Rubén Szuchmacher hace Shakespeare en Londres
¿Es difícil para un director, que no sea inglés, hacer Shakespeare en Londres? ¿Más complejo que hacerlo en Buenos Aires u otra capital importante del mundo donde se hable lengua española o no inglesa? Rubén Szuchmacher, que se encuentra frente a ese desafío, por haber sido invitado a estrenar Enrique IV, segunda parte en el mítico Teatro The Globe, de Londres, expone su punto de vista: “Shakespeare es patrimonio hoy de la humanidad. Su obra ha trascendido a Occidente y fue asimilada por el arte universal, como lo prueban tantos ejemplos en música, cine o teatro. De modo que hacerlo en Inglaterra no significa un riesgo desmesurado o muy especial, sobre todo porque se actúa en el idioma propio. Muchos directores extranjeros lo han hecho y cuando montaron bien sus obras tuvieron éxito. Así que de lo que se trata es de presentar un espectáculo en el mejor nivel posible.”
La invitación que recibió Szuchmacher y su grupo del teatro Elkafka fue para participar en una olimpíada cultural organizada por The Globe durante la cual se representarán 37 obras de Shakespeare en distintos idiomas. Su Enrique IV, segunda parte se ofrecerá los días 16 y 17 de mayo, luego de lo cual, y previo a unos días de descanso en la capital inglesa, el conjunto volverá a Buenos Aires para mostrar la obra en el Teatro Regio, perteneciente al Complejo Cultural de Buenos Aires. Rubén viene ensayando la pieza desde hace varios meses y cree que está a punto. Su mayor preocupación son las pocas horas de ensayo que tendrá en Londres en el escenario concreto donde tendrá lugar la representación. “Así que deberé que tomar algunas decisiones respecto del espacio a toda velocidad –dice-. Este festival es muy particular. En general, los festivales invitan obras que fueron estrenadas y llevan una escenografía ya armada. Nosotros, en cambio, presentaremos escasos elementos escenográficos, pero necesitamos conocer el espacio para articular las situaciones escénicas.”
Además de la puesta de Szuchmacher, habrá un elenco mexicano que montará también por esos días Enrique IV, primera parte. La decisión de convocar a estos dos elencos latinoamericanos fue tomada por las autoridades artísticas de The Globe pensando en que la aparición del personaje de Falstaff en ambas obras daba a sus sucesos allí narrados un espíritu hispánico que los conjuntos podían encarnar bien. “Las obras históricas de Shakespeare son de todas maneras bastante arduas para países distintos de Inglaterra –afirma el director argentino-. Salvo Ricardo III o Ricardo II, el resto de esas piezas son muy acotadas, muy particularizadas a hechos de la historia inglesa. Con lo cual se torna dificultoso encontrarles puntos de conexión con la problemática de nuestros países. Pero no dejan de ser obras de Shakesepeare, aunque no son de las más grandes. Y al ser históricas están en una zona extraña –con excepción como digo de Ricardo III-, no llegan a constituirse exactamente en tragedias, porque no tienen la inventiva de las tragedias, pero tampoco son comedias. Y en esta mezcla hay momentos que parecen de una obra de Chejov, puramente climáticos. Una escena en la posada dura como 20 minutos durante los cuales pasan borrachos tras borrachos diciendo nada más que tonterías. Es una escena que está solamente para demostrar qué borrachos estaban los personajes y que tiene fragmentos de mucha gracia, pero en términos narrativos para la obra no significan ningún avance.”
Enrique IV, segunda parte es la obra en que se produce el rechazo del príncipe Hal –el futuro Enrique V- a su famoso compañero de correrías, el disoluto Falstaff. En su libro Shakespeare. La invención de lo humano, el norteamericano Harold Bloom considera que Falstaff y Hamlet son las dos figuras teatrales más ricas creadas por Shakespeare. Y, en rigor, tal como lo demuestra Bloom, este personaje tiene una enorme riqueza que permite infinidad de lecturas, sobre todo morales. El propio Shakespeare es evidente que se sintió sumamente atraído por ese personaje que aparece en estas dos partes dedicadas a Enrique IV y en Las alegres comadres de Windsor, que sirvió de base al texto de Arrigo Boito para la ópera Falstaff de Verdi. En Enrique V ya no está en ninguna escena y se describe su muerte en un pasaje de la obra a cargo del personaje de mistress Quickly. En la versión de Szuchmacher el papel será encarnado por el actor Horacio Peña, al que acompañarán, entre otros intérpretes Graciela Martinelli, Irina Alonso, Horacio Acosta, Lautaro Vilo, Julián Vilar y Francisco Civit.
Enrique IV, segunda parte
En el festival, la única de las obras de Shakespeare que se hablará en inglés es Enrique V, una suerte de héroe nacional para la gente del Reino Unido, según afirma Rubén, pero que, obviamente, desde la óptica de los países que sufrieron el dominio de Inglaterra se ve de modo diferente. Respecto del tratamiento de todos esos temas, Szuchmacher afirma que se mueve con cautela. “Y cuando digo cauteloso no es por temor a que ellos se molesten –aclara-, sino por otra cosa. En el final de la obra, Enrique lV le da un consejo a su hijo Hal: la política querido hijo consiste en invadir países extranjeros para que las fuerzas internas no te molesten. Invadir afuera para cohesionar adentro. Y es lo que hace Enrique V, que luego de ser coronado invade Francia. La obra Enrique V es todo eso.” Le acotamos a Szuchmacher que esa estrategia (“ocupar a los bullentes en guerras exteriores”, se traduce en la versión española de Trabajos de amor dispersos de W.H.Auden, para que desarraigados se olviden de sus viejas iras políticas) es la utilizada por todas las potencias coloniales y lo fue también por la señora Thatcher.
“Exactamente –contesta-. De alguna manera esa fórmula leída desde un país del Tercer Mundo, como nosotros, suena a planteo imperialista, bélico. Por eso, el final de la obra está pensado como una situación muy bélica. Es mostrar a un Enrique V muy guerrero, militarista. Todo comienza como el ruido de un pajarito se escucha y que se va transformando en el de un ejército en marcha. Son los sonidos de la guerra. La cuestión es esa. Yo voy a hacer esta obra para la Argentina, no para Inglaterra, pero lo tengo que estrenar allá. De ahí que hable de cierta cautela.”
Respecto al concepto con el que abordó la puesta, Szuchmacher sostiene: “No intentamos montar una obra de época ni de hacernos pasar por ingleses. La obra es una suerte de ‘bardo’ argentino. Está trabajada desde un concepto de desprolijidad parecido a lo que es este país. El tema del desorden es lo que predomina en la obra, que está montada sin ningún elemento escenográfico, salvo una silla de ruedas y los cuerpos, que están como tirados en el espacio. Así como en mi dirección de Rey Lear era todo muy pulcro, muy colocado en su lugar, acá no. Cuando más polución y desorden mejor. Si alguien conoce mi obra se dará cuenta enseguida que se trata de una propuesta, no de que me olvidé de lo que hacía. Los actores se caen, algunos arriba de los otros. Es un lugar que está en descomposición, temporal, ni siquiera demasiado grave. No es el fin del mundo como en Rey Lear, es un montón de gente que está borracha, en una especie de gran festichola. Pero, ni siquiera daba para hacer una festichola menemista, porque Falstaff es una especie de vivillo, alguien que la quiere pasar bien y sacar ventaja de cualquier cosa, no un político. Con lo cual lo acerca bastante, y eso lo estamos trabajando con Horacio Peña, al personaje del Viejo Vizcacha. Nos sacamos de encima la idea de un Falstaff a la manera de Orson Wells o de ese Falstaff ventrudo y glotón de la ópera que cantaba el barítono Tito Gobbi. Rompimos esa cosa del gordo, lo que lleva Horacio es una panza, pero inventada, se nota que es teatral. Jorge Ferrari hizo como siempre un gran trabajo. Jugamos con la mezcla de anacronías.”
Escandinavia
Desde hace unos tres meses, todos los viernes y sábados, Rubén Szuchmacher está interpretando también en Elkafka la obra Escandinavia, sobre un texto de Lautario Vilo. Con esta obra volvió a la actuación después de diez años de no dedicarse a ella. Evocando el origen de este proyecto, Rubén afirma: “Sin duda, el punto de partida de Escandinavia tuvo que ver con la necesidad de volver a actuar y de repararme narcisíticamente frente a algunas pérdidas muy dolorosas que había sufrido en mi vida, entre ellas la de mi pareja, Daniel Brarda. Por eso, esa idea de actuar debía ser importante para mí. No me alcanzaba con entrar a un elenco o que me llamaran para hacer un personaje. O sea que si debía hacer ese esfuerzo era fundamental me hiciera bien a mí. Y surgió esta idea de hacer algo para trabajar en México, en el marco del festival de obras latinoamericanas que se dieron en el Teatro La Capilla. Y fue bueno porque me comprometí a participar de ese festival sin tener la obra, lo cual me obligó a ponerme en marcha enseguida. El propósito era trabajar sobre el dolor, no tanto sobre mi viudez, sobre ese sentimiento que atraviesa a tantas personas. Y como soy amigo y trabajo hace varios años con Lautaro Vilo -nuestra relación comenzó con Enrique lV, pero de Pirandello, donde él actuaba y Daniel había sido traductor de la obra- y él estuvo a mi lado en muchos momentos duros de mi vida, empezamos a construir juntos esta historia. Una historia donde juego a que soy yo, pero en la que no soy yo, y que cumplió todos sus objetivos: logré la restauración narcisística buscada, porque pude elaborar un montón de temas, pero también polemizar con un problema artístico que era lo que más nos interesaba. Queríamos hacer una obra que operara sobre lo emocional, sobre todo en un momento en que el teatro se desprende casi totalmente del problema de la emoción. Parecería que emocionar no es un problema importante y en teatro se hacen en forma continua ironías sobre eso. Y así pudimos comprobar que viendo el espectáculo mucha gente moqueaba y lo hacía sin recibir golpes bajos ni pedidos de conmiseración. Para mí Escandinavia tiene además un valor extra. Es una propuesta que no me pidió nadie. Como me ha pasado con algunas de las mejores cosas de mi vida, fue una decisión que podría no haber tomado y eso no hubiera cambiado mi existencia. Tal vez hubiera sido un poco menos interesante, pero nada más. En mi vida suele pasar eso: una circunstancia me lleva hacia algún lugar –en el psicoanálisis esa es una zona como de disparate- y después ese hecho se transforma en un episodio importante.”
El último Shakespeare que Szuchmacher dirigió fue Rey Lear en 2009. Desde entonces no recibió ninguna propuesta de trabajo en la ciudad. ¿Por qué? “De hecho, no lo sé porque no se me ha convocado en Buenos Aires –contesta-. Un empresario con el que hablé sobre el asunto me dijo que creía que era porque se me visualizaba como un artista que estaba siempre en algún lugar del mundo dirigiendo. Yo estoy todos los años dando clases durante ocho meses en Buenos Aires, de eso vivo. A veces viajo en verano a México o una semana a Montevideo, pero estoy la mayor parte del tiempo en esta ciudad. De todos modos, quiero decir que durante todo ese período no es que estuve desocupado, porque estrené en 2010 Amanda y Eduardo, de Armando Discépolo, en Córdoba; también Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna, de Jean Luc Lagarce, con Estela Medina en Uruguay –luego esa pieza se trajo acá, donde también la había hecho antes con Graciela Araujo; hice un espectáculo con obras de Bertolt Brecht en México, y ahora Escandinavia. En actividad, entonces, estuve.”
Sin embargo, Rubén tiene plena convicción de que esa racha se cortará. Por lo pronto, en poco tiempo subirá en el Regio la versión de Enrique IV, segunda parte. Y piensa tal vez que en 2013 dirigirá otra vez ópera. La última reggie que hizo fue la de Ariadna en Naxos, de Richard Strauss, en 2004. Y acaso un clásico de relieve en teatro. En una de las últimas escenas de Escandinavia, su personaje le dice a otros interlocutores imaginarios: “Mañana nos juntamos por lo de Chejov”. ¿Será el autor ruso? “No tengo pasta de profeta –remata-, pero me encantaría que fuera él.”
A.C.