Lo único que hice fue jugar
Lo único que hice fue jugar. Dramaturgia, dirección y musicalización: Sebastián Irigo. Vestuario: Analía C. Morales. Iluminación: Sebastián Francia. Escenografía: Julieta Kompel. Realización escenográfica: Gianni Foschiatti y Daniel Padilla. Intérpretes: Laura Oliva, Gerardo Cheno, Federico Buso, Sebastián Politino y Josefina Scaglione. Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Lunes a las 20,45 horas. Duración: 80 minutos.
La separación de los padres y las consecuencias que este hecho provoca en los hijos es un poco la médula sobre la cual esta comedia dramática Sebastián Irigo desarrolla su trama. El relato transcurre unas cuatro décadas atrás en un pequeño pueblo del interior, no precisado por el autor, donde la exigüidad de sus habitantes hace que las noticias corran rápido y todo el mundo sepa vida y milagro de los demás. El tiempo en el que ocurre la peripecia le da un leve tono de anacronismo a la obra, pero a la vez conforma también su costado más entrañable, mostrando reglas, costumbres y evocaciones de personajes que no parecen ser ya de este siglo, sobre todo en los niños y mucho más en las urbes populosas. El autor es un hombre joven pero que debe estar rondando los 40 años. Es posible que la pieza tenga algún aspecto autobiográfico y que él –o algún amigo en el que se inspiró- sea el Manuel de la historia, quien comienza el espectáculo diciendo que está esperando a unos invitados (su familia grande) para festejar su cumpleaños número 40 y empieza a contar pasajes de su niñez y de la convivencia con sus padres y hermanos.
En el principio del relato se ve a un matrimonio, el de Marcela, preceptora escolar, y Ricardo, bancario, y sus tres hijos: Adriana, la mayor, Ignacio o Nacho, el del medio, y Manuel, el pequeño. Todo transcurre en ese grupo en aparente armonía: hay algunas discusiones entre los padres, pero no parecen graves, sino las propias de la convivencia en pareja. Los chicos crecen en este ambiente y cada uno impulsa sus tareas de acuerdo con su edad y sus responsabilidades. Manuel, que es el más chico, vive jugando en un constante mundo de fantasía en el que recrea a sus héroes televisivos: los de Bonanza, Swat, Brigada A, etc. En Navidad se juntan con los abuelos de ambos progenitores y reciben regalos como todos los chicos y jóvenes. Existe, sin embargo, un hábito del padre que enciende un luz de alerta: es un jugador habitual, que festeja con mucho humor los días que gana y se muestra de muy mal talante cuando pierde. Un día, coincidiendo con las vacaciones, el hombre se juega toda la plata que tiene y esto provoca una crisis de proporciones. Él confía en que el enojo de su mujer se atenuará y no pondrá en peligro su permanencia en la casa con los hijos. Por otra parte, supone, que no se animará a separarse y transformar su conducta en la comidilla del pueblo. Marcela, no obstante, junta fuerza y se anima a la separación, enfrentándose incluso a la reprobación social. Y se va con otro hombre del que se ha enamorado. El resto es el conflicto feroz entre un marido despechado, que trata por todos los medios, incluso los judiciales, de apartarla de sus hijos, y la lucha de ella por mantener sus derechos y el amor de sus criaturas.
Irigo, que además de dramaturgo (El círculo, Nazareno Casero al palo, En el aire, Ninfas, Swingers y otras obras) es director y musicalizador de espectáculos, además de autor de distintas canciones e integrante de una banda de rock, Radar. Este aspecto de su formación se nota en su concepción del montaje pues, en la primera parte de la pieza, se asiste virtualmente a una comedia musical. Hay varios pasajes de la puesta en que los personajes cantan o bailan (hay que tener en cuenta también que Laura Oliva y Josefina Scaglione son cantantes). Eso genera que haya como dos mitades bastante diferenciadas en la transcripción escénica del texto, la segunda de las cuales tiene menos coreografías. También hay un uso abundante de las bandas de las series que se mencionan más arriba y que se utilizan en las escenas en las que Manuel recrea las aventuras de sus héroes de fantasía. Todo eso le da una atmósfera agradable al espectáculo, ligero y atractivo en lo visual, pero le desgaja demasiado su continuidad y fluidez como fábula dramática. E impide una mayor profundización de los caracteres de los personajes, que son en general superficiales.
Por otro lado, la encarnación de Gerardo Chendo como Manuel es muy empática, pero excesiva en la duración de sus acciones, al punto que en ciertos tramos cansa. La labor de Sebastián Politino como Nacho es más equilibrada en ese sentido. Las dos mujeres componen a sus personajes con mucha inteligencia y sensibilidad. En el caso de Laura Oliva, cuando desaparece por un rato del escenario –por efecto de las necesidades que impone el argumento- la obra decae claramente. Por último, Federico Buso dibuja a un marido lleno de frustraciones e ira, más preocupaciones por lo que dirán los otros, incluso dispuesto a utilizar a sus hijos con tal de dañar a su ex mujer. La escenografía y la iluminación son muy funcionales y la puesta utiliza muy bien las dos pasarelas de arriba del escenario del Espacio Callejón para los juegos de Manuel.