A la deriva
A la deriva. De Amanda Peet. Dirección de Jorge Azurmendi. Elenco: Cristina Dramisino, Cecilia Chiarandini, Lionel Arostegui, Agustina Saenz, Mora Monteleone y Cristina Fernández. Escenografía y vestuario: Micaela Sleigh. Iluminación: David Seldes. Música original: Pedro Pertusi. Teatro: El Camarín de las Musas. Jueves a las 21 horas.
En diciembre de 2008, el FBI detuvo al conocido financista Bernard Madoff, figura estelar durante cuatro décadas del poderoso mundo de Wall Street, como responsable de un fraude que perjudicó a miles de pequeños y grandes inversionistas, entre los que se encontraban desde grandes ONG, instituciones de caridad e incluso víctimas del Holocausto. La estafa, que había empezado a gestarse de los años noventa, terminó con los huesos del defraudador en la cárcel, donde todavía está purgando su condena. Madoff asumió toda la responsabilidad de su fenomenal latrocinio, dejando libre de culpa y cargo a los integrantes de su familia. Es más, dos de sus hijos aparecieron, cuando empezó a ventilarse el asunto, como los que llevaron adelante la denuncia ante la justicia, dejando la sensación, de todos modos, de que podía tratarse de un plan previo acordado para evitar que el peso del castigo cayera sobre los familiares. El precio de ello fue que todos los bienes del financista fueran vendidos y con eso se les pagara, aunque sea en parte, a los damnificados por la estafa.
Este tema, si bien sometido a un tratamiento ficcional, fue retomado en 2014 en la obra teatral Commons of Pensacole, de la actriz y dramaturga norteamericana Amanda Peet, que aquí en Buenos Aires se estrenó el año pasado con el nombre de A la deriva. Peet es una actriz de larga trayectoria en la televisión, el teatro y el cine de su país, esposa además del conocido escritor David Benioff, uno de los guionistas de la exitosa serie Games of Thrones. Debido a que su marido debió viajar a Belfast, Irlanda del Norte, convocado por la producción de esa serie para estar durante su filmación en aquel país, Peet aprovechó para trasladarse también a esa ciudad con sus tres hijos y dedicarse por entero, como confesó, a la cocina y la escritura, que eran dos asignaturas que tenía pendientes hace rato en su vida. Por otra parte, contribuyó a eso que en los últimos años no le ofrecían papeles a la altura de lo que quería interpretar. Fruto de esa nueva etapa apareció Commons of Pensacole y un libro infantil que elaboró junto a Andrea Toyer. La obra fue estrenada en un teatro de Manhattan por Sarah Jessica Parker en uno de los papeles principales y recibió muy buenas críticas a las actuaciones y una discreta acogida para el texto.
La versión que se ve hoy en Buenos Aires lleva como nombre A la deriva y actualmente se ofrece en el Camarín de las Musas. Está dirigida por Jorge Azurmendi, que venía ya de poner en escena en 2016 otra obra también de origen norteamericano, Independencia, de Lee Blessing, que fue candidateada a distintos premios y que reflejaba la opresiva convivencia de tres mujeres (una madre muy posesiva y dos hijas dependientes de ella en lo emocional) a las que la visita de una tercera hermana les provocaba una serie de conflictivas situaciones y encendía en las menores del grupo el deseo contenido de desatarse de las ligaduras que las asfixiaban. En A la deriva hay también cuatro mujeres en el núcleo central, pero con otras características y en circunstancias distintas. Las une tal vez la ausencia de hombres en la familia. En el caso de Independencia porque hay un padre que se ha alejado, que se fue de la casa; y en A la deriva porque el hombre que había fungido hasta el momento como factor de enlace fuerte de la familia era el famoso estafador Bernard Madoff, encarcelado en esos días en que transcurre la pieza, y que con su procesamiento y envío a prisión produce una verdadera debacle económica y emocional entre sus parientes.
En A la deriva hay dos personajes más que en la anterior: un hombre joven, que enamora a una de las hijas del financista preso, llamada, Becca, para acercarse a su madre Judith y tratar de hacerle una entrevista sensacionalista sobre el fraude que produjo su marido. El otro es una enfermera que atiende a Judith para controlar que tome los medicamentos en los horarios que se le han prescrito. Obviamente, se trata de dos universos temáticos diferentes. En la primera obra es una lucha de mujeres dentro de una familia con una madre dominante y donde algunas, las más jóvenes, tratan de encontrar un lugar en el mundo que no sea el del encierro sofocante de lo endogámico; en la segunda, es una lucha moral, en el que unas mujeres más jóvenes quieren llevar a su madre a un despertar de conciencia que, a esa altura, parece difícil, aunque en el final, y sin que sepamos si obedece o no a la realidad, la autora lo produce frente a las cámaras, como una suerte de expiación poco creíble destinada al público. Pero hay más distancias entre ambas obras: el de Blessing es un texto superior al otro, en lo literario y dramático. A la obra de Peet se le descubren con facilidad algunos hilos o mecanismos con los cuales intenta crear situaciones de tensión, que a menudo son débiles y suenan forzadas. El personaje de la enfermera, por lo demás, parece hasta innecesario a pesar de los esfuerzos de esa buena actriz que es Cristina Fernández por darle entidad. Porque una de las cosas que esa presencia quiere probar es que Judith Medoff se siente todavía una gran señora digna de ser servida y requiere que la cuiden como a una reina, sin necesitarlo al parecer porque al final, y a pesar de que la madre tiene un soponcio, la enfermera igual se va y todo sigue sin problemas. O sea que todos esos datos se podrían haber contado con medios más económicos en lo dramático y sin ese personaje.
No es sencillo construir personajes y menos sostenerlos con un texto poco convincente. Se entiende que la autora, para transmitir con mayor eficacia lo que quería (que es una pintura donde quede plasmada cuánto han horadado la codicia y el egoísmo al viejo sueño americano) y sentirse más cómoda en el manejo de los personajes, les dio a los hijos de Medoff identidad femenina. Pero ese solo trueque de género no le fue suficiente para lograr una mejor calidad teatral. Esa meta hubiera requerido un poco más de oficio, algo que da la impresión Peet todavía no domina del todo aún, por lo menos en la medida que le exigía este desafío, bastante ambicioso para su actual grado de desarrollo como dramaturga. A su vez, algunas de las flojedades del texto –que conviven con momentos de buena ironía y de acierto en algunos diálogos- se podrían haber disimulado en parte con un elenco más homogéneo y que mostrara un nivel actoral distinto al que se vio. Arzumendi apostó una vez más a las actrices Cecilia Chiarandini y Cristina Dramasino, que además de ser las traductoras del texto en este caso, se habían desempeñado satisfactoriamente en Independencia. No se puede decir lo mismo de Dramasino en esta ocasión. Su composición de una madre llena de soberbia y poco consciente del daño que ha causado su marido, tiene pasajes felices, pero también otros en que su trabajo se resiente por cierta afectación y algunos tics que hacen recordar demasiado a los de la madre anterior, la de Independencia, siendo que son dos personajes distintos. En cuanto a Cecilia Chiarandini es la que elabora con más coherencia a su personaje, en los distintos estados de ánimo que le plantea la obra. Los tres actores restantes, ya hablamos de Fernández, cumplen con intervenciones algo pálidas, en especial el joven que encarna a Gabriel, el periodista oportunista que busca lograr una entrevista consagratoria y la pierde la noche que tiene sexo con la sobrina adolescente de la protagonista, escena que instala una secuencia de erotismo que, aun introduciendo otro clima en la pieza, no deja de sentirse como un recurso dramático –en ese instante- un poco previsible. Como dos valores a rescatar están sí la escenografía, que refleja la ajenidad de un ambiente no querido, y una iluminación acertada y ajustada a las necesidades de la puesta.
A.C.