Después de Casa de muñecas
Después de Casa de muñecas. Autor Lucas Hnath. Dirección: Javier Daulte. Elenco: Paola Krum, Jorge Suárez, Julia Calvo y Laura Grandinetti. Diseño de escenografía: Alicia Lelourtre y Julieta Kompel. Diseño de vestuario: Ana Markarian: Diseño de iluminación: Sebastián Francia. Duración: 90 minutos. Sala Pablo Picasso, del Paseo de la Plaza.
Una de las mayores obras de Henrik Ibsen, acaso la más osada, Casa de muñecas sigue dando que hablar y no para de generar reflexiones y debates sobre su historia. Eso a 140 años de su estreno en 1879, en el Teatro Real de Copenhague. Feliz perduración a través del tiempo que es atribuible al extraordinario tratamiento dramático que concede su pieza teatral al tema central de la pieza, que es la liberación de la mujer, encarnada por su inolvidable personaje Nora Helmer. Tema que, por lo demás, hoy, a través de las múltiples luchas del feminismo por por conquistar la plenitud de los derechos de las mujeres, ha cobrado una entendible vigencia. Como se sabe, cuando Ibsen publicó y luego hizo conocer su obra, su difusión provocó un escándalo mayúsculo en la mayoría de las sociedades en que se representó, todavía inmaduras para reconocer -por razones políticas, sociales y religiosas- la enorme verdad que hacía estallar sobre el escenario el dramaturgo noruego. En algunos lugares incluso llegó a prohibirse referirse ella y el caso se volvió asunto de apasionadas polémicas en el púlpito.
Con el paso de las décadas, la obra impuso su potencia y sigue, como decíamos al principio, promoviendo nuevas polémicas en torno al conflicto que expone y las derivaciones que provoca. Lo hace a veces en las propias versiones que se hacen en distintos teatros del mundo del mismo texto que escribió Ibsen, pero también a través de otros mecanismos teatrales como los que han inventado dramaturgos contemporáneos, como son por ejemplo la austríaca Elfriede Jellinek en Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido o Los pilares de la sociedad, que se vio en el Teatro San Martín en 2003, con dirección de Rubén Szuchmacher y un elenco estupendo en el que figuraban entre otros Ingrid Pelicori, Alberto Segado y Horacio Peña; y en estos días con Después de Casa de muñecas, del autor norteamericano Lucas Hnath, que se estrenó en Buenos Aires en la primera semana de abril en el Paseo de la Plaza y que comentamos en esta columna. El planteo de ambos es similar en lo que deciden sobre el personaje de Nora Helmer: las dos obras ubican al personaje en un período posterior a su decisión de irse de su casa con el fin de descubrirse a sí misma y construir una vida fuera de la opresión marital.
Lucas Hnath la ubica 15 años después de aquel hecho, alrededor de 1894 si uno hace bien las cuentas. Ella vuelve a su ex casa transformada en una escritora de éxito para reclamarle al marido el divorcio que había prometido tramitar -a fin de convertirla en una mujer libre- y que él no ha concretado. El asunto es que un juez amenaza con descubrir que es una mujer casada si no se retracta del contenido de un libro suyo que según el magistrado ha sido el causante de que su mujer lo haya abandonada. Si ella es una mujer divorciada, la acción del juez perderá toda consistencia jurídica y eso es lo que ella le reclama al abandonado cónyuge, que asiste atónito a su regreso luego de no verla durante tres lustros y no saber nada de ella. Jellineck, por su parte, la ubica en las cercanías de los años 20 del siglo XX, entre las primeras manifestaciones del ideario nazi y en medio de una sociedad dura y plagada de violencia y dificultades. Su propuesta es más radical y revulsiva. Su tesis es que la verdadera emancipación de la mujer no es posible en un mundo regido por las reglas del egoísmo y la avaricia del capitalismo.
La estrategia de Hnath es retomar muchos de los interrogantes que la obra de Ibsen dejó para que la gente reflexionara y que hoy siguen resonando. No en especial el de los derechos a la igualdad de las mujeres que hoy está aceptado -por lo menos en teoría, porque los sectores más conservadores siguen oponiendo obstáculos para que no se concreten plenamente-, sino en particular aquel que en el pasado pero hoy mismo es el más duro de digerir: el abandono por largo tiempo de los hijos por parte de la protagonista. Que como decimos no pone en cuestión la potestad de las mujeres a disfrutar de la equidad legal y el acceso a todos los derechos, bienes y libertades en el mismo nivel que los hombres, pero que sigue provocando posiciones dispares, incluso dentro del feminismo. Todos hoy coinciden en que ni Ibsen estaba de acuerdo con esa decisión de Nora, aunque admitiera su total derecho a la libertad, y que lo había colocado como remate de gran efecto dramático y un poco para expresar los extremos a los que se puede llegar frente a una sofocación marital que ya no se resiste más.
Para eso pone de nuevo en circulación esos discursos a través de parlamentos y diálogos de los cuatro personajes que recupera de la historia original: los ex esposos, Torvald y Nora; una hija de ellos, Emmy (los otros dos no se ven) y Ana María, la mujer que se encargó de criar a las tres criaturas, hoy ya crecidas. Con buen criterio, la versión mantiene el vestuario de época -al parecer en algunas otras puestas se modernizan mucho- de manera de no provocar cierta inverosimilitud de tiempo, puesto que el reencuentro sucede solo 15 años después, que no son muchos, sobre todo pensando en que los acontecimientos por finales del siglo XX no avanzaban con tanta rapidez como ahora. La traducción de Fernando Masllorens y Federico González del Pino se permite a su vez una mayor laxitud en el lenguaje de los personajes que la que se permitieran quizás en aquel tiempo, pero sin exagerar. Lo cual permite que, incluso a través de ciertas salidas de los personajes, haya algunas ráfagas de humor en algún que otro pasaje y un aire más familiar en los diálogos que acerca al presente.
Hay que decir, que los personajes que más aprovechan esta situación son Jorge Suárez y Julia Calvo, que gracias a la amplia paleta expresiva en la que suelen moverse sus interpretaciones, pueden transitar de la comedia al drama con mucha eficacia. Pero siempre lo hacen, sobre todo en el caso de Suárez, con mucha cautela, sin recargar aquellos recursos (como los súbitos contrastes de ánimo o el cambio de volumen en la voz, por ejemplo) que tanto placer provocan habitualmente en el público que asiste a las comedias. Ambos trabajos son realmente buenos, a tono con su trayectoria. Por su parte, Paula Krum responde con mucha solvencia a las exigencias de su personaje, transitando con convincente autenticidad zonas de la emocionalidad muy diversa. Lo mismo puede decirse de la actuación de Laura Grandinetti, muy fresca y desenvuelta en su papel, a veces moviéndose demasiado -con Paula Krum pasa algo parecido al principio-, con seguridad fruto de una marcación del director. Una obra oportuna y estimulante para alentar los necesarios debates que hoy suscita la lucha por los derechos de la mujer, que no hay dudas desde lo literario sigue siendo tributaria de los esplendores del gran texto de Ibsen, aunque en términos dramáticos esté a bastante distancia de su eficacia. La puesta tiene una resolución muy bella y moderna, mediante la conformación de un espacio familiar, donde se ven los familiares, rodeado detrás del escenario por dos filas de butacas que sirven a varios espectadores y a los propios personajes, y que de frente tiene a la amplia platea de la sala.
A.C.