Sobre Mirjana y los que la rodean
Sobre Mirjana y los que la rodean. De Ivor Martinic. Traducción: Nikolina Zidek. Dirección: Guillermo Cacace. Diseño de vestuario; Magda Banach. Diseño de escenografía: Félix Padrón. Diseño de iluminación: David Seldes. Música original: Patricia Caseres. Intérpretes: María Onetto, Gabo Correa, Lide Uranga, Flor Dyszel, Mauricio Minetti, Marcela Guerty, Fernando Contigiani García, Agustina Groba. Teatro Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857, sábados y domingos a las 15,30 horas.
Mirjana es un personaje femenino, que como muchas mujeres, desempeña distintos roles en la vida: es empleada, hija, madre, ex esposa, amante, amiga. Y sueña e intenta ser feliz en el contexto de una sociedad cuyos prejuicios y duras ni obligaciones no le permiten remontar vuelo ni concretar sus proyectos. Ivor Martinic, que en Buenos Aires se popularizó por la puesta de su texto Mi hijo solo camina un poco más lento, hace girar la obra en torno a la cotidianeidad de Mirjana y va describiendo las distintas relaciones que forman parte de su entorno y de los múltiples sentimientos que esos vínculos provocan en su espíritu. De modo que puede mostrarse feliz cuando se ve con su amante –o cuando rompe con él- y molesta cuando se pelea con su madre o discute con su hija. Ningún detalle se le escapa a Martinic en este retrato de mujer que muestra, alternativamente, los distintos roles que ella asume y cómo en el impulso de ellos, suele olvidarse de lo principal, de volcarse al cuidado de su ser y protegerse frente al egoísmo ajeno, que no es solo individual sino también social. ¿Pero qué es ese ser sino todo eso que hace con los demás, ese tejido de interdependencia, con abstracción de la mayor armonía o no que logre en su corazón con esos lazos? ¿Cómo se puede construir una vida sin hundirse a fondo en el líquido nutricio de esos afectos tan fundamentales, pero al mismo tiempo sin regularlos, sin dejar que nos ahoguen, nos tiranicen? La pintura de Mirjana es la de una mujer frágil, sensible, contradictoria en sus conductas y a la que le cuesta lidiar con sus problemas en un medio donde cada uno parece lamerse su propio ombligo. Pero no es una mujer lúgubre, porque, en todo caso, Martinic parecería advertirnos de que la existencia de las personas es un poco eso y hay que admitirlo: estar siempre bombardeadas por diversas ráfagas de belleza, tristeza, humor, dolor o poesía. Una verdad en la que es difícil que alguien disienta con él, aunque sí le podría pedir pensar en la necesidad de una mayor profundidad en la descripción de los factores que intervienen en la aparición de aquellas ráfagas. Y que la regulación de la existencia no en todos los casos depende de la sola voluntad o conciencia de quienes las viven, sobre todo en un país que como el suyo que ha vivido una guerra feroz que nunca se nombra pero sobrevuela en todos los silencios o implícitos. No obstante, la sola descripción de una vida como la suya, que es la de tantas mujeres allí y en otros lugares del mundo, tiene el valor de incitar a la reflexión. De todos modos, en Sobre Mirjana y los que la rodean, la primera obra del croata Martinic, ese autor parecería cargar todavía con el peso de no haber encontrado en ese texto su punto ideal de madurez, que se logra mucho más en Mi hijo camina solo un poco más lento, trabajo en las que las situaciones desarrollan vínculos más entrañables con el público, sobre todo a partir de la ternura, poesía y humanidad que exhalan los personajes –sobrevivientes ellos del caos-, rasgos que en esta obra escasean. En esta puesta, el director Guillermo Cacace cuenta con un elenco de avezados actores y actrices cuya profesionalidad no está en ningún momento en discusión y hasta logran algunos pasajes convincentes, pero sin llegar a conmover nunca la fibra emotiva de los espectadores. En parte es como si la obra no lo permitiera, pero también se nota como un exceso de preocupación del director por extremar los aspectos performáticos de la estructura, como son los que enfrentan a los artistas en monólogos individuales frente al público, detalle que está reforzado por una escenografía dividida en paneles que contiene a cada uno de los actores en largos momentos de la puesta. La idea, trabajada con una buena iluminación, acentúa el cariz de fragmentación que presentan las relaciones y cómo en el espíritu de Mirjana operan aisladamente, sin una cohesión interna que los integre. Pero el forzamiento de esa metáfora espacial impide una relación más carnal y cercana entre los actores, defecto en el que muchas veces se precipitan las piezas que abusan del elemento narrativo.