Un judío común y corriente

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Un judío común y corriente. Autor: Charles Lewinsky. Versión española de Lazaro Droznes. Dirección: Manuel González Gil. Actor: Gerardo Romano. Música Original: Martín Bianchedi. Diseño de escenografía y vestuario: Marcelo Valiente. En el Chacarerean Teatre, Nicaragua 5565.

       Hace pocas semanas, en esta sala del barrio de Palermo, y luego de algunas temporadas de éxito en otros teatros, Gerardo Romano repuso un unipersonal, basado en un monólogo escrito por el dramaturgo, director de cine y novelista suizo Charles Lewinsky, Un judío común y corriente, que le ha deparado toda clase de satisfacciones, desde distintas nominaciones a premios hasta la adhesión continuada de un público que no deja de llenar los lugares donde se ofrecen las funciones. La obra ha sido dirigida con mucha pericia por Manuel González Gil y permite a Gerardo Romano desarrollar sus muy reconocidas dotes histriónicas, que le permiten pasar con idéntica eficacia por distintos matices de actuación que le impone el personaje, desde el humor filoso hasta el enojo manifiesto por los trastornos que le producen a un judío que vive en Alemania tener que enfrentarse a la realidad de un pueblo que, como el germano, carga con el peso psicológico de haber sido el causante de ese fenómeno monstruoso que fue el nazismo.

      Y un día, mientras está en la biblioteca de su departamento, en el que se ven claramente las fotos de Carlos Marx, Albert Einstein, Sigmund Freud y Jesús, los cuatro judíos e ídolos suyos, recibe la llamada de un profesor de una escuela de Ciencias Sociales donde se ha estudiado el nazismo y sus alumnos quieren conocer a un judío. Y entonces, al profesor no se le ocurre otra idea que la de invitarlo a él. A él, que es un judío común y corriente, según afirma el invitado, aunque en realidad no lo es, como probará la obra. Y allí comienza una larga serie de reflexiones que va elucubrando para no aceptar la invitación, que no le parece pertinente. ¿Qué es él, un fenómeno de circo, que lo quieren exhibir así ante los alumnos? ¿Y qué es lo que le quieren preguntar? ¿Podrá hablar libremente y decir todo lo que quiere y piensa? Y así, mientras va pergeñando lo que supone serán las argumentaciones con las que rechazara las invitaciones, se sumerge también en su historia familiar, en lo que le sucedió en su existencia que lo lleva hoy a vivir en Alemania, país del que es originario, y no en Israel, cuya política exterior no comparte para nada; en los recuerdos que le evocan a su padre, un hombre principista y crítico del sistema, o la madre, con más tendencia a la adaptación.

      De este modo, Lewinsky, cuyo texto ha sido volcado con mucho acierto al español por Lazaro Droznes, repasa un largo rosario de temas que tienen que ver con la actualidad de los judíos alemanes y de cualquier otro país, pero también con asuntos que, por ser universales, tocan los sentimientos y la capacidad de pensar de cualquier hombre que en la tierra hace del análisis permanente de sus circunstancias de vida, y de lo que es dentro de ellas, un deber irrenunciable. Con un texto de esta categoría y un actor como Gerardo Romano era muy difícil no llegar a un espectáculo como éste que, durante casi una hora y media, atrapa al espectador sin tregua. Es de destacar también como elementos de lucimiento de la puesta la buena escenografía de Marcelo Valiente y la excelente música de Martín Bianchedi.

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