La causa justa
Considerado un escritor bisagra entre la literatura de Borges y la nueva narrativa, Osvaldo Lamborghini (1940-1985) fue durante mucho tiempo un narrador de culto cuyos primeros libros (El fiord, Sebregondi retrocede y los Poemas) eran disfrutados por pequeñas legiones de seguidores que se pasaban sus textos de mano en mano. Cuando después de fallecido en Barcelona se empezaron a publicar sus Novelas y cuentos y Tadeys esa celebración del mito se fue afianzando y abrazando a nuevas camadas de lectores, que hoy los tiene en cantidad, aunque no le falten tampoco detractores o gente que abjura de su obra, de características poco usuales en el país por su estilo singular y su tono paródico, aunque también por su violencia, que de algún modo ha reflejado la de un país siempre predispuesto a la beligerancia con el otro, con el que es distinto.
La causa justa (1982), precisamente, es un cuento –algunos la llaman novela- en el que Osvaldo Lamborghini parodia algunas prácticas y costumbres sociales de la Argentina, a la que denomina “la llanura del chiste”. En el delirante desarrollo de las consecuencias que provoca el hecho de que un ingeniero electrónico japonés se tome al pie de la letra un chiste sexual que el trabajador de una empresa le hace a un compañero suyo, el escritor hace una alegoría sobre los componentes de xenofobia, nacionalismo degradado, egoísmo desenfrenado y sexualidad homofóbica que forma el cimiento de la subjetividad de un importante sector de la población argentina. Lamborghini reflejaba un momento muy especial de la Argentina: la de la guerra de las Malvinas y su saldo de despojos, ruinas, muertes e indiferencia social que produjo. El chiste, como sinónimo de una broma en apariencia ligera que puede ocultar una verdad atroz, era en aquella época esa guerra que produjo tantas pérdidas de vida.
En una adaptación bastante fiel del cuento hecha por él mismo, el actor Mariano Bass, dirigido por Cristian Palacios, toma bajo su responsabilidad la narración del texto y la consiguiente caracterización de los varios personajes que aparecen durante sus distintos pasajes, una tarea realmente titánica y en la que su entrega es absoluta. En la composición de esos personajes los resultados son dispares: en algunos casos acierta con la gestualidad o la voz y produce momentos de aceptable humor, y en otros no trasciende lo obvio. El director, Cristian Palacios, ha dicho que la obra de Lamborghini exuda teatralidad y que esta puesta quiere sacarla a la luz, una textualidad, dice, que está oculta en el gesto. Y es, precisamente, la abundancia de gestos y subrayados de Bass en escena lo que hace redundantes a muchos momentos de esta versión, por el simple hecho de que es casi imposible con gestos decir algo más de lo que verbalmente el escritor expone de manera casi aluvional, deliberadamente descarnada, para dar más fuerza y explicitud a su relato. Elegido el unipersonal como manera de volcar este cuento a la escena, habría que ver –o uno puede preguntarse- si una forma más austera de narrar ese cuento no hubiese resultado, por contraste, una mejor manera de resaltarlo.