La semilla
La semilla. Autor: Edgar Chías. Dirección: Cristian Drut. Intérpretes: Liliana Weimer, Carolina Tejada, Denise Quetglas y Emanuel Parga. Asistencia de dirección: Juan Pablo Barrios. Diseño de luces: Alejandro Le Roux. Escenografía: Cecilia Zuvialde. Vestuario: Laura Sol Gaudini. Música original: Rodrigo Gomez. Duración: 90 minutos. Abasto Social Club, Yatay 666.
Joven dramaturgo mexicano, con reconocimiento en su territorio y en algunos países de Europa, Edgar Chías se ha caracterizado por ser autor de un teatro con oscuras resonancias de la vida social de su nación, pero en especial de los conflictos que se originan en la desolación y el desamparo de ciertos sectores en las grandes ciudades. Creador de títulos como Montañas azules (que gira en torno a la escasez de agua en México), Esto no es Dinamarca (una versión de la tragedia de Hamlet para hablar de temas locales) o Rapsodias para la escena, la aparición de Semilla, una de sus obras más recientes, fue recibida en general por la crítica con complacencia, señalando que, sin perder los tonos sombríos que reflejan la deshumanización y el abuso al que se ve sometida la existencia de tanta gente, ese telón de fondo es contrapesado con ciertas pinceladas de humor –que nunca deja de ser negro- y un halo de lirismo que no puede disimular cierta esperanza de restauración en los daños provocados en el tejido humano de su comunidad.
Historia de familia que evoca los sucesos de una íntima relación entre parientes a la manera del Edipo griego, Semilla cuenta el vínculo entre una abuela y un nieto que, sin conocerse, un día se encuentran y se enamoran y, en conocimiento ya de los lazos sanguíneos que los unen, deciden tener un hijo. Este hecho, basado en una noticia sensacionalista pero real del periodismo en 2010, fue tomado por Chías como pretexto para reconstruir, reelaborar como ficción, hacia atrás y hacia delante en la vida de esos dos protagonistas, una historia que habla también de otras cosas. El relato empieza cuando Olinda, embarazada de una niña a la que bautizará como Olenka, vuelve a su país después de muchos años. Sus recuerdos son brumosos y necesita encontrarse con su pasado, con su identidad, saber de dónde viene, pero solo tiene pistas y mucha confusión. Una mañana es encontrada desnuda en una ruta por la doctora Ríos, quien en ese momento decide protegerla y ayudarla en la búsqueda de su origen. Olinda es hija de Lala, que es su abuela y mamá al mismo tiempo, y de Roi, nieto de ésta.
Es, a partir de ese punto, que Chías comienza a imaginar cómo pudo ser la historia, en dónde está la semilla de esta existencia que hoy dará lugar a otra vida. Como una suerte de metáfora sobre las marcas inevitables del pasado que siempre pesan en el espíritu de los seres humanos –en algunos casos como estigmas malditos-, la obra propone un camino de restauración, de comprensión y reconciliación con esas marcas, como fórmula para edificar el futuro. Aunque bien escrita, desde un punto de vista estructural, la pieza exhibe una articulación a veces demasiado ardua, muy extendida en sus rodeos hasta llegar a develar finalmente el cuadro de lo ocurrido. Y esto hace que, por momentos, el espectador se pueda sentir algo fatigado y ceder en el nivel de su atención. Cristian Drut, que es un director avezado y talentoso, no hizo mucho –tal vez por excesivo respeto al texto- para aminorar este efecto. En el elenco, sin que haya actuaciones descollantes, el trabajo colectivo cumple con aplomo y seguridad sus responsabilidades, mostrando sus puntos más fuertes en los roles interpretados por Liliana Weimer (doctora Ríos y Lala) y Denise Quetglas (Olinda).