Crítica de teatro: Ya nadie nota tu dolor



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Ya nadie nota tu dolor. Conferencia performática escrita y dirigida por Andrés Binetti. Intérpretes: Lucía Tirone, Pascual Carcavallo, Sofía Fernández, Tomas Pippo, Tomas Coxe, Natalia Godano y Tomas Landa. Coreografía: Marcela Robbio. Iluminación: José Binetti. Patio de Actores: Lerma 568. Sábados: 21,30 horas.

La performance es un espectáculo de carácter vanguardista en el que se combinan distintos elementos del arte y campos diversos, como la música, la danza, el teatro, las artes plásticas, el video, el manifiesto. La expresión performance proviene del inglés y significa sobre todo arte en vivo. Y podríamos decir, sin demasiada pretensión de rigurosidad, que en teatro, sobre todo, alude a un arte que prefiere no esconder al actor detrás de la representación y lo lanza a una experiencia donde –a veces improvisando, otras veces no- lo que hace es producir una relación directa con el público y no mediada por la ficción.

    En este espectáculo de Binetti, que por alguna razón se define como una conferencia performática, hay algunos elementos de la puesta que tienen familiaridad con la performance, sin convertirse por completo –y este es su mérito creemos- en un trabajo que responda a todas las exigencia de ese género, que por lo demás, por ser muy libre, admite continuas innovaciones. Lo más performático que se le nota es el trabajo de improvisación. Los relatos individuales que cada actor ofrece al público deben haber surgido de una improvisación previa sin mucha pretensión de juntar luego eso en una estructura orgánica o más clásica. Los siete actores, que están sentados en escena cuando entra el público, lo reciben sonriente y le advierten de entrada que pueden dejar sus teléfonos celulares encendidos, sacarle el papel a un caramelo, filmar y sacar fotografías, o sea, todo lo contrario a lo que se solicita en las salas habituales de teatro al comenzar una función. Ellos no necesitan eso, puesto que apelan a un modo de actuar que no sigue los típicos mecanismos de concentración y convenciones de otros espectáculos. Así y todo no se podría asegurar que no actúan, porque ellos no son esos personajes que dicen ser, aunque se les parezcan.

   Y así, uno por uno, cada integrante del septeto interpretativo hace lo suyo, lo que le interesa decir, lo que seguramente ha surgido espontáneamente de su improvisación y luego se ha codificado en parte. Hay una chica que dice que desea ser gorda, un patovica que describe una noche de guardia en un boliche, una maestra jardinera que desearía estar en un cabaret de la ruta y ser una puta, un joven que le gustan los textos pornográficos, otro que manda mensajes por Facebook y cuenta la cantidad de contactos que logra y los comentarios que suscita, o una chica que quisiera dedicarse a la cumbia y nada más. En este repaso de vocaciones frustradas, el montaje de Binetti logra su mayor resultado: mostrar un clima de insatisfacción en los jóvenes y de falta de conexión con su medio o su propio deseo. Y eso, más allá de la energía que despliegan en sus bailes, cantos o expresividad corporal (a su edad todo es fuego, aunque pueda ser fatuo) deja la sensación de un destino errático en ellos y una imagen de que nadie, realmente, “nota su dolor.” El público, compuesto también por jóvenes y gente mayor, sigue con interés lo que pasa en escena. Una anécdota graciosa. A la salida de la función un muchacho que salía con su abuela, a la que es evidente había invitado, se le aceró y le preguntó: “¿Y qué tal? Al menos entendiste un poco.” A lo que ella contestó rápido: “Sí, estuvo lindo.”

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