes al mismo tiempo, incluso en el San Martín con Hugo Midón y sin él. Me muevo en distintos ámbitos y me encanta. Y mi cabeza no deja de inventar proyectos. La novia de Gardel la tenía pensada hace 20 años y la llevé a cabo una vez que encontré a los autores adecuados. Armar la fábula de esa inmigrante que está enamorada del ‘zorzal criollo’ fue una labor deliciosa, pero no fácil, porque hubo que hurgar mucho en las canciones del repertorio tanguero para encontrar frases que pudieran, hilvanadas, ir contando esa ficción. A veces eran solo frases, no la totalidad de la canción.”

La pieza, aunque constituye en lo esencial un espectáculo musical, construye una historia en la que está presente el tema de la prostitución en la Argentina de los años treinta, una situación que se repite hoy no tanto con mujeres de nacionalidad europea, sino provenientes de América Latina, pero que tiene, mucho más que en aquellos tiempos, el estigma de la esclavitud sexual o la trata de personas. “La cantidad de chicas que son secuestradas y sometidas a la esclavitud, acá y en el mundo, es terrible. Y lo peor es que no se puede frenar, porque es un asunto que tiene que ver con intereses muy fuertes ligados a la droga y al dinero”, añadió Ana María. Y siguió: “Cuando yo pensé con quien podría fantasear que noviaba una muchacha de esas, pensé de inmediato en Gardel, un poco a la manera en que se enamoraban también de Rodolfo Valentino. El otro día, contestando a una pregunta, yo decía que hoy no existe un mito como el de Gardel  o el de Valentino para enamorarse, porque ya no existe lo que sucedía en esa época. Las estrellas por entonces estaban envueltas en un halo de misterio, no estaban tan cerca del público como hoy, estaban en el cine, lejos. Ahora, con las redes sociales están demasiado próximas, muy a la mano y no existe esa cosa de misterio, se sabe todo de ellas. ¿Qué sería en la actualidad del mito de Greta Garbo en el universo del Facebook o del Twitter? Ocurría eso, de ahí que se conozca tan poco de Gardel y haya tantas versiones sobre él.”

      Consultada sobre cómo entró el tango en su mundo artístico, dado que no era ese el género con que se inició, contó: “Entre las muchas propuestas de musicales que realicé, un día me llamaron del San Martín para hacer El patio de la Morocha y allí tenía como compañeros de escenario a Rubén Juárez. Yo debía cantar un tango y no sabía cuál porque nunca había cantado ninguno. Entonces, Rubén se acercó y me dijo: ‘Cantá Tinta roja.’ Y me fue maravillosamente bien. Y estaba la orquesta de Osvaldo Piro y arriba él, Rubén, con su bandoneón. Y una orquestita que estaba como en el patio. No me olvido nunca. Y es un tango que lo tengo de caballito de batalla y en los shows lo canto siempre.” En cuanto a proyectos, enumeró: para el 24 de junio viajará otra vez a Medellín con el espectáculo que ahora se da en el Teatro Regio, para conmemorar los ochenta años de la muerte de Gardel; está preparando otro, Tres damas para un show, que hará con Susan Ferrer y Vicky Buchino y bajo la dirección de Pablo Gorlero en el Velma y en Clásica y Moderna; y seguramente visitará Nueva York para montar allí Como arena entre las manos, de Pablo Mascareño, una de las obras que más éxito le deparó en los últimos años. Como se ve, no para. Se lo decimos y se sonríe. Si Gardel hubiera sido mujer, tal vez habría tenido la misma frescura y luminosidad.