Mujeres perfectas
Mujeres perfectas. Libro: Manuel González Gil y Alberto Alejandro. Dirección general: Manuel González Gil. Coreografía: Rubén Cuello. Dirección musical y arreglos: Martín Bianchedi. Diseño de iluminación: Juan Ignacio Adriano. Diseño de vestuario: Pepe Uría. Diseño de escenografía: Jaime Nin Uría. Elenco: Natalia Cociuffo, Lucila Gandolgo, Victoria Onetto, Candela Vetrano y Julia Zenko. Teatro Apolo. De jueves a domingo.
Cuatro amigas, una de ellas recién entrada al grupo y dedicada al negocio de las escorts (las acompañantes remuneradas que acompañan a un hombre, generalmente empresario, a fiestas, salidas, viajes, etc.) se reúnen en una casa para festejar la decisión de una de ellas de separarse de su marido luego de muchos años de vínculo. Una quinta, que está allí como camarera para servir a los invitados bebidas y comida, se sumará al grupo estimulada por una de las otras cuatro. Todas cuentan sus cuitas con sus actuales relaciones o sus ex parejas. La organizadora del equipo de chicas que divierten a ejecutivos tuvo un gran amor, que un día se fue de su vida y la dejó como una suerte de viuda impenitente; otra, la dueña de casa, relata que dejó a su marido hace poco porque lo sorprendió en su cama con otra persona (luego se averiguará que la infidelidad es con otro hombre); la tercera, es una joven que novia con un compañero de trabajo y que se somete a toda clase de humillaciones con tal de no perder el puesto en la oficina y ese “amor” que la encadena; la cuarta, una mujer que tuvo un largo matrimonio y muchos hijos ha dejado a su esposo hace poco también cansada de sus correrías sexuales. Y la quinta es la camarera, que ha venido de la provincia de Corrientes en busca de un hombre que le ha prometido separarse de su mujer y que resulta después ser el marido –ahora expulsado de su hogar- de la anterior.
Todo eso desarrollado mientras cada una de ellas, además de relatar sus desventuras, baila y canta toda clase de motivos. La comedia escrita por Manuel González Gil –un director de larga trayectoria y varios trabajos recordables- y Alberto Alejandro está armada solo como un pretexto para que las chicas puedan demostrar sus dotes vocales y plásticas, de modo que infinidad de situaciones son tan débiles como poco verosímiles, dirigidas solo a cumplir la finalidad de que las actrices se luzcan en el musical y a provocar, de a ratos, algún pasaje de humor para que el público se divierta. Tan poco verosímiles que, de pronto, una de las chicas se opone tenazmente a bailar rock and roll y se enoja porque las demás porque quieren integrarla a ese ritmo, y, sin un motivo escénico que le permita justificar un cambio de ánimo, dos segundos después está bailando desaforadamente al compás del rock and roll. Lo mismo ocurre cuando la dueña de casa se niega rotundamente a sumarse a la idea que propone una de ellas de convertirse también en escorts y al instante se suma al cortejo de candidatas a tirar la chancleta con un entusiasmo digno de otros destinos. Pero, bueno, todo transcurre en esa modalidad donde nada requiere mucha explicación ni interrogantes de por qué pasan las cosas que pasan. Lo que hay que hacer es divertirse, un poco sin ton ni son. Hay algunos chistes efectivos que hacen reír a la gente, pero no son muchos ni levantan demasiado el nivel de divertimento demasiado liviano del espectáculo que, sin embargo, habla de un tema que –aún tratado en tono de humor- sería digno de abordarse con más profundidad: el de las mujeres que se preparan para ser esposas abnegadas y amantes esposas –legión cada vez más escasa a esta altura del tiempo social que vivimos- y luego se encuentran con el desagradable y desencantador mundo real, que las saca de la burbuja. El mundo de los humanos imperfectos.
Solo si el nivel de interpretación, canto y baile de las actrices fuera excelso se podría soportar una obra planteada con tanta superficialidad. Pero no es el caso. Nunca alcanza ese nivel. Apenas Julia Zenko y Natalia Cociuffo se lucen en sus personajes y en las canciones que les toca interpretar. El repertorio elegido es de vuelo desparejo y uno descubre incluso que las cantantes entonan y se expresan en un estilo siempre muy parecido, que es monótono y termina por aburrir. Salvo en el caso de la Zenko, no hay detrás de cada una de las que canta una personalidad definida o una voz especial que las distinga como artistas. En lo relativo a las distintas coreografías que se desarrollan en ese ámbito escénico -una azotea muy bien iluminada- ninguna de ellas es demasiado ineresante ni novedosa por mucho empeño y entrega que le pongan las actrices, cantantes y bailarinas.