El ritmo. Prueba 5
El ritmo. Prueba 5. Dramaturgia, composición y dirección: Matías Feldman. Colaboración artística: Luciano Suardi y Lorena Vega. Diseño de luces: Matías Sendón. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Escenografía: Cecilia Zuvialde. Colaboración musical: Nicolás Varchausky. Actores: Guillermo Angelelli, Juliana Muras, Martina del Marco, Ariel Pérez de María, Paula Pichersky, María Zubiri y Mathieu Perpoint. Teatro Sarmiento. Jueves, viernes y sábados a las 21 horas. Domingo, a las 20 horas. Duración: 100 minutos.
La Compañía Buenos Aires Escénica, cuyo director general es el talentoso dramaturgo, actor y pianista Matías Feldman (autor de Reflejos, Hacia donde caen las cosas, Rapsodia para príncipe de la locura y Pasolini), viene desarrollando desde hace cuatro años investigaciones y reflexiones sobre la percepción, los modelos de representación, las convenciones y el lenguaje. Siempre con un espíritu transformador que tiene como horizonte la posibilidad de poder aportar nuevas miradas al panorama teatral en el país. Cada una de esas investigaciones han derivado en un fenómeno escénico denominado “pruebas”, que es el resultado final, lo que ha quedado de un trabajo basado en una hipótesis y su ejecución en un proceso sometido a distintas sedimentaciones y descartes de lo experimentado.
Por lo que la compañía afirma de sus “pruebas” no son obras y se sustentan en cuatro soportes: la investigación completa que se desarrolla; la forma escénica que toma la investigación; las bitácoras (diarios de trabajo que registran el proceso creativo) y los workshops destinados al público, vinculados a cada investigación. La que se ve en estos días en el Teatro Sarmiento es la prueba número 5, que se denomina Ritmo. Las restantes fueron expuestas en el Teatro del Perro o en Teatro Defensores de Bravard, fundado por el propio Feldman. El ámbito de irradiación de este trabajo, al montarse sobre un espacio como el Sarmiento, aporta a la experiencia un contexto distinto a los anteriores, sobre todo por el contacto con un público que, si bien es parte de una corriente de espectadores que asiste con regularidad a los ciclos que organiza Vivi Tellas, también puede estar compuesto por personas no siempre están familiarizadas con las concepciones de vanguardia.
“La tensión entre el ritmo y relato”, ha dicho Matías Feldman en una entrevista en Página 12, es una de las claves para pensar y entender mejor este material que propone Ritmo. Prueba 5. Ya Aristóteles señalaba al ritmo como una aptitud natural en el hombre, igual que la de la imitación. Y señalaba su importancia en la composición del verso, pero diferenciaba lo que era ritmo para el teatro del que se usaba en la música o la danza. Feldman dice, en consonancia con eso, que hablando en términos técnicos, el teatro no trabaja nunca el ritmo como lo hace la música, con ese nivel de exigencia y precisión. Y él lo sabe bien porque es, además de autor y director, pianista. En teatro a una escena que exhibe deficiencias de ritmo se la puede acusar de falta de “timing” y tratar de resolver ese déficit, pero sin permitir que el remedio a esa falla perturbe la primacía del contenido, su captación. Feldman en este caso confesó que le interesaba que rigiera el ritmo y no el contenido.
Eso sin llegar a que la investigación se transforme en un mero juego de la búsqueda del ritmo por el ritmo mismo, sino en un sembradío donde lo explorado se convierta en la cosecha de una conclusión lúcida: que el trabajo actual se ha convertido en un generador de ritmo en nuestras vidas. No cualquiera, sino el ritmo del capitalismo financiero, que es el de generar más y más trabajo para las criaturas humanas y a través de ese mecanismo poder embolsar más y más ganancias. Esto lo último lo añadimos nosotros. Feldman señala que este tipo de capitalismo ha generado ocupaciones free lance que, a diferencia de los puestos laborales en las industrias, carecen de horarios fijos, pero en definitiva organizan un circuito de realización de tareas que obliga a dedicar muchas más horas a lo que se hace. Feldman dice en la entrevista no saber si ese cambio es bueno o malo. Desde estas líneas señalamos: el capitalismo financiero busca crear en las sociedades una nueva esclavitud, de otro estilo que la que sufrían los griegos o romanos, pero esclavitud al fin. Eso no puede ser bueno en ninguna circunstancia y sin que esto signifique glorificar lo que pasaba en el pasado. Y la obra, de última, lo demuestra.
Esto ocurre no solo entre los que trabajan free lance o los que se desempeñan desde las computadoras, también se está tratando de aplicar en lo poco que queda de las golpeadas industrias, donde la ofensiva para introducir formas de flexibilidad en los convenios laborales no es otra cosa que pedirle a la gente que le dedique más horas a sus faenas y se olvide de su tiempo libre. Hasta hace unos pocos años, en Francia y otros lugares se hablaba de la posibilidad de fijar el período de labor de las personas en seis horas diarias. Se pensaba abrir así la posibilidad de darles empleo a más trabajadores y, de paso, mejorar el nivel de descanso y recreación de las personas. Hoy es muy común que distintos empleados u obreros cumplan horarios cercanos a las 12 horas. En general, porque no les alcanza lo que ganan en las 8 que cumplen o porque se les impone. Algunas propuestas recientes, como las que se le han hecho a los obreros de la construcción, sugieren que ellos podrían ir a cumplir tareas en las obras los sábados y domingos también. Y si los planteles de contratados se reducen porque hay más trabajadores que así cumplen solos tareas que antes cumplían dos, eso provocará más desocupación. Paciencia y que Dios y la alegría los ayude.
Algo de toda esta problemática se huele en Ritmo. Prueba 5 y es su aporte más político, Feldman es claro al respecto y afirma que lo suyo no es un “teatro de ideas” ni pretende “bajar línea”, sino que su pretensión ha sido que el material hable por sí mismo. Pretensión por completo legítima y que creemos que el espectáculo en parte lo logra en su primer tramo de más de una hora. Nos preguntamos por qué entonces concibió esa escena final como de ensueño en la que los personajes aparecen vestidos suntuosamente –hay incluso ángeles y bebés gigantes entre ellos- hablando de los dislates del capitalismo financiero. ¿No se baja línea allí? Es como si el autor y director de este trabajo no confiara demasiado en la claridad del “mensaje” de este experimento, con las excusas del caso por usar ese término que en los actuales tiempos resulta odioso y por otra parte anacrónico. Pero, convengamos, que se quiere hablar de algo, como lo dijo Feldman, se llame a eso como se lo llame. Y no porque la escena no tenga su atractivo, pero resulta como un injerto extravagante en el otro cuerpo. Y prolonga en forma innecesaria la puesta, de por sí bastante larga.
Tal vez a la exploración le faltaron algunos ajustes o ciertos factores de equilibrio. Por momentos, el rigor técnico avasalla al relato, como confiesa el propio Feldman en la entrevista que mencionamos, aunque nunca se escinde de él, agrega. No se escinde, pero lo avasalla. En la tensión entre el ritmo y el relato se impone claramente el ritmo, abruma el exceso de procedimiento técnicos y físicos. Y eso es visible en las escenas donde todos gritan y a algunos no se los entiende; cuando algunos monólogos repiten en distintas formas y ritmos lo que se dice, a veces hasta el cansancio; cuando la movilidad vertiginosa apabulla al espectador sin que parezca haber otro sentido que el de mostrar una mecanización del hombre y la tendencia a robotizarlo como una máquina veloz, cosa que, por otra parte, desde un principio y con pocos elementos, y más síntesis, ya se ha logrado demostrar. Entre otras cosas por la presencia de esa vieja que, por contraste, aletarga todo en ese depósito de una fábrica donde nadie sabe quiénes son sus responsables y una y otra vez, en forma precipitada y presurosa, todos reciben encargos de mercaderías que luego se despachan en cajas que nunca muestran su contenido. Es difícil allí discernir si por sus características este experimento escénico sobre el ritmo pudo realizar ajustes sin distorsionar sus propósitos de búsqueda o si, por su naturaleza, ya estaba limitado a ser lo que fue. Y lo que fue propone precisamente ese vértigo a veces infernal, que a menudo confunde, desorienta y cansa al espectador. Salvo que se haya querido lograr eso, pero no lo creemos. Por eso no es extraño que el verdadero epílogo, con ese sonido del violín sobrevolando como una brisa acariciadora, y esa escena en calma, produzca tanta laxitud y sensación de placer en la platea.
En una ciudad como Buenos Aires, donde la experimentación no es mucha, y cuando la hay no siempre es muy feliz, que un artista de la calidad de Matías Feldman dedique gran parte de su tiempo humano y teatral a la investigación y búsqueda de nuevas miradas es reconfortante. Sin riesgo no habría innovación en el arte. Pero no todos los intentos de innovación son felices, eso va de suyo. Ni logra atraer al público sin perder su cuota de riesgo y creatividad. Este Ritmo. Prueba 5 es, en ese sentido, un intento desparejo. Contiene pasajes de una factura que llega a atraer. Y otros donde, parafraseando otra vez al director, la distancia entre el objeto que quiere ser nombrado y lo que es el objeto real resulta en distintos momentos excesiva. Por lo menos para el público más amplio. Es una distancia que todo el teatro debería de acortar, porque el público ese esencial en este arte y no se puede prescindir de él. No por halagar a quienes en su población fungen como como espectadores perezosos y adoran nada más que lo ya estatuido, como suele suceder con frecuencia en el teatro comercial, sino para captar y atraer más a los que están más abiertos y no reniegan de los cambios.
A.C.