Estrella

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Estrella. Una obra de Juan Pablo Geretto. Dramaturgista: Virginia Martínez. Intérprete: Juan Pablo Geretto. Dirección: Virginia Martínez y Juan Pablo Geretto. Diseño de luces: David Seldes. Diseño de vestuario: Magda Banach. Edición de Sonido: Diego Martínez. Diseño y realización de pelucas: Eugenia Palafox. Diseño de maquillaje: Juan José Gasparini. Camarín de las Musas. Duración: 60 minutos.

Un nuevo unipersonal en el que interviene como autor y actor, confirma a Juan Pablo Geretto como un intérprete de alta calidad dentro de este género en el que ya ha entregado desde 1999, año en que estrenó Solo como una perra, varios trabajos más, entre otros Como quien oye llover (2004) y Yo amo a mi maestra normal (2010), además del que comentamos acá. Ha trabajado también en distintas películas, programas de televisión y obras de teatro con elencos más amplios. En el caso de Estrella, como en los otros unipersonales, el trabajo autoral está íntimamente ligado a la actuación.  Y eso es así porque el proceso de elaboración del texto tiene como punto de arranque la improvisación, que él mismo hace como actor, de un personaje que imagina y va construyendo con el cuerpo y la voz y luego va volcando al papel. Para, en un segundo escalón, y ya con el texto fijado en una primera escritura, comenzar un nuevo ciclo que incluye la dramaturgia en complicidad con otro creador (en el caso de Estrella fue la directora Virginia Martínez) y las nuevas alternativas que bajo esos nuevos códigos el intérprete incorpora y aporta para delinear la criatura definitiva y el texto ya depurado.
      
Un procedimiento que muchos artistas y grupos practican desde hace tiempo y que ha dado en varios casos resultados muy atractivos para el teatro argentino. Un camino distinto al más clásico (el del autor solitario) o incluso al del autor que escribe primero un texto y después lo va modifica todo lo que sea necesario a partir de la puesta que él mismo dirige, pero que como decimos ha demostrado ser muy fértil en numerosos casos. El ejemplo de Garello es al respecto elocuente.  El dibujo de esta mujer pueblerina con conductas físicas y expresivas tan reconocibles (movimientos de las manos y rictus, modo de hablar atropellado y rápido –como si el pensamiento le funcionara a más velocidad que la lengua-, frases familiares tomadas del habla cotidiana, pasión por los personajes de la televisión, intenso deseo de ser querida y otros rasgos que Garello muestra con una capacidad compositiva sutil), podría a primera vista constituir un tierno y divertido retrato costumbrista.
        
Pero no. Esa primera impresión es como una mano tendida para ingresar a otro lugar. Es una invitación a observar el cuadro de una historia llena de frustraciones y postergaciones de una mujer que como muchas otras ha vivido una existencia más marcada por lo que los otros le indicaron que por lo que ella tal vez hubiera querido ser o hacer. Y que en esta etapa de su vida, cuando ha quedado viuda (el marido ha sido un policía que se disparó un balazo en la cabeza, no se sabe si accidentalmente o por otra razón) y se ha decidido a ser una mujer emprendedora vendiendo productos Avon y que espera, como una niña de quince lo hace con su fiesta de cumpleaños, una reunión en Buenos Aires de las vendedoras de la misma marca en la que se destacará a las más eficientes de ellas. Y, sin embargo, en un rasgo de incipiente libertad se puede plantear: “¿Y si no voy?”
        
Entre el principio de la pieza, donde ella llega a un cementerio a llevar flores a una tumba, supuestamente la de su marido fallecido, hasta ese instante próximo al epílogo, el relato circula por una cantidad de cuadros y secuencias que son realmente reveladoras de lo que ha sido esa vida: el momento en que quedó embarazada estando de novia con el futuro policía y el padre le indicó que debía casarse; las situaciones en que su madre la maltrataba con sus continuas críticas y observaciones; el cuidado por parte de su madre de la tía a la que llamaban Ta-te-ti, por la forma cruzada en que le fueron cortando los miembros superiores e inferiores;  todas escenas desopilantes o cargadas de un fuerte humor negro, pero al mismo tiempo tiernas, como si Garello acompañara con su cariño a esa mujer, tan parecida seguramente a aquellas que iban a cortarse el cabello con él, cuando trabajó de peluquero, y aceptaban de buena onda que les destrozara la cabeza a tijeretazos con tal de que les prestara oídos y comentarios a todo lo que quisieran contar de sus experiencias. 
         
Y lo interesante de este relato es que nunca es lineal, sino que como un río que traza cursos caprichosos va de un lugar a otro –que es cómo funciona el cerebro al recordar y lo transmite al actor en su improvisación-, pero sin perder nunca el hilo, cortando y saltando, pero volviendo siempre al núcleo humano, que es el central de la narración. Geretto nació en Junín pero se creó en Gálvez, provincia de Santa Fe. Y muchas de las mujeres que ha descrito son parte de su entorno autobiográfico, sin duda. Por eso, hay algo del universo de Manuel Puig en esta descripción tan cálida –y nunca exenta de humor, pero jamás cínica- de estas figuras que Geretto construye en sus unipersonales, con la ventaja que él además las trae desde su imaginación y las retrata frente al espectador como lo haría un pintor virtuoso o un talentoso escultor al tallar su pieza. 

 

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