Idiota
Un hombre se presenta a la sede de una fundación para someterse a unas pruebas psicológicas por las que se le ofrece una muy buena remuneración. El individuo es un taxista que está enterrado en deudas y ve en el ofrecimiento la oportunidad de poder resolver sus problemas económicos. Aunque algo nervioso, porque desconoce el carácter real de las pruebas a las que será expuesto, trata de mostrarse tranquilo y hasta “canchero”, detalle que se demuestra incluso en algunos chistes sin gracia que le dirige a la mujer que estará encargada de hacerles esos exámenes. Al parecer todo consiste nada más que en contestar algunas preguntas. Pero el desarrollo de la trama mostrará que el juego puede convertirse en un acontecimiento que roza lo macabro, lo desequilibrante.
El catalán Jordi Casanovas, autor, actor y director teatral, es el responsable de unas treinta obras, muchas de las cuales denuncian claramente las anomalías y corrupciones de la sociedad española de estos tiempos, pero que, por sus características, pueden ser extendidas a muchas otras geografías dominadas por los modelos del neoliberalismo capitalista. Entre sus piezas se pueden recordar títulos como Una historia catalana, La revolución, Lena Woyzeck, La ruina, City/Simcity, Wolfenstein y en los últimos años la trilogía formada por Autorretrato de un capitalista español, Marca España y Ruz-Barcenas. Idiota, que ha sido calificado por algunos como un thriller psicológico y también como comedia negra, es un texto donde, a través de un suspenso casi hitchcockniano, el autor convierte lo que parece al principio un juego banal de preguntas y adivinanzas de enigmas en una verdadera pesadilla para el personaje central, que lucha denodadamente para evitar lo que se vislumbra como un final catastrófico.
Casanovas ha dicho en unas palabras publicadas en el programa de mano que en los últimos años ha oído con frecuencia la frase de que las situaciones de crisis suelen ser una oportunidad para iniciar un camino distinto, porque suponen un reto para el intelecto. Y que esto lo ha oído expresado casi siempre como una verdad inapelable. Y que su obra, de alguna manera, intenta probar lo que puede pasar con una persona que se presenta a una prueba bajo una enorme presión, si es cierto que esas crisis abren oportunidades para quienes están en esa situación de desesperación o, simplemente, son una oportunidad que usufructúan. Para hacer esto, la ficción teatral, gracias a una estructura fluida y un diálogo contundente que la versión de Daniel Veronese acerca más a lo local, se introduce en el contradictorio y mezquino mundo espiritual del taxista y expone a qué tipo de distorsiones de conducta puede llevar la desesperación, en qué clase de idiotas nos podemos transformar todos en los bordes de un abismo y a veces ni siquiera tanto. Con bastante claridad, pero sin subrayarlo, Casanovas está escribiendo una metáfora de lo que ocurre en una sociedad cruelmente insensible con los que sufren o están despojados de toda defensa frente a una crisis grave. No es necesario que nos encierren en un laboratorio y nos sometan a mortificantes situaciones límite para que reaccionemos así. Lo podemos hacer todo el tiempo en la propia sociedad cuando nuestra subsistencia está en peligro por los desmanes de los más poderosos.
En ese cuarto de laboratorio, que dispone de todas las tecnologías para cumplir sus fines, el visitante y la psicóloga que lo interroga comienzan este juego que poco a poco, para placer e inquietud del público, va adquiriendo ribetes casi escalofriantes. Y es en ese cuarto donde ve degradarse hasta su verdadera y final naturaleza a un hombre lleno de prejuicios, egoísmos y mezquindades, pero que en una circunstancia normal o menos crítica tal vez hubiera sacado de sí lo peor de su personalidad. Desde este punto de vista, la obra es aleccionadora y nada complaciente porque permite al espectador mirarse también al espejo y preguntarse hasta qué punto él no hubiera podido, como ese individuo, llegar a mostrar lo que él muestra de sí mismo. La pieza, dirigida con mucha justeza por Daniel Veronese, tiene como intérpretes a Luis Machin, que realiza un trabajo de composición extraordinario –es uno de los mejores de su carrera, si bien ha hecho últimamente muy buenas labores-, y a la siempre deliciosa María José Gabin, que sin tener un papel que le permita brillar a la altura de Machin, realiza su cometido con la calidad a que nos tiene acostumbrado hace años.