Crítica de teatro: Vivan las feas



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Vivan las feas. De Mariela Asensio. Intérpretes: Ana María Castel, Melina Milone, Josefina Pittelli, Paola Luttini y Mariela Asensio. Producción ejecutiva: Barbara Majnemer. Asistente de dirección: Paola Luttini. Dirección: Mariela Asensio. Teatro de la Comedia, Rodríguez Peña 1062. Los lunes a las 21, 15 horas.         

Autora joven que ha generado un teatro muy personal y atractivo en su realización escénica, Mariela Asensio es una artista que trabaja sus textos en un estilo que, desprovistos de una estructura dramática tradicional, avanzan más como un despliegue de secuencias yuxtapuestas y unidas por un hilo temático común. El eje de su teatralidad se apoya en el intenso efecto sensorial que provoca sobre el espectador, en especial en esta obra, la música y los torrentosos enunciados verbales lanzados por las actrices que, por momentos, dan la impresión de estallar en los oídos del espectador. En otros trabajos, Asensio ha usado también videos o coreografías para incrementar la impresión de distintos sucesos escénicos de fuerte visualidad.

        Vivan las feas retoma como núcleo la problemática de las mujeres en el mundo moderno. Menos poética que Lisboa, un viaje etílico, su penúltimo espectáculo, y más débil en su contundencia teatral que Malditos todos mis ex, el último antes de esta nueva obra, se acerca más por su concepción espacial y estética a Mujeres en el baño y Mujeres en el baile, aunque en factura más pequeña, sin tanto despliegue. El nudo ideológico de esta pieza es la denuncia de la cosificación de la mujer, sometida a toda clase de presiones para acercarla a un modelo de belleza sin el cual parecería no poder lograr un espacio en la sociedad. De ahí que, como contrafórmula de esa dictadura del supuesto ideal estético al que todas deberían rendir pleitesía –o de contrario someterse a las penurias de la marginación-, el espectáculo levanta como consigna revolucionaria el “vivan las feas”, aunque supone que sería difícil hallar a quienes se animarían a escribirla con convicción en las paredes de la ciudad.

        Como en otras realizaciones de Asensio, los textos están cruzados de referencias y bromas a ella misma y a sus propias actrices o a la producción del espectáculo, como una demostración de que el mejor buen humor comienza por la falta de solemnidad con la propia persona. Y, desde luego, por duras e impiadosas estocadas a un paradigma de sociedad que, en medio de avances importantes para el género, sigue insistiendo en el estímulo a distintas formas de alienación de la mujer, sobre todo a través de los mensajes de los poderosos medios de comunicación y del hechizo edulcorado que intentan provocar por medio de algunas de sus conocidas figuras. En ese sentido, es particularmente graciosa la sátira a que los personajes someten a un maniquí con el rostro de Ricardo Arjona, cuyas canciones son ridiculizadas una y otra vez con precisas críticas. El elenco tiene un rendimiento estupendo, en especial Ana María Castel, quien hace una antigua ama de casa podrida de la cocina y con ganas de liberarse. Mariela Asensio, además de haber dirigido con ductilidad a sus actrices, pasa toda la obra en el escenario pedaleando en una bicicleta para gimnasia casera, lo que, además de una buena metáfora del sacrificio que impone estar en línea, destaca que hacer teatro con intensidad también exige muy buena disponibilidad física. 

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