Escritor fracasado
Roberto Arlt dedicó la última parte de su producción al teatro escribiendo algunos títulos emblemáticos que cada tanto en alguna sala oficial o en el off se exhuman. La más reciente de esas puesta de sus obras dramáticas es El desierto entra en la ciudad, que se hizo el año pasado en el San Martín. Más allá de eso, hay que recordar, sin embargo, que no pocos de los espectáculos más renombrados y plenos de teatralidad que se han hecho con textos de este autor se han inspirado más en su narrativa que en el material elaborado específicamente para la escena. O sea que son a adaptaciones de sus cuentos o novelas. Solo por mencionar unos pocos ejemplos de lo que decimos señalaremos a Los siete locos, en la puesta dirigida por Rubens Correa con 55 actores en 1980 en el antiguo teatro Picadero, que luego tendría otra versión en 1997 en el Teatro Cervantes; El pecado que no se puede nombrar, obra de Ricardo Bartis montada en 1998 en el San Martín en bases a distintos textos de Arlt, y ahora Escritor fracasado, en la reconstrucción para las tablas del cuento homónimo realizada por Marilú Marini y Diego Velázquez, a la que nos referiremos en esta reseña.
“Los seres humanos son más parecidos a monstruos chapoteando en las tinieblas que a los luminosos ángeles de historias antiguas”, le decía Arlt a su esposa en un fragmento de la dedicatoria que le escribe para la edición de 1933 de El jorobadito. El frustrado escritor del cuento que sirve de base a la adaptación de la versión teatral que comentamos es uno de esos monstruos, uno de los muchos creados por la pluma de Arlt y diseminados por sus relatos de la sociedad argentina como protagonistas de ese mundo desesperado e infeliz que él describe con tanta fuerza y originalidad. Ese personaje, como otros de la propia narrativa, tiene una enorme teatralidad que es imposible que el olfato de un buen creador escénico o un actor con ductilidad suficiente para encarnarlo no descubra de inmediato. Y de ahí que no es extraño que una actriz de la potencia de Marilú Marini, en este caso en el papel de directora pero sin olvidarse en ese rol de todo lo que ha aprendido como intérprete, y el talentoso actor Diego Velázquez vieran en este material un filón estupendo para lucirse y hacer disfrutar al público que goza de los espectáculos de calidad.
El drama del escritor de esta obra comienza cuando, en un balance de su vida, este hombre recuerda que a los veinte años mostraba cualidades discursivas que prometían convertirlo en una figura relevante de la literatura y que esa posibilidad se ha diluido en el presente de su relato. Poco a poco, en el transcurso de los años, ha descubierto que bajo esa pátina de brillo con que deslumbraba verbalmente a sus admiradores no había nada, ni la mínima sustancia para poder escribir algo que valiera la pena, que tuviera un mínimo valor. Y esta revelación no solo lo derrumba moralmente, sino que lo lleva a desplegar distintas estrategias para ocultar su agrio e insoportable fracaso. Primero y ante la pregunta de por qué no escribe contesta a sus inquisidores: “La vida no es literatura. Hay que vivir…después escribir.” Luego pasa a sostener que, ante el maravilloso acervo mundial de la literatura de todos los tiempos, es una tarea imposible tratar de superar esas cumbres y que lo más indicado es escribir un decálogo de no acción para impedir los vanos intentos de los mediocres y bellacos que quieren ensuciar las letras con mercadería barata. Más tarde se hace crítico literario para despedazar cualquier que muestre un mínimo de luminosidad. Todo eso hasta llegar a un estado de tolerancia absoluta que lo lleva a elogiar todo y mostrar una indulgencia única con las obras ajenas, aun con las más mediocres.
Lo extraordinario es que al narrar las distintas etapas de su imposibilidad de escribir y las distintas máscaras que va adquiriendo para sobrevivir en un mundo de ególatras y vanidosos, como suele ser a menudo el ecosistema literario del que él es también un reflejo, se convierte por fuerza en un personaje que alcanza distintas dimensiones interpretativas, en una suerte de histrión con diversos niveles de actuación. Y eso es lo que la adaptación del texto, que convierte a un cuento de unas 22 páginas en un libro donde se sintetiza lo esencial de las vivencias, resentimientos y artilugios del personaje, alcanza a captar y a expresar de una forma muy teatral, en la que han trabajado juntos y con verdadero talento Marilú como directora y adaptadora y Diego Velázquez como adaptador y factótum de todas esas facetas de esta criatura con la que realmente deslumbra gracias a la cantidad de recursos físicos, gestuales e interpretativos que pone en funcionamiento. Un delicioso encuentro con el teatro de verdad.