Mal de juventud
Mal de juventud. Autor: Ferdinand Bruckner. Dirección: Sebastián Bauzá. Intérpretes: Sol Fassi, Ayelén Depirro, Vicky Alsúa, Pehuén Cordero, Sofía Minás, Gonzalo Buttini y Gonzalo Cirigliano. Diseño de escenografía y vestuario: Sabrina Lopez Hovhannessian. Realización escenográfica y vestuario: Mariana de Sancho. Asistentes de dirección: Alejandro Delia y Leo Prestia. Teatro El Ojo, Juan Domingo Perón 2115.
Autor nacido en Bulgaria en 1891, pero criado por sus padres en Austria, Ferdinand Bruckner que adhirió desde joven al expresionismo literario y se dedicó en su etapa más madura a la dirección escénica y la escritura teatral. Y aunque se volcó en sus comienzos a la música, no debe ser confundido con el músico Anton Bruckner, que había nacido 40 años antes que él. El verdadero nombre del director y dramaturgo era en realidad Theodor Tagger y no es extraño que su nueva designación, Ferdinand Brucker, que usó para sus primeras obras teatrales y luego adoptó definitivamente, haya tenido algo de homenaje al músico austríaco. En los años de su juventud, Ferdinand se desempeñó como periodista y lector de una editorial en Berlín, adonde se había radicado y donde vivió hasta que, en los primeros años del nazismo, se trasladó primero a París y luego a Estados Unidos. Terminada la Segunda Guerra Mundial volvió a Berlín, donde vivió hasta su muerte en 1958. De 1929 son dos de sus primeras obras dramáticas, Enfermedad de juventud y Los delincuentes. Al año siguiente escribe Isabel de Inglaterra y en 1933 Las razas, un alegato antifascista contra las primeras manifestaciones del nazismo. Después escribirá títulos como La muerte de una muñeca, La lucha con el ángel, Comedia heroica y Pirro y Andrómaca, entre otros.
Enfermedad de juventud es una obra en la que Bruckner intenta abandonar el enfoque expresionista en su escritura sin lograrlo todavía del todo, pues los rasgos de esa corriente artística se nota, sobre todo, en la configuración muy marcada, se diría exagerada, de los caracteres de sus personajes. La historia habla de seis estudiantes de medicina que se frecuentan por razones de amistad y de estudio. Buscan un destino en una época de posguerra donde todos los ideales parecen haber entrado en agonía y solo queda la desesperada confusión ante la realidad, la apuesta a los excesos en la conducta (sexo, droga o alcohol), la violencia o el resentimiento hacia el otro, todo en un camino que parece siempre realizarse a ciegas y promete a cada segundo la frustración, el tropiezo, el precipicio. Todos desean como parejas amorosas a otros que no les corresponden y eso los enfurece. Hay en cada encuentro un desencuentro, como si se quiera marcar en esa falta de encaje, en esa asimetría, el espíritu irregular, sin orden y desesperanzado de la posguerra.
No sabemos cuáles fueron los propósitos del director al elegir esta obra. En general las piezas del pasado, ésta es del siglo anterior, se eligen para marcar alguna señal de semejanza o permanencia a través del tiempo de problemas que nos agobian en la actualidad. Claro, se la puede elegir por otra razón, incluso por mero gusto. Si hubiera sido la primera opción, es evidente que la comparación de aquellos años con estos del presente tiene algunos contactos, sobre todo la falta de futuro de los jóvenes de hoy que, difícilmente, encuentran rumbo a sus aspiraciones. Pero esa semejanza, aun siendo vital, hubiera requerido de parte de la adaptación la marcación de ciertos rasgos que la mostraran una reencarnación de los hechos –desde las indicaciones del contexto, el vestuario, el lenguaje y la gestualidad de los actores- que hiciera más contemporánea la historia, más cercana a una sensibilidad de estos días. Y eso no está. Ni se logra si es que se lo intentó.
Acaso el texto, por su estructura interna, haya resistido ese tipo de metamorfosis, un cambio de situación que lo desvirtuaría. Entonces, la pregunta podría ser: ¿y por qué elegirlo? Alguien podría afirmar: porque es la obra de un autor que merece ser conocido o recordado. Perfecto: pero cualquier autor de otro siglo con una obra de esta naturaleza, a la que sin duda no le ha pasado el tiempo en vano, necesita para ser revitalizado primero una buena adaptación –y aquí no la hay, como se dijo-; además de un director con mucha solvencia, que en este ejemplo no se exhibe. Y un elenco de fuste, que no lo hay. Salvo el discreto trabajo de las dos jóvenes más importantes de la historia, los demás personajes transitan desde la exacerbación ridícula hasta la opacidad absoluta. No bastan para hacer olvidar esos grandes defectos una escenografía aceptable y un vestuario logrado sin duda con esfuerzo.